Apenas ayer --octubre de 1995-- escribí un texto a propósito del cine silente japonés en cuyos párrafos sobresalientes señalaba la lentitud de los creadores nipones para decidirse a sonorizar sus discursos cinematográficos. Pero, ¿cuáles fueron los motivos que vinieron a retrasar hasta 1931 con La esposa del vecino y yo, de Heinosuke Gosho, la implantación de la sonorización en aquella industria altamente productiva? Primero, la resistencia que opusieron los ``benshi'' --charlatanes que comentaban en las salas las cintas mudas--, a la nueva tecnología. Segundo, la referencia a los géneros dominantes, obligatoriamente silenciosos que transvasaban a la pantalla los cineastas de aquellos años: el ``Jidai-geki'' o dramas costumbristas, el ``Shomingeki'' o dramas contemporáneos de la clase media baja, el ``Chambara'' o dramas a resolver con las espadas.
Otras razones técnicas vinieron también a avalar esa lentitud de los hijos del ``sol naciente'' para sonorizar sus filmes durante la tercera década. Entre ellas, virtuosismos en el manejo de la cámara (planos-secuencias); impecables coreografías; vestuarios simbólicos; rituales y actitudes plenos de inequívoca tradición. Pero, ¿quiénes fueron aquellos directores que se ampararon en las virtudes técnicas anteriormente citadas, para expresar la realidad de su país más allá de voces, música, ruidos? Ellos fueron, Yasujiro Ozu, Mikio Naruse, Daisuke Ito, Buntaro Futagawa, Hiroshi Shimizu, y el mismísimo Gosho, que en 1933 retorna a las especialidades del cine mudo para recrear en los lienzos su siguiente filme: Las bailarinas de Izu.
Hoy --otoño de 1996-- vuelvo a escribir acerca del cine silente japonés y de sus autores esenciales, por la sencilla razón que hace referencia a la inesperada proyección en la Sala José Revueltas, ubicada en el Centro Cultural Universitario, de 13 películas mudas pertenecientes a ese momento ``nunca visto'' de la cinematografía nipona. Acerquémonos a una de ellas, precisamente a Historias de hierbas flotantes (1934) picaresca anécdota amorosa creada por Ozu, porque otorga no sólo inusual título al ciclo, sino también carne y sangre. Continuemos refiriéndonos a las otras cintas que vendrán a articular el silencioso cuerpo de celuloide de las funciones en esa sala. Hablemos de Días de juventud, Reprobé pero..., El coro de Tokio, Nací pero..., Capricho pasajero realizadas por Yasujiro entre 1929 y 1933, que vienen a apoyar la vitalidad tonal antes mencionada, porque recogen en sus fotogramas ``aquella carne, aquella sangre'', del drama clasemediero (``Shomingeki''). Por ejemplo, vicisitudes matrimoniales (Capricho...), fantasías infantiles (Reprobé...), Tragicomedias familiares (Nací...), amistades conflictivas (Días...), problemas educacionales (Coro...).
No sólo las películas de Ozu dan tono y forma al que vendrá a ser memorable ciclo, también estarán presentes tres trabajos de Mikio Naruse: La carrera de Okabe, Sueños de cada noche, Separado de ti, creaciones que es necesario incluir en el contexto del ``Shomingeki'', pues recogen con idéntica intensidad la misma problemática y el mismo estilo visual --planos-secuencias de larga duración para capturar sugestivos interiores--, a pesar de que Naruse no rodó cinta alguna durante los silenciosos años veinte y sus primeros filmes datan de los años treinta. No concluye con las nueve películas citadas la estructuración del ciclo, porque aún faltan mencionar las contribuciones de Shimizu, Futagawa, Ito.
De Hiroshi Shimizu, a quien la crítica calificó como maestro del individualismo, amante de las tomas panorámicas y los travelling shots, veremos dos de sus más importantes realizaciones: Las muchachas japonesas en el puerto y El señorito en la universidad, ambas de 1933. Buntaro Futagawa y Daisuke Ito harán acto de presencia con sendos filmes. El primero, con Orochi, el monstruo serpiente (1925), pleno de alucinantes secuencias; el segundo, con Ingenioso ladrón: Jirokichi, el ratón (1931), frenética aventura a incluir en el drama de las espadas (``Chambara''). Ahora sí, ``nuestra memoria cinematográfica quedará plenamente restaurada'' a través de la visión de esas 13 cintas mudas del cine japonés, que integran el ``flotante ciclo'', pues no debemos olvidar que muchas películas silentes creadas en esa etapa se pierden por diversas causas, entre otras, la intervención del ejército de Estados Unidos en 1946.