La Jornada 22 de octubre de 1996

Francisco Vidargas
Recordando a don Enrique

A partir del jueves 24 de octubre, el Museo Nacional de Arquitectura albergará la exposición Cuatro Siglos de Ciudades Mexicanas, conformada por el importante acervo fotográfico que, a lo largo de su vida, recopiló el ingeniero mexicano Enrique A. Cervantes (1898-1953) y que ahora conserva su hijo, el arquitecto y urbanista Enrique Cervantes Sánchez.

Integrante --con Luis MacGregor, Rafael García Granados, Manuel Romero de Terreros, Gerardo Murillo el Dr. Atl y Francisco Díez Barroso-- del grupo que trabajó las primicias de la historia del arte novohispano, don Enrique realizó una labor titánica para la recuperación, conservación y difusión del pasado artístico mexicano, que no ha sido justamente valorada.

Esta primera etapa de la historiografía virreinal promovió la visión de un arte diferente a sus orígenes hispanos, pletóricos en colores y exuberancias formales reconocido como expresión social correlacionada con el mestizaje cultural. Sin embargo, fue una época débil para el estudio crítico de las manifestaciones artísticas: se adolecía de una metodología más rigurosa para abordar el arte.

Cervantes, además de ingeniero y funcionario público, desarrolló una vasta labor como historiador, bibliófilo, editor, fotógrafo, dibujante y restaurador de monumentos, llegando a intervenir --entre otros inmuebles-- la Casa del Alfeñique en Puebla, los conventos franciscanos de Tzintzuntzan y Querétaro y el palacio de gobierno en Oaxaca.

Como investigador, tuvo la fortuna de encontrar 19 testimonios documentales sobre la décima musa, provenientes del Archivo de Notarías de la ciudad de México, mismos que publicó en el volumen titulado Testamento de Sor Juana Inés de la Cruz y otros documentos, impreso en 1949. También editó los planos de la ciudad de Oaxaca (1933), del Nuevo Santander (hoy Tamaulipas, 1937) y de Jiquilpan de Juárez, Michoacán (1942), así como relaciones históricas sobre la capital del Nuevo Santander (1947).

Creó dos colecciones fundamentales --ahora inencontrables-- en las que se encargaba, además del texto introductorio, ``de la formación y provisión de sus propias fotografías y viñetas''; en ellas abordó, desde el urbanismo colonial hasta la obra pictórica de Juan O'Gorman. La primera, ``Monografías de Arte Mexicano e Historia'', incluyó dos tomos dedicados, por primera vez, a la herrería mexicana: Hierros de Oaxaca (1932 y 1950), además de Herreros y forjadores poblanos (1933), novedoso tema de investigación que más tarde retomaron Víctor Manuel Villegas y Efraín Castro.

Asimismo dio a conocer sus trabajos sobre la Nómina de loceros poblanos durante el período virreinal (1933), Loza Blanca y azulejo de Puebla (1939) y la Visita a la colonia del nuevo Santander (1942), así como breves bosquejos sobre el desarrollo de las ciudades de Guanajuato y Mérida (1942 y 1945 respectivamente).

La segunda serie --cada ejemplar con dibujos y fotografías originales en singulares carpetas encuadernadas se llamó ``Albumes de ciudades coloniales'' y en ella aparecieron nueve tomos dedicados, entre 1928 y 1942, a Taxco, Cuernavaca, Morelia, Tepic, Oaxaca, Puebla de los Angeles, Santiago de Querétaro, Guanajuato y Mérida.

Sin duda alguna --como lo señaló Justino Fernández respecto a las publicaciones del momento--, este conjunto de libros (con tirajes numerados, rústicos y económicos, ``como exigen los tiempos'') debieron haber llamado la atención de propios y extraños, puesto que descubrieron ``un espléndido panorama artístico del que prácticamente no se habían ocupado los historiadores del arte universal''.

Extrañamente olvidado por muchos historiadores del arte, don Enrique luchó --a través de sus textos y fotografías-- por la defensa del patrimonio monumental: en 1936 advirtió sobre el estado deplorable de la sillería del coro en la Catedral de México (con sitiales rotos), y el peligro que corría por la mala colocación de la instalación eléctrica; 31 años después se perdieron --por un corto circuito-- el altar del Perdón, 47 de los 59 sitiales del coro alto y las pinturas de la cúpula, realizadas por Rafael Ximeno y Planes.

El ingeniero logró reunir un importante acervo documental, salvando testimonios novohispanos de la destrucción o venta al extranjero. Con el fruto de sus afanes se conformó la ``Colección Enrique A. Cervantes (1567-1807)'' del Centro de Estudios de Historia de México (Condumex), que contiene 154 documentos relativos a la construcción y reparación de templos, además de otros sobre los gremios coloniales. Justo será que ahora, además de la muestra con su labor fotográfica, sea revalorada su invaluable obra histórica que se agrupa en 23 libros y carpetas.