En los retenes en Hidalgo, todos son sospechosos
Blanche Petrich /I, Huasteca hidalguense Como en zona de guerra, los microbuses y camionetas pasajeras que circulan por los caminos de la Huasteca tienen que detenerse a la orden de los soldados. El pasaje debe bajarse y formarse. Morrales y bultos son esculcados. Los campesinos tienen que responder de dónde vienen y a dónde van. Todos ellos son sujetos de sospecha y son tratados como tales.
El mismo registro puede ocurrir en las veredas y hasta en las milpas. Los soldados entran y salen de las comunidades sin previo aviso. Escarban en las milpas, las trojes y los solares. Es, según la califica el sacerdote José Barón, uno de los párrocos con más antigüedad en la región, ``una presencia militar fina y agresiva''. Aclara: ``No dañan a la población pero interrogan, levantan croquis de las comunidades. No hay quejas de represión... pero el Ejército altera la paz social''.
Un lugareño traslada en Tantoyucan, Hidalgo, a su esposa al
domicilio
del médico del lugar, distante a una hora y media de
camino en burro.
Foto: José Antonio López
Durante julio, agosto y septiembre se vivió la militarización más aguda en los municipios hidalguenses de Yahualica, Atlapexco, Zochitiapan, Huautla y Tianguistengo. La presencia militar llegó hasta Molango, donde a la fecha se reportan intensos entrenamientos militares. Esos días, según reportes de pobladores, soldados habilitados como peluqueros y dentistas encubrían a los agentes de seguridad militar. Mientras pintaban bardas vigilaban los movimientos de cada ciudadano. Cada consulta médica en los puestos de salud militar fue un interrogatorio encubierto. Los días de mercado se desplegaban entre los puestos como si fueran a repeler un inminente ataque.
Hubo casos en los que los soldados se hospedaron en las humildes casas. Explicaban que estaban en una ``misión'' para ``conocer su país''. El general Mario Ayón, comandante de la 18 Zona Militar en Pachuca, llegó a instalar en una escuela secundaria de Tehueco II (Huautla) su cuartel general. A fines de septiembre el grueso de la tropa se retiró. Quedaron numerosos retenes, las llamadas Bases de Operación Mixta, en las que participan militares junto con policías de distintas corporaciones en patrullajes y simulacros conjuntos, algunos campamentos en las inmediaciones de las comunidades que Seguridad Nacional consideró ``de riesgo'' y un exacerbado sistema de espionaje en el que participan tanto civiles como policías y agentes de Seguridad Nacional.
Convocados por el Movimiento Ciudadano por la Democracia, 14 delegados de diversos organismos de derechos humanos mexicanos y estadunidenses viajaron en misión a la zona para recabar información y testimonios sobre lo ocurrido.
Un arsenal: ¿detonador o pretexto?
En la madrugada entre el 5 y 6 de julio, según anunciaron las autoridades federales, el Ejército encontró un lote de armas de alto poder en la frontera entre Veracruz e Hidalgo, en la región Huasteca. Para mediodía esta zona habitada por nahuas, otomíes, tepehues y tenekes o huastecos (una etnia casi extinta) estaba acordonada por tanquetas y helicópteros. Los periodistas locales esperaron en vano detalles del hallazgo del arsenal. A la fecha se ignora si fue en un solar o en un campo, si fueron 20 o 15 armas. El propio gobernador de Hidalgo, Jesús Murillo Karam, se confunde. ``Fueron como unos 23 fusiles, chivos de cuerno o como le llamen... yo no sé nada de armas''.
A pesar de la vaguedad del incidente éste se convirtió en el detonante de uno de los despliegues militares más abrumadores que ha vivido la región en muchos años. En Pachuca, el gobernador Murillo Karam evalúa: ``Por fortuna y hasta ahorita, en Hidalgo no tenemos nada de brotes guerrilleros. El Ejército no ha lastimado a nadie. Hicimos un compromiso con Oipuh (la fuerza opositora de mayor influencia en la Huasteca) de que nadie iba a realizar ni cateos ni detenciones sin las órdenes correspondientes. Hasta ahora no hemos recibido ni una queja''.
Sobre el hecho de que se considere a parte de su estado como una zona de riesgo por Seguridad Nacional, Murillo Karam dice que ``es por inercia porque aquí ni la delincuencia es un problema grave''.
En privado, en medios oficiales de Hidalgo se subraya que la militarización ``no corresponde a una estrategia del gobierno'' estatal. Para el obispo de Huejutla, Salvador Martínez Pérez, se trató de una medida ``lógica, necesaria y útil''. La alarma causada por el reforzamiento militar fue ``puro amarillismo de ustedes, los periodistas... aquí no pasa nada''. Monseñor Martínez no duda: ``¿Cómo no va a ser natural que venga el Ejército? ¡Si encontraron armas!''. Las incursiones militares ``de ninguna manera violentaron'' a las comunidades donde habitan ``mis huastequitos''. Admite que hubo ``alguna que otra'' reacción en contra del Ejército. ``Pocas, gracias a Dios. Hubo un bloqueo de carreteras el 12 de agosto, pero fue gente manipulada por lidercillos agraristas''.
En Tehueco II, dos campesinos del Fdomez califican como ``muy inconveniente'' la militarización. ``Es una represión sicológica''. Dicen que ``como mil'' soldados no se han retirado sino que permanecen ``enmontados'' en los cerros que custodian el valle