La Jornada 22 de octubre de 1996

Braulio Peralta
De persona a persona*

Nunca he sabido cómo escribir, describir a Esther Seligson: columna, terrenal y etérea; quizá por eso, también Rogelio Cuéllar o Guillermo Sologuren no pueden captarla del todo con su lente. Sibilina al fin: porque vuelas, te vas siempre hacia atrás para contemporaneizarte; lees a los clásicos como norma; desde niña visitas los cuentos de hadas y dragones, vives en una región donde la realidad no existe, donde el tiempo siempre es presente, incluido su pasado y su futuro. No en balde tu boca de profeta, donde lo místico y lo mítico se confunden. Por eso, tal vez, el misterio indescifrable de tu escritura.

Tu mente borda y escribes los mismos sucesos de ayer convertidos en presente. Como en tu libro, Sed de mar, donde tejes la madeja, otra vez, entre Penélope y Ulises. Pero en esta ocasión Penélope no espera 20 años, y no hay final feliz. El amor en estos tiempos, en este fin de siglo, no termina por tomar un solo eje, una Luz de dos, un Diálogo con el cuerpo. Y La morada en el tiempo es otra, o quizá, la misma tragedia de los antiguos griegos. La espera es infructuosa. ¿Te acuerdas Esther, de nuestro caminar por Toledo, ciudad de tus raíces y querencias? Fue hasta ese instante que capté la dimensión profunda de La morada en el tiempo ¿Cómo hablar, ``recobrar ese diálogo que no necesita de explicaciones para explicarse''?

¿Cómo darte, aquí, junto a los lectores, las gracias por tus traducciones de Cioran, el filósofo del desconcierto, del humor corrosivo, de la ironía como último recurso de salvación? ¡Qué desasosiego vivir con Cioran en la mente! Había que abandonarlo para vivir nuestra propia existencia. De acuerdo. Pero qué necesario era vivir esa lectura en una etapa de nuestras vidas. Por eso tú, hoy, puedes presentarnos otra más de tus vivencias a través de Hebras.

Sé que tu errancia por la escritura --y por los caminos del mundo, esos que te espejean-- son parte de tu vida; de esas sales últimas que amargan la boca. Pero no te preocupes Esther: el libro que te refleja es, por fin, exorcismo; se convierte en lectura dolorosa, profunda llaga que queda en la experiencia humana. ¿Qué son los libros sino algo de nosotros mismos? ¿Qué literatura que no queme, vale la pena? No, no como catarsis, de acuerdo, pero sí como salvación del alma y el espíritu en lucha con este cuerpo del cual queremos redimirnos. Porque se escribe siempre para el gozo, desde luego. Pero la incineración es el mejor voto para la esperanza. Y es en los libros donde abandonamos nuestras cenizas.

Por favor Esther --maestra y amiga--: sigue escribiendo en tus constantes: el amor, la vida y la muerte. Borda, sigue bordando calladamente, en silencio, sobre el papel blanco; habemos muchos Ulises esperando a Penélope. Porque al final de cuentas, ya lo sabes, uno busca el eco de las palabras escritas que se devuelven en lectores sensibles. Larga errancia sin fin, pues, a tu escritura, esa que no conoce fronteras ni nacionalidades.

(Ahí estaremos contigo hoy, en la Casa Lam, a las 20 horas, en tu presentación de Hebras. No dudamos que será toda una experiencia).

* Este texto, corregido ahora, se publicó el 23 de mayo de 1987, sin * la firma del autor. Ahora, lo repetimos firmado, por el simple * placer de reiterar nuestra admiración a la escritora y traductora de * Cioran, Esther Seligson.