José Blanco
Modesto alcance
El pasado viernes La Jornada nos regaló un excelente editorial contra los embates a la educación superior pública, a propósito de las tesis de la Federación de Instituciones Mexicanas Particulares de Educación Superior (Fimpes), que pidió se suprima la noción de educación superior pública. Unos pocos datos sobre la evolución de las instituciones privadas, pueden ser útiles para precisar su modesto alcance.
Entre 1987 y 1994, las universidades privadas incorporaron cerca de 250 mil alumnos, que corresponden a sólo el 17 por ciento del total de ingresantes a la licenciatura universitaria. En promedio cada universidad privada del país ingresó 2 mil 600 alumnos anualmente, durante el lapso de referencia. En tanto cada universidad pública ingresó casi 27 mil 500 alumnos. Esto es, la universidad pública ingresó en promedio diez veces más alumnos que las universidades privadas en ese lapso.
Un dato muy significativo sobre el comportamiento de la universidad privada, de acuerdo con la regionalización formulada por ANUIES, lo muestra el hecho de que la región noroeste, poseedora de la mayor riqueza comparada, es al mismo tiempo la de menor proporción de estudiantes que optan por la alternativa privada.
En el mismo lapso, de otra parte, la tasa de crecimiento de la oferta de licenciatura en la universidad pública, ciertamente se mantuvo estancada (en el marco de fuertes restricciones de gasto público originadas en los programas de ajuste), en tanto la oferta privada tuvo un crecimiento positivo.
Los mayores aumentos de la oferta privada tuvieron lugar en las regiones noroeste y centro-sur. Con todo, su aporte no es importante. En la región noroeste, donde en el lapso señalado ocurrió la tasa más elevada de todas las regiones, cada una de las universidades privadas de esa región aportó doce lugares por año, lo cual equivale a 92 lugares de oferta educativa por año adicionales, para esta región de cinco estados. Como se ve, hay crecimiento, pero no para creer que la educación privada puede constituirse en una alternativa a la educación pública. Verifíquese que la estructura porcentual de estudiantes de primer ingreso se ha mantenido estable, a pesar del crecimiento de las universidades privadas: ya en 1964, el 15 por ciento del total de la matrícula universitaria se encontraba en instituciones privadas.
Si las tendencias se examinan desde el punto de vista del egreso, las cosas empeoran para las universidades privadas, pues egresan más alumnos de las universidades públicas como proporción de los alumnos de primer ingreso. Es decir, desde el punto de vista del egreso, la educación es aún más de carácter público, que desde la óptica del ingreso.
Lo anterior significa que las universidades públicas tienen una mayor eficiencia terminal que las privadas. El mejor desempeño de las instituciones públicas fue, en el lapso referido, 13 puntos porcentuales superior al de las privadas. De acuerdo con las tendencias históricas apuntadas, acaso dentro de 50 o 100 años, la matrícula de la universidad privada pueda comenzar a ser significativa a nivel nacional.
En los dos últimos años, con la recesión que el país enfrenta, las cosas empeoraron para las universidades privadas, lo cual es visible en las tendencias del crecimiento acelerado de la demanda a las universidades públicas.
Existe otra dimensión del problema de igual o mayor importancia. La composición disciplinaria de las universidades privadas es pobre. Derecho, comercio, economía, algunas ingenierías, algunas disciplinas de humanidades y no mucho más. Ciencia básica está fuera de su posibilidad, como lo está la investigación y difusión de la cultura universal y mexicana; la investigación científica les es ajena.
De otra parte, pronto sabremos la evolución del gasto privado como proporción del producto en educación superior. Por lo pronto, tómese nota de que el gasto total privado como proporción del producto en educación, que fue de 0.4 por ciento en 1976, se redujo a 0.3 por ciento en 1980 y en esa proporción se mantuvo hasta 1994. Puede sospecharse que después de ese año, disminuyó aún más. En contraste, el gasto total público como proporción del producto, que era de 4.2 por ciento en 1976, después de un periodo de contracción a mediados de los años ochenta, pasó a 5.8 por ciento en 1994.
De acuerdo con estos datos, Fimpes podría hablar en tono un poco menos alto.