La Jornada Semanal, 20 de octubre de 1996


Mi colección EC

David Huerta

Después de Incurable, uno de los títulos culminantes de su obra, David Huerta sigue aportando títulos a su vasta cartografía poética. El más reciente: La sombra de los perros, publicado por la editorial Aldus. Aquí, el autor de Cuaderno de noviembre ofrece una serie de estampas memoriosas, que permiten recorrer los trabajos y los días de Elsa Cross, autora de una de las obras más significativas del fin de siglo mexicano.



Ofrezco una serie de snapshots grabados en la memoria. Lo hago para que seamos capaces de estar juntos, de seguir estando juntos en medio de la confusión general, en medio de la desintegración de las vidas y del sangrante nihilismo que por todos lados nos proponen los mercachifles, los poderosos de la política y los violentos.

Estas fotografías de la memoria llegan a las palabras toman la sustancia de las palabras gracias a ciertos procedimientos que informan la amorosa y amistosa conversación en que se cifra lo mejor de la literatura, esa resistente expresión del devenir: las enumeraciones heteróclitas de Borges; los inventarios de oficios, vías y maneras de los hombres, de Saint-John Perse; las listas de Georges Perec.

Estas fotografías han sido conseguidas "en la estimación", como aprendimos a decir en las traducciones persianas de Jorge Zalamea; no todas son de primera mano, pero a ninguna le falta lo que, según yo, se necesita para que sigamos recordándolas. En los últimos cinco años, entonces, he juntado esta colección de imágenes de Elsa Cross:

Elsa al pie del volcán de Antigua en Guatemala, entre los magníficos edificios del siglo XVI.

Elsa en el Kurhotel de Schlangenbad, en las estribaciones de la Selva Negra, en un paisaje alemán sin la menor duda.

Elsa en Francfort, en plena lecturaen voz alta de sus poemas ante un público, también indudablemente alemán, que así rozaba lo numinoso, como aprendimos a decir gracias a un libro de Rudolph Otto hace más de treinta largos y tormentosos años.

Elsa con sus alumnos poetas junto a una mesa de madera, debajo de los árboles copudos que vibraban con una inquietud hipnótica.

Elsa de visita, en 1994, en un hospital de París del bulevar Port Royal para conocer a su recién nacido sobrino Pablo Antoine.

Elsa atormentada por los errores de sus amigos y dispuesta a no cerrar los ojos, a pesar de todo.

Elsa y sus grandes ojos, una vez más, hechos de lejanías e íntimos resplandores.

Elsa en una fotografía del periódico El Universal y en otra fotografía del periódico La Jornada, hace apenas unos días, fotografías ante las cuales alguien tiene que exclamar, como ya ha sucedido: "A esta persona yo sí le compraría un coche usado."

Elsa en Boulder, Colorado, al pie de unas montañas espinosas y rodeada de los outriders, los desafiliados de las praderas, montañas y grandes ciudades de los Estados Unidos.

Elsa en el jardín del Instituto Naropa, no lejos de la biblioteca Allen Ginsberg, rumbo a la Tienda Nómada.

Elsa, viajerísima, en el aeropuerto de la ciudad de México después de un giro poético por Michoacán y a punto de abordar un jet que la llevará a otro país.

Elsa en su casa de la calle Milton con un sitar en la mano.

Elsa con su hija Cecilia en la cocina de su casa en la calle Milton.

Elsa con un libro sobre Hildegarda de Bingen a bordo de un avión de Continental Airlines.

Elsa, exhausta, entre los estantes de la librería Tattered Cover de Denver, con un montón de gruesos volúmenes sobre disciplinas, ignotas para mí, entre los brazos.

Elsa inclinada reflexivamente sobre las páginas del poeta francés Yves Bonnefoy.

Elsa en el café-bar Las Hormigas en plena escucha de una historia de magia en el desierto y pensando intensamente en los Cantos del Hoggar.

Elsa en conversación de trasmundo y metáfora con Anne Waldman, en una tienda tibetana y gringa.

Elsa contando chistes sobre ella misma en un autobús, en las praderas veraniegas de los Estados Unidos.

Elsa refiriendo historias mexicanas, conmovedoras, exaltadas, de los años sesenta y setenta.

Elsa en plena meditación en un ashram de las montañas Catskills.

Elsa en plena meditación en un ashram de la India, en Ganéshpuri, junto a un baniano, bajo la sombra de los árboles y los cielos sagrados.

Elsa en plena meditación en un ashram del Alto Valle Metafísico.

Elsa junto a la fuente de Polifemo en los Jardines de Luxemburgo y en plena contemplación del agua tersa e inclinada.

Elsa detrás de su escritorio en la Casa del Poeta.

Elsa un poco despistada en las inmediaciones del Parque Gramercy de Nueva York.

Elsa en el momento de dedicar uno de sus libros de poesía, con una expresión en el rostro que para mí fue, desde entonces, el emblema de una formidable "conquista de la inmanencia" y me reveló su talante nietzscheano para siempre.

Elsa regañando, sin levantar la voz, para mi eterno asombro, en un despliegue de carácter fuerte, a un inepto productor de la televisión guatemalteca.

Elsa bajo la mirada complacida y gozosa de Octavio Paz en San Ángel y la voz de éste diciendo, inolvidablemente, "qué bien lee sus poemas esta muchacha".

Elsa ilesa, indemne, en medio de un montón francamente pernicioso de poetas y narradores mexicanos, en un pueblito de la Vieja Europa.

Elsa en una tienda de discos, desconcertada por tantas maravillas, pero dispuesta a salir de ahí con un asteroide musical.

Elsa explicándome pacientemente la relación posible entre los tuaregs y la poesía de Saint-John Perse.

Elsa en Manhattan entre dos grandulones, Brian Nissen y Eliot Weinberger, y mucho más alta que ellos.

Elsa preocupada por lo que sucede en Chiapas, en México, en el mundo y en el cosmos en general.

Elsacross the Universe.

Elsa cuidadosamente escribiendo y, al hacerlo, contribuyendo a que el mundo y la humanidad se salven (y quien piense que exagero, como diría Lezama Lima, "quedará preso de los desastres, del demonio y de los círculos infernales").

Elsa aquí mismo, rodeada por el cariño y la admiración de quienes creemos todavía que la poesía tiene sentido.