Lo obvio sustituye con frecuencia al análisis. Tanto por su vínculo estrecho con el Presidente y la carrera que apunta a seguir Esteban Moctezuma luego de su nombramiento como secretario técnico del Consejo Político Nacional del PRI, como por las figuras y los métodos sucesorios prevalecientes hasta 1994, pronto se le ha querido ver como el delfín de Ernesto Zedillo.
Infatigable como se percibe el espectro de Luis Donaldo Colosio, es difícil escapar a su referencia y al paralelismo que guardaría Esteban Moctezuma con lo que fue en vida.
En efecto, sus antecedentes y el importante papel que jugará en el proceso electoral de 1997, si bien desde un puesto que le queda chico, anticipan una trayectoria ascendente del que fuera el primer secretario de Gobernación en el actual sexenio. Es probable que, para cumplir con los requisitos establecidos por la XVII Asamblea Nacional del PRI, Moctezuma ocupe un puesto de elección popular y que desde éste pueda regresar al gabinete para ser lanzado como candidato de su partido a contender por la Presidencia de la República.
A pesar de su desplazamiento de la Secretaría de Gobernación, los avances que consiguió Moctezuma en las negociaciones con el EZLN, por poner un ejemplo, no han sido superados hasta ahora por su sucesor. Y esto adquiere un significado específico en la perspectiva del 2000: el PRI tendrá que disputar el poder contra lo que ha sido hasta ahora (mando vertical, ocultamiento, doble discurso, esclerosis, grupos de interés fincados en los negocios hechos a la sombra del gobierno y en marrullerías sin fin) y contra la oposición.
Esa lucha, habida cuenta de la mayor fuerza que tendrán entonces los opositores del partido oficial, requeriría ser encabezada por alguien que pudiera ejercer un liderazgo real. Vale decir: un liderazgo a distancia de la protección presidencial y de la vía dinámica que ha imperado en la transmisión del poder en México.
La pregunta es si Esteban Moctezuma pudiera ser el protagonista de ese liderazgo. Construirlo no podría ser sólo una acción personal o de grupo, sino de todas aquellas fuerzas que constituyen el PRI-todavía-Gobierno. La otra pregunta es si a éste le queda tiempo para culminar tal construcción, que ha iniciado casi en reversa considerando el parto de los montes que fue la anunciada reforma del Estado devenida en módica reforma electoral.
Sin ir más lejos, la figura de Esteban Moctezuma estimula una previsión inevitable: el PRI no tendrá posibilidades de triunfo sobre la oposición si no se pone en pie de igualdad con ésta. Es decir, avanzar en sus mecanismos de competencia y democracia internas --la verdadera línea sin línea que requiere un juicio de desahucio para abandonar su morada puramente verbal. Un cambio así pondría en segundo término a la novedad, y políticos que se adapten a él y lo potencien (hombres de dos estaciones del tipo de un Manuel Bartlett, que conoce ya lo que es la alternancia del poder en su ámbito de maniobra sin arriar o desteñir las banderas, como es el caso de muchos priístas, sobre todo los de origen empresarial) podrían encabezar el liderazgo priísta.
De esta observación se desprende --en lo que afecte o beneficie a Esteban Moctezuma-- que en México ya no hay ni podrá haber delfines. La tendencia --leve, pero no por ello soslayable-- del Presidente Zedillo de autodespojarse de las facultades monárquicas inherentes a la tradición presidencial, pero sobre todo la cada vez más intensa confluencia de la oposición para derrotar al PRI, indican que tal personaje ha pasado a formar parte del relicario político mexicano. El último en ostentar esa condición se llamó Luis Donaldo Colosio.