En fechas recientes han salido a la luz varios libros cuya inspiración es nuestra riqueza patrimonial en diversos aspectos. Comenzaremos por orden cronológico, ya que todos están en primer lugar en calidad.
La Secretaría de Salud nos agasaja con dos espléndidos volúmenes, uno sobre la investigación científica de la herbolaria medicinal mexicana, y el otro con estudios actuales sobre el Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis. En el primero, sapientes médicos hablan de la herbolaria medicinal en el México prehispánico, de la aculturación de las plantas medicinales de nuestro país a la medicina europea, y la creación del Instituto Médico Nacional. En la segunda parte se explica la investigación que hoy se lleva a cabo, sus avances y perspectivas. Es verdaderamente interesante.
El otro libro versa sobre esa obra fascinante conocida como el Códice Badiano, que regresó a México después de 348 años y constituye el tratado más importante sobre herbolaria azteca y sus aplicaciones prácticas. Fue escrito por Martín de la Cruz, un indio médico del Colegio de Santa Cruz, y traducido al latín por el indígena xochimilca Juan Badiano, cuyo nombre lo ha bautizado popularmente.
Hay que recordar que en esa institución religiosa, fundada en 1536 en Tlatelolco, se impartía educación de alto nivel a los hijos de los indios nobles. Se les enseñaba castellano, latín, filosofía, lógica, aritmética, música y medicina azteca. Se les llamaba indios trilingües por hablar con fluidez náhuatl, castellano y latín.
Los autores de la obra citada eran alumnos de ese Colegio y la escribieron para enviarla al rey y conseguir que les renovaran el subsidio que les había sido cancelado por grillas del regidor Gerónimo López, quien escribió molesto a su majestad: ``no parece suficiente enseñar a los indios a leer y escribir, a encuadernar libros, a tocar flautas, chirimías, trompetas, a hacer música y a conocer la gramática... les dan tanta instrucción y con tanto cuidado que hay niños, y cada día más, que hablan el latín tan elegantemente ¡como Cicerón!...''. Con lo dicho queda claro el valor de este libro.
Continuando con las delicias de papel, cabe mencionar la aparición de la segunda edición de La soledad del silencio, interesante trabajo de microhistoria del estudioso Jorge F. Hernández, sobre el santuario guanajuatense de Atotonilco, fundado en 1735; lo publica el Fondo de Cultura Económica.
Del siglo XVIII nos pasamos al XIX, con la sabrosa lectura de la excelente traducción de don Pablo García Cisneros de los escritos de Albert M. Gilliam, norteamericano que viajó a México a mediados de esa centuria, describiendo lugares, paisajes, personajes y anécdotas que nos permiten conocer muchos aspectos de la vida del país y de la ciudad de México, en esa época conflictiva. También se ve la visión del extranjero, plagada de prejuicios e ignorancia, lo que sin embargo no le resta valor a Viajes por México durante los años 1843 y 1844. El trabajo del señor Cisneros es digno de encomio por lo cuidado y bien documentado; es una coedición del Grupo Cultural Siquisiri y CNCA.
De nuestro siglo, concretamente de la vida capitalina de los años 40, nos habla el experimentado periodista Manuel Magaña Contreras, quien ha gozado, sufrido y reporteado esta capital durante cerca de 50 años. En el primer volumen de Ciudad abierta- Años de oro, describe la ciudad en una etapa ``de acendrado nacionalismo y florecimiento económico, social, cultural, educativo, artístico, etcétera, dignos de ser rescatados del olvido, en función de puntos de referencia para el mejor conocimiento y la valoración del momento crucial en que estamos colocados a finales del siglo XX''.
Hablando de la gran capital, Angélica Luna Parra, una de las personas que más ha trabajado durante años con grupos ciudadanos --hecho que dejó huella firme en su paso como delegada en Alvaro Obregón--, nos regala su experiencia en la asociación que acaba de crear: ``México ciudad humana'', que se fundamenta en la idea de que lo más importante de la ciudad es su gente, y que todos debemos asumirnos como sus habitantes, huéspedes y anfitriones, no como sus prisioneros; así cada uno será capaz de dar lo mejor de sí mismo y de romper con la masificación, sintiendo a la Gran Ciudad como propia, según palabras de su presidenta.
Entre sus actividades destaca la organización de encuentros entre intelectuales y artistas con ciudadanos interesados en los diversos aspectos culturales de esta ciudad fascinante. El próximo será el jueves 24, a las 19:00 horas, en la Casa de las Sirenas, belleza barroca ubicada en Guatemala 32; van a platicar Eduardo Matos, Andrés Henestrosa y la que esto escribe. Están todos invitados.