Es difícil predecir el resultado de las elecciones presidenciales de hoy en Nicaragua, pues las intenciones de voto parecen estar divididas en partes aproximadamente iguales. En efecto, se enfrentan dos bloques que en lo interno son sumamente heterogéneos. Uno está apoyado por los ex somocistas, la jerarquía eclesiástica, los ex ``contras'' recalcitrantes, las víctimas de la apresurada e incompleta reforma agraria sandinista, los beneficiarios de la política neoliberal impuesta a Nicaragua, pero también por quienes temen el retorno sandinista debido a la posibilidad de que el mismo provoque la reanudación de la guerra que devastó al país. El otro está compuesto por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que gobernara el país desde la revolución antisomocista hasta la victoria de Violeta Chamorro en las últimas elecciones, más sus aliados de centro y centroizquierda, más los sectores profundamente golpeados por una crisis económica y social que aumentó violentamente las desigualdades sociales en Nicaragua. Ambos bandos votan más bien en negativo, de modo que el voto por Orlando Alemán, el candidato del partido ``Liberal'' es en realidad un voto antisandinista y el voto por Daniel Ortega, el ex presidente sandinista, que seguramente contará también con el sufragio de muchos de sus adversarios dentro del FSLN o escindidos de éste, es un voto contra el retorno del somocismo.
Esta polarización del electorado, esta fractura insanable, esta inconciliabilidad entre candidatos y agrupamientos se apoya sobre el miedo a la guerra civil, pero prepara también graves enfrentamientos, pues el país saldrá de las urnas dividido y en crisis económica, política y social resultante de la extrema pobreza.
Los sandinistas tratan hoy de hacer alianzas y concesiones para concretar un bloque de centroizquierda y buscan también alejar los fantasmas del pasado, pero eso no bastará para convencer a Washington ni a los organismos monetarios internacionales, sobre todo si los votantes sandinistas exigen, a un eventual gobierno ``de cambio'', medidas sociales y económicas inmediatas que los terratenientes, exportadores e importadores y dirigentes estadunidenses verían como una provocación. En cuanto a los somocistas, es muy grande su voluntad declarada de borrar lo que queda de las reformas sandinistas y también es muy difícil pensar que puedan abstenerse de tomar medidas que provocarían grandes resistencias civiles.
La situación, por lo tanto, y gane quien gane, es muy tensa e intranquilizadora, a pesar de que muy pocos desean en Nicaragua volver a los terribles años del enfrentamiento armado. Para asegurar una transición pacífica, por lo tanto, convendría dar a Nicaragua una ayuda económica multinacional y formar una comisión ad hoc capaz de brindar una asesoría técnica y de garantizar la democracia en el momento de pasar del voto a la selección de medidas y, sobre todo, de decidir quiénes deben pagarlas y cómo.