Martha es una de las realizaciones mayores del cineasta bávaro Rainer Werner Fassbinder. Es también una de las menos conocidas. Realizada en 1973, el mismo año de El miedo devora el alma, y un año antes de Effi Briest y El derecho del más fuerte, esta película es el relato de una relación conyugal basada en una dialéctica de poder (amo-esclavo), presentada con una violencia extrema. El marido, Helmut Salomon (Karlheinz Bohm), es un hombre de refinado sadismo, empeñado en extenuar la resistencia física y mental de su mujer, Martha Hyer (Magrit Castersen). Hasta aquí el esquema es familiar; es el asedio de una esposa, ya sea por un hombre celoso o por un sicópata, como en Buñuel (El, 52), Hitchcock (La sospecha, 41) o Cukor (La luz que agoniza, 44). En el cine de Fassbinder, la mezcla de sadismo y melodrama apunta sin embargo a una crítica más severa, y lo que interesa al director no es finalmente la tortura que inflige el verdugo a su víctima, sino algo más inquietante: el placer que esta última se procura con la faena cotidiana del primero. En sus declaraciones, respecto de esta cinta, Fassbinder fue tajante: ``Martha narra la historia de una mujer cuya felicidad consiste en ser oprimida''.
En el argumento escrito por el propio director, Martha Hyers --una ``solterona repulsiva'', según su madre alcohólica-- conoce a Helmut, hombre apuesto y acaudalado que le propone matrimonio después de humillarla seductoramente (``No es usted demasiado atractiva y además carece de cualquier encanto; es flaca, uno siente sus huesos al acercársele, incluso huele mal''). Martha se proclama entonces profundamente dichosa. En la crueldad de este relato, Fassbinder concentra su propio desdén por el tipo de unión conyugal que, en su opinión, es representativa de la falsa armonía de la pareja burguesa alemana. Son múltiples las referencias a los mitos del milagro económico germano de los setenta. El marido se transforma en educador de Martha y la obliga a leer un libro excesivamente técnico (sobre la construcción de presas), para que ella conozca su trabajo y tengan algo de qué hablar, le impone sus gustos y manías, la priva de todo contacto exterior, y finalmente la mantiene secuestrada. Como tantos personajes fassbinderianos de principios de los setenta, Martha es un ser vulnerable, ávido de cariño, dispuesto a cualquier cosa por lograrlo. Es Fox en El derecho del más fuerte, o Petra von Kant (la propia Castersen) en Las amargas lágrimas..., o la anciana Emmi en El miedo devora el alma. Son seres expuestos al escarnio colectivo, figuras patéticas, descastadas: parias absolutos en el edén luminoso de la prosperidad alemana.
En Martha, Fassbinder expone con violencia inusitada la opresión femenina que en otras cintas, Effi Briest o El secreto de Verónica Voss, apenas se limita a sugerir. Un ejemplo: en una escena clave, Helmut manifiesta desdén por la blancura extrema del cuerpo de su mujer, y en una playa le pide que se exponga al sol sin protección alguna. Luego, en el hotel, con el cuerpo de ella horriblemente lastimado, la somete a la refinada tortura de sus caricias, episodio preliminar de un embate bestial. El tema del placer sadiano está presente aquí como en ninguna otra cinta del director alemán. También la sátira del matrimonio y del sometimiento voluntario. Cada episodio de tortura, incluyendo el del desenlace terrible, está marcado por una sonrisa final, incalificable, de la víctima. Algo reminiscente de los goces de Severine (Catherine Deneuve) en Bellas de día (Buñuel, 66). En esta escalofriante parábola fassbinderiana, Martha encarna también a una nación alemana fascinada históricamente por la fuerza del poder y dispuesta a sacrificar su voluntad en aras del culto a la autoridad y a la eficacia. Años después, el director insistirá en esa identificación de la mujer y Alemania en la trilogía que incluye El matrimonio de María Braun, Lili Marlene, y Lola, una mujer alemana, aunque para entonces el tono cruel, presente en Martha, habrá disminuido considerablemente.
Durante dos décadas, se consideró a Martha una película en peligro de desaparición. Con una copia original en condiciones pésimas, la cinta tuvo que ser restaurada a principios de los noventa, y sólo hace un año comenzó a tener su corrida comercial en Europa.
Este singular inédito de Fassbinder se exhibe actualmente en Cinemanía de Plaza Loreto.