León Bendesky
En flamengo

Acaba de registrarse el segundo déficit comercial más grande en lo que va del año, la inflación se ha mantenido controlada y a niveles históricamente bajos, y el tipo de cambio permanece estable. Sin embargo las tasas de interés siguen siendo muy elevadas, y mientras no logren reducirse el plan económico estará en cuestionamiento. Ese es el desafío más grande de la estabilización macroeconómica, conseguir crecer y al mismo tiempo abaratar el costo del dinero, sin que ello provoque un ajuste de la paridad cambiaria.

Aunque suene conocido el argumento anterior, éste no describe la situación actual de la economía mexicana. Estos eran los asuntos contenidos en la información y el debate en las páginas financieras de los diarios de Brasil durante la semana pasada. El Plan Real ha logrado bajar de manera drástica la inflación, estableciendo un tipo de cambio de la moneda --el real-- prácticamente de uno a uno con el dólar. No obstante, las presiones financieras se aprecian en los registros negativos del comercio exterior, afectando con ello las tasas de interés que se mantienen altas. El ambiente parece indicar que los agentes económicos esperan un ajuste que reduzca las tensiones que se están acumulando en los mercados.

Siendo distintos los paquetes de política económica aplicados en los años recientes, es notoria la similitud de los efectos que provocan en la capacidad de ajuste de las economías de Brasil y de México. Leer la prensa en Río de Janeiro genera una sensación de estar en una situación ya conocida. Y la pregunta que surge es cuál es la capacidad de llevar este proceso en una dirección que prevenga nuevas crisis y ponga las bases para crecer sin generar grandes desequilibrios insostenibles. Los ajustes financieros no logran acomodar las condiciones productivas que los sostengan en el tiempo, así como tampoco promueven las condiciones para la integración de grandes sectores de la población a los beneficios de una expansión que es en sí misma insuficiente. La misma restricción financiera impide establecer programas sociales efectivos para aliviar la situación de la mayoría que queda constantemente como presa de un futuro brote de inflación. Así, ambos países tienen hoy muchas semejanzas en su proceso económico. Una cuestión notable en Brasil es que puede abatirse la inflación pero aun así mantener un elevado nivel de precios. En dólares esa economía es fácilmente el doble de cara que la de México.

Pero Río es una ciudad realmente espectacular, desde su disposición a lo largo de la costa hasta los grandes contrastes urbanos. Su parte céntrica, que sufre un enorme deterioro con su populosa calle Uruguayana y los signos de una gran pobreza, pero en donde está el Café Colombo con su ambiente decadente que ha quedado desde los años 20. Sus zonas residenciales de las famosas playas, con la amplitud de la Avenida Atlántica que corre a lo largo de Copacabana y que continúa con otros nombres por Ipanema y Leblón. Con la pobreza extrema de las fabelas que suben por las lomas, y en donde las bandas protagonizan actos de violencia de antología y dignos de las más crudas crónicas policiacas.

Río tiene un conjunto de barrios tradicionales que evocan a los grandes equipos de futbol, famosos por décadas: Botafogo, Fluminense, Flamengo. En este último barrio en la zona de Gloria, una de las calles paralelas a la costera lleva el nombre de Catete, y contiene una serie de viejas casas de fines de siglo y principios de éste con arquitectura de influencia portuguesa que deben haber sido una joya en su tiempo y que ahora lucen descoloridas y semidestruidas.

La infraestructura urbana de Río es muy llamativa, con una gran cantidad de edificios, comercios y bancos, pero cuya densidad logra mantener espacios abiertos cubiertos por una abundante vegetación tropical. En Río es evidente la creación de cada vez mayores contrastes sociales que tienden a caracterizar a las grandes ciudades del subcontinente. La pobreza se extiende más allá de las periferias donde se intentó recluirla y esconderla, y hoy ya no es posible hacerlo. Tal vez en los centros financieros donde se habla de los mercados emergentes, como son Brasil y México, no se aprecie que junto con los sectores privilegiados existen verdaderos hoyos negros sociales. Esta contradicción no puede seguirse soslayando política ni económicamente.