Por grotesco que parezca, esa parece ser la discusión de fondo en nuestros días: ¿queremos que México siga siendo una nación, sí contrahecha, pero nación nuestra al fin y al cabo? O por el contrario, ¿queremos de plano convertir a México en un tianguis, más bien extranjero y dinamitado por todos lados, donde rija nada más que la ley del mercado?
Frente a ése se colocan los dilemas dominantes (y más o menos falsos) de esta época: crisis o final-feliz-de-la-historia, globalización o soberanía, capitalismo de Estado o capitalismo neoliberal, estatismo o privatización, proteccionismo o apertura, rectoría estatal o desregulación. Y así, hasta llegar a dilemas nada falsos y muy graves: sociedad o barbarie, paz o guerra, gobernabilidad o caos.
Incoherente o no, el bloque gobernante en México, cerca de sus asesores primermundistas, tiene una respuesta a todos esos dilemas. Esta podría simplificarse así: dado que entró en crisis el capitalismo de Estado (mejor conocido en México como estatismo populista), hay que regresar al capitalismo libre-competitivo (neoliberalismo). En consecuencia,todo proteccionismo ha de ceder ante la apertura, del mismo modo en que la soberanía ha de ceder ante la globalización: todo lo estatal ha de privatizarse, al tiempo que desaparece la rectoría estatal. Conclusión oficial acá: sólo así podrá México salir de la crisis y modernizarse. Agregado oficial allá en el Norte: sólo así la humanidad toda podrá escalar el peldaño último, el más alto y luminoso de la historia.
Desde 1982 a la fecha, los gobiernos en México han seguido fielmente ésta que, por economía de lenguaje, se llama la doctrina del neoliberalismo. Ahora mismo presenciamos nuevos saltos privatizadores en materia de petroquímica y educación. Ambas cuestiones de indudable valor estratégico, si hace falta reiterarlo.
En tanto freno al proyecto original, puede aplaudirse el nuevo plan gubernamental sobre la petroquímica, anunciado el pasado 14 de octubre: el Estado conserva el 51 por ciento de sus activos en las plantas ya existentes, mientras que el 100 por ciento de nuevas plantas podrá quedar en manos de capital privado nacional o extranjero. A la larga, sin embargo, fácilmente ese último capital podrá hegemonizar la industria en su conjunto (leer y releer a Rodolfo F. Peña, ``Petrolíos'', La Jornada, 17/X/96). En materia educativa, aún no ha culminado la pulverización de la rectoría estatal, pero falta poco. Ahora los artífices de la embestida privatizadora inclusive demandan la transformación de la Secretaría de Educación Pública en un ministerio de educación a secas.
¿De veras se piensa que el fin de la rectoría estatal llevará al fin de la crisis y al comienzo del paraíso? Dicen que en política no hay vacíos porque de inmediato alguien los cubre. Y en economía ¿no? Basta de dilemas falsos y de engaños: en la medida que se debilita la rectoría del Estado, crece la rectoría de las corporaciones privadas más pudientes; que en nuestro caso, suelen ser trasnacionales y, para más detalles, corporaciones estadunidenses.
¿Y a dónde nos lleva esa otra rectoría? De la crisis a secas a una crisis casi mortal, en la que el problema de la pérdida de estabilidad económica se queda chica ante los nuevos problemas de México, potenciales o no tanto: la pérdida de estabilidad política, de gobernabilidad, de paz, de armonía y democracia mínimas; y en fin, la pérdida de integridad como nación.
La explicación no es complicada. Dejadas a su antojo, las corporaciones privadas tienden a cumplir más y mejor su razón de ser: convertirlo todo en negocios; ver a los ciudadanos sólo como clientes, a la sociedad como un agregado de clientes y a la nación, pues, como un supermercado.
Para eso se inventó el Estado; para evitar la prostitución de la libertad empresarial en vulgar libertinaje. Para educar a los ciudadanos, entre otras cosas, en el aprendizaje de que también valen las preocupaciones por lo social, lo público.
Nadie niega que la actual rectoría del Estado está carcomida por la corrupción y la ineficiencia. Pero eso no justifica reemplazarla por una rectoría en verdad canibalesca. Si realmente queremos seguir siendo una nación, ¿no es más justo y sensato sanear, democratizar al Estado?.