Juan Arturo Brennan
El palacio, una ópera política

Savonlinna, Finlandia. Al interior de una programación netamente romántica, el Festival de Opera de Savonlinna ofreció una fascinante mirada al mundo de la ópera moderna a través de El palacio, obra del compositor finlandés Aulis Sallinen, que resultó no sólo una experiencia operística muy satisfactoria sino también una inquietante aproximación a las condiciones y los personajes de nuestro mundo político. A la luz de lo visto y oído durante mi reciente viaje por Finlandia, no creo que el libreto de Irene Dische y Hans Magnus Enzensberger haya sido elegido por Sallinen para hablar de temas relacionados directamente con la actualidad política de este país nórdico. Parece, más bien, que libretistas y compositor han utilizado ciertos parámetros generales y abstractos de conducta política y social para contar una historia que, precisamente por ser tan ajena a la vida pública e institucional de Finlandia, ha llamado poderosamente la atención de los finlandeses. ¿Por qué digo que la historia de El palacio resulta como una inquietante metáfora de nuestra vida pública? No hay espacio aquí para narrar la acción íntegra del libreto, pero unas cuantas observaciones respecto al contenido dramático de la ópera de Sallinen serán más que suficientes para explicarlo.

En el interior de un palacio que es un mundo hermético y cerrado sobre sí mismo, habitan el rey, la reina y su corte, ajenos por completo a lo que sucede fuera de sus murallas. Como antagonista del mundo del palacio está lo que ellos llaman El Afuera, un mundo distinto, ajeno e irreconciliable al que tienen un miedo patológico y al que consideran como la fuente de todo mal. La corte está plagada de ministros de esto y aquello, cada uno con un cargo más ridículo que el anterior. Los aduladores se encargan de cumplir puntualmente toda una serie de complicados e inútiles rituales y ceremoniales, fingiendo dedicarse a labores sustanciales. El rey es objeto de una adulación ciega y abyecta por los habitantes del palacio, adulación nacida del miedo y la conveniencia, que no del respeto. Todos en el palacio sufren de paranoia aguda, pues el sitio está habitado por numerosas camarillas que sólo velan por sus intereses propios, y los complots son cosa de cada día. Numerosos personajes de esa corte de aduladores no son sino hábiles oportunistas que están a la espera del más mínimo resbalón del burócrata de al lado, o del propio rey, para avanzar posiciones en el tablero del ajedrez político. El rey mismo es un personaje ausente, encerrado tras dos series de muros igualmente impenetrables: los muros de piedra del palacio, y los muros de la intriga, la paranoia y la desconfianza. Este rey, silencioso, ausente e incompetente, no gobierna; en realidad, hay un poder tras el trono que maneja todo y a todos. En el mundo de El Afuera, hay gran desorden y decadencia urbana; a las masas desconcertadas y engañadas se les mantiene a raya con constantes advertencias sobre falsas amenazas a la soberanía nacional (el petate del muerto, que diríamos nosotros), amenazas que en realidad provienen del palacio mismo. Uno de los personajes menciona con toda claridad cuáles son los elementos del acontecer cotidiano al interior del palacio: miedo, engaño, desesperanza y traición. La reina se ve obligada a ser la voz de su mudo esposo, y está harta de ello. Su dama de compañía la convence de que huya hacia El Afuera, mientras que un político oscuro y oportunista se va adueñando de las riendas del poder ante la incompetencia y la pasividad del rey.

La lectura de esta somera síntesis argumental permite ver con claridad por qué El palacio de Aulis Sallinen es una ópera que puede resultar especialmente fascinante para nosotros. Basta cambiar El palacio por Los Pinos y sazonar la historia con unos cuantos toques de color local para que esta inquietante analogía sea completa.

Aulis Sallinen (1935) ha elegido un estilo musical agudo y sarcástico para contar esta historia, logrando una partitura ecléctica con referencias a estilos y corrientes diversas, entre las cuales el music-hall ocupa un lugar importante. El éxito de las representaciones de El palacio en Savonlinna se debió en buena parte a la fluida e inteligente dirección musical de Okko Kamu y a la dinámica teatral propuesta por Kalle Holmberg, en la que se enfatiza sobre todo la vacua pomposidad de los rituales palaciegos. El reparto cien por ciento finlandés supo dar a la ópera de Sallinen toda la carga de ironía que se requiere, y entre los protagonistas destacó la efervescente presencia de la soprano Ritva-Liisa Korhonen en el importante papel de Kitty, la dama de compañía de la reina, que funciona como poder catalizador entre el palacio y El Afuera. Estrenada apenas en 1995 en este mismo Festival de Opera de Savonlinna, El palacio se ha convertido ya, con amplios merecimientos, en un clásico operístico moderno, especialmente apreciado por un público europeo que ve esta historia como una fascinante, pintoresca e improbable farsa; nosotros bien podemos verla como una alegoría costumbrista. Como punto final, dedico una de las frases más contundentes del libreto de esta ópera a algún habitante de nuestro propio palacio que pudiera estar leyendo estas líneas: ``La monotonía del poder embrutece las mentes y las lenguas''.