Desde principio de 1995, cuando la crisis económica golpeó al país con toda su fuerza, evidenciando el brutal fracaso de la política económica impuesta por Carlos Salinas y sus colaboradores, haciéndonos ver que toda su faramalla triunfalista había sido un engaño, diversos grupos de la sociedad civil empezaron a plantear primero y a exigir después un cambio drástico de rumbo en la política económica.
La respuesta del gobierno actual, y muy enfáticamente del mismo presidente Zedillo, fue tajante: ``la política económica no cambiará un ápice, porque la que hemos seguido es no sólo la mejor, sino la única''. Nuestra propuesta consensada con grupos académicos, empresarios, trabajadores y organizaciones sociales --respaldada por cerca de medio millón de participantes en el Referéndum de la Libertad--, proponía, entre otras cosas, el fortalecimiento del mercado interno a través de mejores salarios, la renegociación de la deuda externa, para corresponsabilizar a los organismos acreedores y liberar recursos internos que permitiesen estimular el crecimiento de las empresas mexicanas y crear empleos, la reducción de impuestos al consumo, para paliar aunque fuera parcialmente, el impacto de la devaluación, desmotivar las prácticas especulativas ligadas a los capitales golondrinos para evitar la repetición de experiencias recientes, revisar diversos aspectos del TLC que representan graves riesgos para el desarrollo de la planta productiva, y adoptar una política de salvaguardar nuestro patrimonio nacional.
Por supuesto, las propuestas fueron ignoradas por nuestros gobernantes, pero en los meses siguientes, diversos líderes políticos, religiosos y empresariales asumieron posiciones coincidentes con ellas, al grado de que incluso un grupo numeroso de diputados priístas produjo un pronunciamiento de cambio de rumbo económico, con bastantes coincidencias con nuestro proyecto.
Los voceros gubernamentales han estado insistiendo desde entonces y hasta el día de hoy en la inminencia de la recuperación económica, apoyándose en indicadores que a nadie convencen. Se ha hablado así del incremento de las exportaciones, de cómo la balanza comercial presenta superávit y de la reducción de la inflación, y sin embargo la situación global del país y la experiencia cotidiana de los mexicanos es hoy más grave que hace un año; basta repasar algunas noticias y anuncios aparecidos en la semana para confirmarlo.
Así, el martes pasado los representantes de la industria automotriz informaron la reducción al 50 por ciento de las ventas totales correspondientes a 1996, respecto de lo que fueron en 1994, ¡incluidas las exportaciones! Se ha hablado de la creación de más de 300 mil empleos, lo cual es una bonita manera de decir que a las cifras de desempleo anteriores, se deben agregar otros 700 mil o más jóvenes que debieron incorporarse a la fuerza de trabajo durante 1996, y no pudieron hacerlo.
Asimismo, la cotización del dólar en las casas de cambio, subió unos 40 centavos; las razones que se han dado para ello están en ``la salida de capitales extranjeros'' que, desde luego, tuvieron que entrar antes. Este hecho significa que lejos de lograr ahorro interno alguno, el gobierno del país sigue buscando e induciendo la entrada de capitales extranjeros, el juego favorito de Salinas. El colmo de esto fue un comentario bastante neutro que se oyó durante el noticiario ``Hechos'' del jueves por la noche y que ha sido repetido en otros medios, en el que se responsabiliza al gobierno de la devaluación, por negarse a vender la petroquímica. O sea, para que estos señores capitalistas no retiren su dinero ¡hay que darles lo que pidan! No, pues sí, qué nos queda.
El colofón de todo esto son los desplegados de la Secretaría de Hacienda alrededor del tema ``pague impuestos, no pague consecuencias''. Haciendo a un lado el lenguaje de amenazas abiertas a la sociedad, pareciera que las autoridades hacendarias hubiesen descubierto que los miembros de la sociedad nos dedicamos masivamente a evadir nuestros compromisos fiscales. No es así, por supuesto. Lo que en realidad está pasando es que precisamente como resultado de las políticas económicas, los ingresos fiscales que debiera recibir el gobierno se han visto seriamente reducidos, porque después de todo los desempleados ni pagan ni pueden pagar impuestos, y las empresas quebradas tampoco. De hecho, es posible afirmar que hoy en día los mexicanos, hombres, mujeres y empresas, no estamos pagando impuestos, sino que directamente estamos pagando consecuencias. La pregunta que nos hacemos hoy es más bien ¿hasta cuándo?.