Ilán Semo
Abecedario de la selva

Marcos vuelve a San Cristóbal. El gobierno también. Así se inició, hace más de dos años, la paz de una guerra que nuna se combatió. Es falso que la fortuna o el azar no nos amparen. Por mucho menos, otras guerrillas y otros gobiernos han incendiado naciones enteras. Han sido dos años de invención política. El EZLN se ha revelado como el aporte más inédito que la izquierda mexicana ha hecho a la cultura política contemporánea. (No sólo de México.) Probablemente su único aporte original --si es que la metáfora todavía existe-- en su ya larga historia.

Un recuento mínimo y (atropellado) de esta heterodoxia podría proceder a la manera del cinematógrafo en una sucesión de imágenes aisladas: de la toma de las armas a la toma de la palabra; de la lucha sin clases a la lucha de redes; un capítulo anexo a la sabiduría de Klausewitz: el problema de la guerra es cómo no pelearla; la política se libra hoy en la sociedad del espectáculo, es decir, la batalla por el performance y la palabra: los signos lo son todo; los símbolos y las imágenes son más aún; los discursos son pasajeros, las imágenes también mienten; ser indígena es ser diferente; ser diferente es ser universal; la diferencia se construye en el arraigo; la identidad es una boca llena de burbujas de jabón; el enemigo cede si se le mira a los ojos; cuando reprimir es un nudo en la garganta y cooptar es inútil, sólo queda hablar; negociar es el arte de convencer a un terco de que ha ganado; Maquiavelo y Lenin son dos curiosidades del Antiguo Régimen.

Al gobierno debe reconocérsele una virtud: no haber perdido la cabeza después de haber perdido casi todo.

El dilema que enfrentan el EZLN y el gobierno evoca, desafortunadamente, el síndrome de una historia antigua y obstinada. La historia de México es dilecta en rebeliones sociales y populares. La ``guerra'' de Independencia, la ``rebelión'' de Ayutla, la ``lucha'' contra la intervención, la ``revolución'' de 1910, el ``movimiento'' de 1968 cifran los pasos reales e imaginarios de toda memoria que se pretende nacional. No es casual. Como en pocas historias, la sociedad irrumpe en la política con la sabiduría de la subversión. La independencia de México fue, como ninguna otra en América Latina, una empresa de inspiración masiva e imaginación subversiva. Los conspiradores liberales de 1852 son, en rigor, más originales que los liberales estadistas de 1867. Villa y Zapata, dos líderes ``de abajo'' que devinieron escuelas nacionales de la innovación, son raros y universales en la historia de las revoluciones modernas.

Y sin embargo, toda la imaginación subversiva ha devenido su contrario a la hora de capitalizar dividendos y construir instituciones que aseguren a los alzados los beneficios de los programas de igualdad y libertad que inspiraron a la rebelión. Los beneficios de la Independencia nunca llegaron a sus grandes protagonistas: los indígenas. Los dividendos de la Reforma cayeron en las manos exclusivas de los hacendados. Los campesinos revolucionarios y triunfantes de 1910 fueron los perdedores indiscutibles en el sistema político mexicano.

También a esta cruel obstinación el EZLN puede, si quiere efectivamente proyectar su arraigo, poner alguna suerte de fin. El problema no sólo es pasar de la guerra a la política, sino de la guerra a otro laberinto más sórdido, tedioso y gris: (para empezar) la distribución efectiva y cotidiana de la riqueza para los hombres y mujeres de los pueblos que dieron vida al nuevo abecedario de la selva.