A los jurados de los premios Nobel les gusta sorprender. Después de revelar al mundo asombrado a una poeta polaca, famosa en su país pero desconocida afuera, acaban de dar el Nobel de la Paz a los ignorados defensores de una pequeña nación tan desconocida como víctima de la historia. Había otro obispo candidato a ese Nobel, pero el que salió no lo era: el obispo católico Carlos Filipe Ximenes Belo, en compañía de José Ramón Horta, fue premiado por su labor: arreglar el conflicto entre los habitantes de Timor y la gran Indonesia.
Las Naciones Unidas no reconocen la soberanía indonesia sobre Timor oriental, antigua posesión colonial portuguesa, invadida en 1975 y luego anexada por Indonesia. Los movimientos independentistas de Timor se habían reconciliado con el Portugal de la ``revolución de los claveles'' y habían proclamado una república democrática independiente, con la anuencia de Lisboa. Diez días después el poderoso ejército indonesio invadió la isla, que quedó convertida en la 27a provincia de la República Indonesia (casi 2 millones de km2 y 185 millones de habitantes). Yakarta no necesitaba sumar 800 mil católicos a su gran población musulmana, pero, desde su independencia en 1945, no se ha cansado de anexar territorios y etnias.
Desde la anexión, el gobierno indonesio ha usado una violencia extrema contra la resistencia armada, y luego contra la resistencia pacífica de los habitantes de Timor oriental. Diversas estimaciones calculan que la represión de la guerrilla ha costado entre 70 mil y 200 mil muertes. Hasta la fecha no han cesado los enfrentamientos entre insurgentes y soldados indonesios, por más que la guerrilla se haya encontrado siempre sola en un combate desesperado.
La lucha política de Timor oriental tampoco ha merecido la atención del mundo. Como en el caso del Tibet, otra pequeña nación oprimida por un gigante, el mundo da el caso por perdido. Fuera de algunas breves menciones en el Comité de Descolonización de la ONU, y de las informaciones transmitidas por la Iglesia católica, nadie habla de Timor; en Lisboa se sabe algo por la presencia de refugiados timorenses que consiguieron el asilo político. De vez en cuando una represión especialmente dura llama la atención de los noticieros. Así, en 1991, cuando el ejército disparó en Dili, la capital y sede de la diócesis del obispo timorense, hoy galardonado, los manifestantes sufrieron un centenar de bajas y el comandante de las fuerzas armadas indonesias amenazó con ``aniquilar a todos los separatistas''.
En este caso sí hubo una viva reacción internacional, a tal grado que, hecho sin precedente, el presidente eterno Suharto castigó a varios oficiales. Luego, redobló la represión y la presencia militar, mientras se aceleraba la colonización de la isla con campesinos, trasplantados desde la sobrepoblada Java. Es exactamente el mismo esquema que Indonesia había aplicado unos años antes a la parte occidental de la inmensa isla de Papuasia, antigua colonia holandesa, anexada contra todo derecho como ``Irian Joya''.
En 1992 el líder insurgente José Xanana fue detenido y condenado a 20 años de cárcel. Desde su nombramiento, en 1983, el obispo Ximenes Belo ha sido un crítico implacable de Yakarta y el defensor de su pueblo. También ha criticado la lucha armada como contraproducente de una solución justa y pacífica. En 1994, se pronunció a favor de un estatuto especial de autonomía, pero el gobierno no hace caso y lo trata como a un preso en libertad condicional. La atribución del premio Nobel le servirá de escudo, pero Yakarta nunca hizo caso a las críticas morales.