Mauricio Merino
A petición de parte

Hace 15 días publiqué un artículo en el que afirmaba que Esteban Moctezuma se había ido al PRI sin haber concluido el programa sobre federalismo que, se supone, estaba ayudando a formular desde la asesoría especial al Presidente. Muy poco después me llamaron para aclararme, con razón, que el programa nunca fue una responsabilidad legal de su oficina, que en todo caso se limitaba a proponerle decisiones sobre la materia al Presidente y, en consecuencia, al gobierno federal. Me dijeron que, sin embargo, Moctezuma logró influir en el aumento de los recursos destinados al Ramo XXVI del presupuesto federal de egresos; que hizo posible que la mayor parte del gasto federal se efectúe ahora a través de los estados; y que colaboró directamente en el diseño y en la puesta en marcha de la muy reciente descentralización adicional de los servicios de salud, entre otras decisiones acaso menos relevantes. Todo eso se informó públicamente unos días más tarde, cuando Moctezuma renunció a la asesoría presidencial para convertirse en uno de los nuevos dirigentes del partido oficial.

De acuerdo, Moctezuma tiene toda la razón en cuanto a las posibilidades jurídicas que le daba el puesto de asesor para completar desde su oficina un programa sobre el federalismo; y también es justo reconocerle que, a pesar de ello, aquellas decisiones en las que dice haber influido no son de poca monta. También acierta en su reclamo, pues es frecuente que quienes escribimos en los diarios lancemos afirmaciones que no siempre se sostienen en información exacta, ignorantes de los pasillos interiores del poder en donde se gestan las políticas. Todo eso es cierto, y espero que estas notas sirvan para matizar mis afirmaciones anteriores; Moctezuma no se fue al PRI sin haber hecho la tarea que le correspondía, sino que hizo todo lo posible por cumplirla.

Ahora bien, llegados a este punto, debo agregar que mis preocupaciones anteriores sobre el curso del federalismo no sólo no se mitigaron, sino que se multiplicaron seriamente. Y espero que esta vez Esteban Moctezuma comparta mis razones: no sólo seguimos sin contar con un programa completo para renovar nuestro federalismo, sino que las decisiones que hasta este momento se han tomado revelan una resistencia burocrática mucho mayor de la que se deja ver en los medios de comunicación, si se toma en cuenta el tiempo transcurrido.

Como afirmé en aquel artículo, lo que está en debate no es si Moctezuma trabajó con éxito o no --que, por lo demás, no me corresponde a mí juzgarlo, ni tengo por qué hacerlo--, sino la urgente necesidad de abrir cauces institucionales capaces de mitigar el conflicto potencial que se está incubando en los reclamos regionales sobre federalismo. Lo que está en juego no son las personas, que pueden ser muy respetables, sino la capacidad del régimen para afrontar el federalismo como una segunda transición hacia la democracia, y también hacia la eficacia de las políticas públicas que han de desenvolverse en todo el territorio nacional.

Hace falta mucho más trabajo jurídico para ``limpiar'' nuestra legislación de las trabas que siguen limitando las capacidades locales; más trabajo político, para democratizar en serio a la mayor parte de los gobiernos locales del país, y para fortalecer a sus instituciones propias; más trabajo administrativo, para profesionalizar a los cuadros intermedios que toman decisiones cada día en nombre de las necesidades regionales y municipales; y más trabajo fiscal para que los gobiernos locales tengan incentivos reales para convertirse en generadores eficaces de ingreso nacional, y no sólo en un conducto para el gasto público.

Hay mucho trabajo por delante, que debe hacerse de manera pública y abierta --con información suficiente, que de paso nos evitará muchos reclamos--, y que además no debiera proceder únicamente del gobierno federal, sino incluir de manera principal al Senado que representa el federalismo, y de los propios gobiernos estatales.

Déjeme el lector decirlo de este modo, para que ya no haya dudas sobre el sentido de estas preocupaciones: si un funcionario eficiente y bien apoyado por el Presidente de la República pudo apenas empujar un trecho, por muy importante que haya sido, la lección es que el desafío --y vuelve a tener razón mi reclamante-- es de una dimensión mucho mayor que la que podría afrontar una sola oficina. Se trata de un reto nacional, que por cierto tampoco le corresponderá exclusivamente al PRI, y más vale que lo vayamos asumiendo pronto.