Jorge Legorreta
La ciudad del automóvil

De repente, el aire de la región más transparente se nos volvió a pintar de gris. Ayer y hoy, por segunda vez en el año, casi el 50 por ciento de los automotores de la ciudad fueron obligados a no circular por los elevados índices de contaminación. Paralizar casi dos millones de automóviles como una forma de enfrentar la contaminación representa, por eso, un fenómeno insólito no adoptado hasta ahora en ninguna otra ciudad del mundo. Si bien es cierto expresa, en gran medida, el fracaso histórico de las tecnologías automotrices del siglo XX, es más significativo el fracaso y las limitaciones de nuestras políticas ambientales frente a una ciudad diseñada para el dominio y el predominio del automóvil.

Los informes oficiales del sexenio sobre el supuesto control y disminución de la contaminación aparecen cuestionados frente a la medida que demuestra mayor gravedad, pues se toma ya no durante el periodo invernal considerado tradicionalmente como de emergencias y contingencias ambientales (la primera vez se aplicó el 19 y 20 de enero). Si en realidad los elevados índices de contaminación se presentan durante todo el año, ¿qué nos esperará para el próximo invierno? ¿paralizar más veces y más autos resolverá el problema de fondo? Definitivamente no.

Hay varias razones. La ciudad continuará incorporando cada vez más autos incentivados por políticas económicas, fiscales y urbanísticas orientadas a mantener las rentabilidades de la gran industria automotriz, una de las ramas económicas más sólidas en el mundo. El gran orgullo nacional y trasnacional de nuestro país lo expresan las páginas de los diarios y los anuncios televisivos sobre los nuevos modelos de autos. A pesar de la crisis, la industria automotriz estima vender aquí en los próximos 15 años alrededor de un millón 800 mil automotores o 120 mil al año, lo que representa una tasa de crecimiento del 2.8 por ciento, casi dos veces superior a la de la población, estimada en sólo 1.5 por ciento. Dicho en otros términos, de aquí al año 2010 la ciudad pasará de 17.1 millones de habitantes a 20.6 y de 4 millones de autos a 5.8; por cada dos habitantes habrá un auto más. Sólo una minoría tendrá un auto nuevo, es cierto, pero los anhelos en las mayorías no desaparecerán, pues forman parte de sus conciencias.

Es un mito creer que las unidades nuevas y los más estrictos controles de verificación disminuyen la cantidad de los viejos modelos contaminantes. Estos son adquiridos por un sector de la población debido precisamente a la aplicación del programa Hoy No Circula.

Arreglos mecánicos temporales y la todavía presente corrupción en los centros de verificación los hacen circular, incrementando, al parecer, los índices de contaminación que tenemos a la vista.

Urbanísticamente la ciudad es también pensada y construida para el automóvil. Viejas y nuevas vialidades se han edificado para otorgar las máximas ventajas al auto, ocupando 10 veces más vialidad que el transporte público. La estructura vial de la ciudad está al servicio del automóvil, como se demuestra, por ejemplo, en el Periférico. Ahí los carriles centrales son ocupados exclusivamente por el transporte individual, mientras el transporte colectivo es obligado a transitar por los más congestionados carriles laterales. Vialidades protegidas para el uso de otros transportes alternativos menos contaminantes, como bicicletas, motonetas, trolebuses y tranvías, no son prioritarios.

Otros grandes proyectos e inversiones en puerta expresan igualmente un modelo de ciudad para el automóvil, como son los dobles pisos y los estacionamientos subterráneos, diseñados exclusivamente para el uso del automóvil. Se trata, en fin, de una cultura fuertemente arraigada en las esferas de la administración pública, alejada cada vez más de los objetivos por tener una ciudad donde predomina el transporte colectivo sobre el individual y como resultado se aminoren los críticos índices de contaminación. Más programas de contingencias paralizando miles de automotores y otras actividades productivas es un paliativo y no resolverá el problema de fondo. Pero sí, en cambio, continuará afectando la ya de por sí endeble base económica de la ciudad.

Hacer del auto un lujo y no una imprescindible necesidad, así como acortar los tiempos para obligar a los grandes consorcios trasnacionales a incorporar tecnologías automotrices menos contaminanres, es la única forma como se ha resuelto en otras ciudades el problema de la contaminación.

Una ciudad para el hombre y no para el automóvil. Un aire que no pase de gris a negro y recupere su transparencia todo el año; esas deberían ser nuestras principales preocupaciones en el futuro.