La Jornada 17 de octubre de 1996

INCOGNITAS DE LA POLITICA CAMBIARIA

En días recientes se ha registrado un significativo retroceso en la cotización del peso mexicano frente al dólar estadunidense. En la lógica de libre flotación adoptada desde el principio de este gobierno, el tipo de cambio debería obedecer únicamente a la correlación entre la oferta y la demanda de divisas, y el comportamiento de correlación debería ser reflejo, a su vez, de la marcha de la economía nacional.

Si las cosas fueran tan sencillas cabría tomar por satisfactoria la determinación expresada ayer por el gobernador del Banco de México, Miguel Mancera Aguayo, ante las comisiones de Hacienda y Crédito Público del Congreso de la Unión, en el sentido de que no hay razón para modificar tal política.

Pero en esa misma lógica la afirmación de Mancera es insuficiente, toda vez que no resulta fácil explicar por qué el buen desempeño económico, que en lo general anuncian las autoridades económicas, y los indicios de recuperación de los que se habla en las esferas oficiales no han implicado una revaluación, o por lo menos una estabilización, de la moneda nacional, la cual, por el contrario, sigue retrocediendo ante el dólar.

Acaso las respuestas a esta interrogante deban encontrarse fuera de la ortodoxa visión monetarista que tiene en el Banco de México a su bastión principal, y suponer que tras el errático comportamiento del peso en los mercados cambiarios hay, además de razones de oferta y demanda, importantes factores políticos e incluso sicológicos que debieran ser tomados en cuenta a la hora de determinar, mantener o desechar los mecanismos actualmente establecidos para definir el tipo de cambio.

Si la cotización de la divisa mexicana fuera un asunto meramente monetario, la depreciación experimentada por el peso en las últimas jornadas cambiarias --y cuyos porcentajes entran en el rango de lo que es ``normal'' en otras naciones-- no tendría que generar, como ha ocurrido, una profunda inquietud en la opinión pública. Pero en México el término devaluación tiene severas implicaciones negativas, en razón de una ya vieja historia en la que los movimientos depreciatorios de nuestra moneda han sido inequívoco augurio de penuria, contracción económica, pérdida de empleos, reducción del ingreso y, en forma inevitable, generación de animadversión popular hacia las autoridades.

Si se consideran estos elementos de contexto, y cuando el afamado economista Rudiger Dornbusch viene a México a prescribir medidas devaluatorias, diríase que, o bien desconoce el país del que está hablando o bien que --aunque el Banco de México no se haya enterado-- las presiones políticas sí inciden en la cotización de la moneda nacional y que el profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets funciona, acaso sin saberlo, como instrumento de ellas.

Como quiera que sea, resultaría saludable --en el ánimo de despejar inquietudes tal vez infundadas-- que las autoridades monetarias dieran una explicación más convincente a los fenómenos cambiarios de los últimos días y a los que, con razón o sin ella, la sociedad atribuye un carácter ominoso.