Si los acontecimientos del mundo rural mexicano de hoy nos remiten irremisiblemente a las regiones de revuelta indígena del siglo XIX, algunos aspectos de nuestra transición frenada parecen llevarnos aún más atrás: al siglo XVII novohispano, al ``siglo de la depresión''. Ese siglo de la primera globalización, conocido como de oro (o de hierro, según les fuera en la feria), sufrió una de las más profundas revoluciones científicas jamás vistas en el contexto de una de las crisis económicas más prolongadas. Al mismo tiempo que los tribunales inquisitoriales del mundo católico extirpaban hechicerías y herejías, o quemaban brujas, apóstatas o sodomitas (de Italia a Salem y de México a Brasil), un puñado de científicos sentaban las bases, como Newton o Descartes, de la apreciación racional del mundo. Desde entonces se desataría en cadena la Edad de la Razón, que el gran físico Prigogine ha llamado más bien ``el desencantamiento del mundo''. La racionalidad se impuso a tal punto que terminó por desplazar a los bosques encantados y a los fantasmas familiares, al demonio que abandona la escena de sus apariciones y a lo real maravilloso que era hasta entonces el combustible de las mentalidades, los pareceres y las actitudes. Este triunfo de la razón no era, sin embargo, definitivo...
Empeñado en borrar las huellas de sus propios crímenes y felonías, el grupo en el poder recurre hoy al costado macabro de lo escandaloso y abandona con rapidez las bases mínimas de esa Edad de la Razón que parecían haber consagrado en México las reformas borbónicas y el más reciente proceso de urbanización. Se sientan así las bases de nuestra arcaica transición a la ``modernidad''. Los ``demonios sueltos'' invocados como metáfora por el ex procurador prófugo Mario Ruiz Massieu son ahora reales en su calidad de auténticos demonios, extirpados con las armas exorcistas de la demonología medieval del priísmo tardío. Demonios que sirven para aplazar, por la vía del escándalo, la necesidad urgente de un nuevo pacto social y político que aleje al país de la violencia real. La ``casa de los espíritus'' en que se ha convertido la PGR --con su corte de videntes y hechiceras, de agoreros y adivinadores--, construye pruebas grotescas, muy similares a las del Ramo Inquisición (Archivo General de la Nación) en los siglos coloniales. Pruebas que posiblemente --y ésta es la intención última--, terminen por ser sobreseídas y anuladas por las armas de la razón, dejando impunes a los miembros de la minoría en el poder que hoy son eventualmente perseguidos y procesados. Los tiempos oscuros del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que por medio de la práctica de la tortura nunca abandonaron a los ``usos y costumbres'' del Poder Judicial mexicano, retornan con una fuerza avasalladora: la del espíritu intolerante de la derecha en el poder, la de la delación y el disimulo que caracterizaron al Santo Oficio en tierras mexicanas.
Así las cosas, el cadáver putrefacto y descuartizado del sistema político mexicano se rehúsa abiertamente a la transición, a reconocer su propia descomposición y pretende perpetuarse, con ayuda de las fuerzas del Infierno y los poderes extraterrestres, de aquí a la eternidad. Una reforma electoral mínima, pero que llena con creces las estrechas miras de los partidos políticos que la avalaron, sustituye al cambio que reclaman sectores dinámicos pero inconexos de la sociedad civil y asegura la inequidad electoral, la permanencia en el poder de las fuerzas de la ``modernización arcaizante'' que hoy padecemos en todos los órdenes. Con toda la enjundia del Malleus Maleficarum, o del Flagelus Demonum, que seguramente son hoy los libros de cabecera del poder --como lo fueron de Torquemada y Diego de Landa--, se conjura a la realidad crítica y violenta del México de fin de siglo, convertida por los nuevos inquisidores en objeto de exorcismo. La paranoia del poder crea sus propios demonios, fabrica ``terroristas'' y construye pruebas con el aval del Más allá. Enorme esfuerzo tendrá que ser desplegado por la aletargada sociedad civil para sacudirse estos espectros y empujar hacia una transición real a la democracia y a un auténtico Estado de derecho. Un sistema de fetidez funeral, empeñado en perpetuarse, nos asusta con su ``petate del muerto'' e intenta frenar los signos vitales de una sociedad que se organiza por todas partes. El proyecto económico actual ya logró revivir las rebeliones indígenas del XIX, y está a punto de hacernos caer a todos en las trampas de la fe de los primeros dos siglos de la Colonia.