Hay quienes confunden el sujeto con su predicado. Capitalismo, sujeto; estatismo, predicado nominal que enuncia una cualidad del sujeto, es decir del capitalismo. Al confundir, deliberadamente o no, el sujeto con su predicado, se cae en el error de imputarle a las formas del sujeto lo que el sujeto produce con su acción.
El presidente Zedillo ha dicho que la pobreza y la desigualdad son producto del estatismo y del proteccionismo en lo económico, del autoritarismo en lo político, del paternalismo en lo social y de los populismos de izquierda y derecha, y no de la liberalización de la economía.
Zedillo es economista, y no necesariamente se le tendría que pedir que sea riguroso en conceptos propios de la ciencia política (y por los lugares en que estudió, de la economía política), pero como economista y como presidente de un país bien podría tener cuidado en la diferencia entre un sujeto y su predicado, y entre el Estado y las formas que éste adquiere en función de la correlación de las fuerzas sociales en un país y momento dados.
Los economistas saben (o debieran saber) que la economía tiene algunas leyes, una de éstas es la concentración y la centralización de la riqueza. Saben también que la única manera de evitar excesos de concentración y de centralización de la riqueza es mediante la intervención del Estado por la vía de la adopción de un modelo económico, según las circunstancias. Saben, asimismo, que la adopción de un cierto modelo económico u otro tiene implicaciones políticas, sociales y modos de dominación.
La intervención del Estado para regular la economía se introdujo en Suecia, siguiendo al economista Ernst Wigforss, cuatro años antes de que Keynes publicara su Teoría general. Luego fue introducida en otros países, incluso en aquéllos, como Estados Unidos, que se vanagloriaban de ser defensores del liberalismo económico. Dicha intervención del Estado fue fundamental para salvar la economía capitalista y para reducir drásticamente el desempleo provocado por la crisis de 1929. En la política del Estado de bienestar (que era intervencionista) la filosofía del discurso podría sintetizarse de la siguiente manera: tanto la clase obrera como los capitalistas debían reconocer que la supresión del otro no llevaría al interés común de incrementar la eficiencia en la producción y, se añadía, que ésta tendría como objetivo la provisión de recursos para asegurar bienestar social para todos, y no sólo para los capitalistas.
Este modelo económico tuvo implicaciones políticas y sociales al ser desvirtuado: permitió el dominio del autoritarismo, formas corporativas de dominación, expresiones populistas -ciertamente de izquierda (Cárdenas en México) y de derecha (Perón en Argentina)- y paternalismo social. Pero estas expresiones políticas del intervencionismo estatal no fueron consecuencia del modelo, sino formas viciadas de ejercer el poder que llevaron de nuevo, no en todos los países, al aumento de las desigualdades sociales. En otros términos, las formas viciadas de implantar el Welfare State, dirigido por demagogos y gobernantes corruptos, lejos de buscar el bienestar para todos sin afectar sustancialmente a capitalistas y a trabajadores, prohijó que los amigos del poder estatal (amigos por conveniencia o por corrupción) se enriquecieran en demasía y que los pobres aumentaran en número o en nivel de pobreza.
Pero no fue el modelo intervencionista el que motivó el autoritarismo, sino los intereses creados a su sombra en connivencia con gobernantes corruptos y demagogos enriquecidos con dinero público. Paternalismo y populismo, especialmente el primero, no han sido sino formas de disfrazar los intereses antipopulares defendidos por los gobernantes. Y cuando se gobierna en contra del pueblo se cae, necesariamente, en el autoritarismo. El fin del intervencionismo estatal en la economía, es decir la liberalización económica (que no es exactamente tal), ha
conducido a la negación de los trabajadores por parte de los capitalistas y ha traído, en menos tiempo que el que duró el intervencionismo estatal, mayor pobreza en amplitud y en profundidad, mayor desempleo que el provocado por la crisis del 29, cierre de expectativas para países enteros y un triste destino para miles de millones de seres humanos condenados a morir de hambre y marginación