Las relaciones de poder, decía Nietzsche, son el ``flujo'' mismo en que se expresa la historia. Y añadía que el vano intento de frenar la historia se paga invariablemente con la decadencia, la fragmentación social y la debilidad comunitaria. Pero la historia no se detiene, como no se frenan las relaciones sociales y su flujo permanente.
Hemos expresado que el problema político fundamental de México hoy --que se gesta desde hace tiempo, desde hace varios sexenios-- se refiere al gradual alejamiento del poder público de la sociedad y sus necesidades, al hecho, como ha escrito Julieta Campos, de una ``visión'' de la política construida exclusivamente ``desde arriba'', con base en la ``visión'' de las élites que no considera el ``flujo'' real de la historia social, sus cambios y necesidades. En esa perspectiva el poder político pierde legitimidad y se hace poder escueto, relaciones desnudas de fuerza que se aplican a contracorriente de la sociedad. ¿Hasta cuándo?
En realidad, las luchas sociales y populares en México siempre han tenido lugar para hacer del poder político una instancia funcional a la sociedad, para hacer del poder político un poder social, poder político legítimo y legitimado.
¿Se presentan ahora algunos síntomas en esa dirección? ¿Se configura algo así como una ``nueva sensibilidad'' de gobierno? Si en verdad hay síntomas en esa dirección aún han de encarnar efectivamente y profundizarse, prolongarse, constituir la forma permanente de gobernar. Por lo demás, debe subrayarse que esa posible ``modificación'' es el resultado de amplias manifestaciones sociales y presiones políticas, que tal vez comienzan a ser escuchadas.
¿Serían síntomas la ``corrección'' parcial del proceso de privatización de la petroquímica, o la presencia de Ramona en el Congreso Indigenista, como antes lo fue la negociación sobre la reforma electoral, como pudiera ser inclusive la declaración de Pérez Jácome en el sentido de que el gobierno, bajo ciertas condiciones, no se cerraría a contactos políticos con el EPR?
¿Es otro síntoma de diversificación saludable dentro del gobierno por ejemplo la excelente declaración de Francisco Suárez Dávila, diputado del PRI, caracterizando los dogmatismos y rigideces de la política económica del gobierno, sobre todo desde 1988, y la profunda crisis social que desencadenó?
¿Lo es también la declaración del presidente Zedillo en el sentido de que ``su administración está abriendo camino a un Estado promotor de la economía de mercado, que profundice su compromiso con una política social extensa y participativa, sin confundir que el crecimiento es el medio para llegar al objetivo de elevar los niveles de ingreso y bienestar del pueblo''?
El hecho de que reconozca el Presidente que ``el Estado es promotor de la economía de mercado'', ¿lo lleva ya paulatinamente a la idea de que el Estado es factor fundamental ``también'' en la ``promoción'' de los ingresos y el bienestar del pueblo? ¿Y a la convicción de que el ``mercado'' no resuelve sino marginadamente los problemas sociales, y que esa responsabilidad corresponde al Estado, sobre todo en países como el nuestro (en el ``arranque'' del desarrollo)? Y más en profundidad ¿a la idea de que la economía mundial se mueve corrigiendo el péndulo ``liberal'' y reconociendo que el Estado es imprescindible para corregir los vacíos sociales que deja abiertos como heridas el endiosamiento del mercado?
¿Se produce el milagro? Para el gobierno es fundamental entender que no es posible ya insistir neciamente en una política devastadora para la sociedad, y en prácticas políticas que tuvieron sentido en otros tiempos. La caldera está cargada y no diremos que está a punto de estallar: explota todos los días. Por supuesto no se trata --éste el enorme peligro que se anida en las esferas más tradicionales del poder-- de cambiar y retocar aquí, de simular allá y de engañar con la intención de que no cambie lo esencial: el poder y los intereses de quienes han detentado los privilegios durante décadas.
No, no se trata de eso porque la caldera seguiría estallando y las explosiones serían inevitablemente cada vez más potentes y destructivas. ¿Todavía es tiempo? Pudiera ser que sí en el caso de modificar el gobierno su perspectiva y ahondar su política en el sentido de los ``síntomas'' que señalábamos, y de hacer de esa política una línea permanente y no esporádica. Por parte de la sociedad, de los grupos y clases menos favorecidos, de aquéllos que han sufrido la desolación y el quebranto, la opción es muy clara: continuar la lucha política y organizada para alcanzar los fines, respetos y satisfacciones de que han carecido durante tantos años.