El arte mexicano en su historia, el de la antigüedad prehispánica, el novohispano y el de nuestros días, ha despertado interés en estudiosos de otros ámbitos. Pero esa vocación hacia nuestro arte pasado y presente parece concentrarse en ciertos tiempos y relajarse en otros. Han sido historiadores europeos, principalmente españoles por la natural relación cultural, como Diego Angulo o Marco Dorta, aunque los franceses, como Robert Ricard o Marcel Batallion también hicieron a nuestra historiografía destacadas contribuciones.
El interés de artistas, coleccionistas y académicos de Estados Unidos por nuestro arte tiene importancia notable, concentrada, en algunos momentos específicos, pero siempre latente. Entre los finales del siglo XIX y el temprano siglo XX se formaron algunas importantes colecciones estadunidenses, así como se produjeron algunos estudios iniciales que culminarían con la obra de Sylvester Baxter La arquitectura hispano-colonial en México, de 1901, traducida en 1934 con introducción y notas de Manuel Toussaint. Después de 1923 y hasta finales de los cuarentas y principios de los cincuentas se abre otro largo periodo de vocación estadunidense hacia nuestro arte, incitado quizá principalmente por la presencia del muralismo y de la pintura de ``escuela mexicana'' de esos años, pero que se extiende hacia lo colonial y lo prehispánico.
Es ahí donde se inscribe la notable labor de George Kubler en estos dos últimos campos.
La Arquitectura mexicana del siglo XVI, publicada por la Universidad de Yale en 1948, es la primera gran obra de Kubler sobre México. No fue traducida al español sino en 1983, por el FCE, en parte porque, después de cierto tiempo, el autor pensaba que debía ponerse al día con los hallazgos monumentales y documentales que venían sucediéndose. Aceptó final y felizmente: ese libro es un clásico de la historiografía sobre el arte mexicano y un modelo vigente de las posibilidades del trabajo en historia del arte.
En esa obra, iniciada a principios de los cuarentas, cuando Kubler no llegaba a sus 30, fruto de la investigación en fuentes primarias y documentales, de numerosas visitas a México en pos de los monumentos y documentos de archivo, del intercambio con estudiosos mexicanos como Toussaint (a quien dedica la obra), Cervantes, Romero de Terreros, Justino Fernández, y estadunidenses como Mc Andrew y Elizabeth Wilder-Weisman, relaciona las obras con su contexto demográfico (ya estaba la ``escuela de California'' con Coock y Borah), con las formas de producción, con la realidad de las comunidades, con el urbanismo y con la acción de las órdenes mendicantes.
Kubler, de ascendencia alemana, cursó estudios en EU y en Europa, fue discípulo de Kroeber y de Hanri de Focillon, y con esa formación renovadora pudo enfrentarse a campos del arte diferentes al europeo. Con Soria escribió la obra Arte en España, Portugal y sus dominios. Realizó y publicó numerosísimas investigaciones, ejemplares en su rigor y su método. Y fue un gran formador de nuevos estudios a través de sus cátedras y seminarios en la Universidad de Yale.
Su interés fue derivando hacia el arte prehispánico, donde realizó destacados estudios en la iconografía. En sus últimos tiempos, como profesor activo alternaba en sus seminarios lo prehispánico con lo colonial. No por eso dejó de ocuparse de otras regiones artísticas, como en su última monumental obra sobre El Escorial.
Como teórico del arte su obra quizá más destacada es The Shape of Time (1962), en la que critica al concepto de ``estilo'' y pone en duda su utilidad para entender los fenómenos artísticos; propone las ideas de ``continuidades'' y ``rompimientos'' para aprehender los fenómenos de arte, especialmente los alejados de los centros europeos. Esa obra capital, al parecer muy discutida, ha tomado en estos tiempos de posmodernidad nuevo aire y es cita indispensable.
Dado que sus primeras investigaciones importantes fueron sobre México, Kubler mantuvo una estrecha relación con nuestro país. Su cercana amistad con Toussaint, con Justino Fernández y con Edmundo O'Gorman, de gran cordialidad y discusión académica, se mantuvo hasta la muerte de ellos. Se continuó con quienes les sucedimos como investigadores en el Instituto de Investigaciones Estéticas. Hasta que la salud se lo permitió, participó y fue ponente en gran parte de los 20 coloquios internacionales del Instituto, acompañado por Betty, su inteligente, fina y graciosa compañera de toda la vida, que ya era su esposa en los tiempos en que preparaba La arquitectura mexicana del siglo XVI. Era miembro corresponsal de la Academia Mexicana de la Historia, donde también cultivó amistades estrechas.
George Kubler murió súbitamente el pasado 3 de octubre en su casa de Hamdem, Connecticut, a los 84 años. Su inmensa obra permanecerá y se acrecentará en el tiempo; la cauda de sus discípulos da testimonios de sus calidades en EU, en otros países de América y Europa. Sus méritos como investigador y pensador seguirán siendo reconocidos por sus colegas historiadores del arte. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, recordaremos, además, su viva y siempre sorprendente inteligencia, su amena plática, su distinguida pero muy lejana elegancia, su bonhomía.