La actual familia de los Salinas se delineó, desde su inicio en la vida pública, con similares rasgos, visiones y reflejos con los que las élites políticas acostumbran forrar a sus protegidos: saturados de facilidades y recovecos ocultables. No son, por desgracia, un caso aislado, sino más bien la constante de un medio ambiente plagado con valoraciones y prácticas que contravienen, de manera flagrante, cualquier código de ética.
Después de su gestión como secretario de Estado, Raúl Salinas Lozano padeció el ostracismo del echeverriato no sin haber amasado un mullido colchón financiero que le hiciera pasable el desempleo.
Pudo así rodear a sus hijos con las delicadezas de lujos variados para que sus muchachos, andando los días, llegaran a situarse en el santoral de las desgracias mexicanas.
Raúl 2, el de los batazos cruentos, mostró sus inclinaciones para la rapiña desde muy temprano.
Siendo director de caminos rurales de la Secretaría de Comunicaciones estuvo a un paso de ir a la cárcel por desfalco de montos considerables. La influencia creciente de su hermano lo mantuvo, desde entonces, fuera de chirona.
Durante todo el mandato de su hermano Carlos y desde que éste era titular de la Secretaría de Programación y Presupuesto, las andanzas de Raúl eran bien conocidas por mucha gente. Desde procuradores, pasando por consejeros áulicos, intelectuales, líderes, otros secretarios, algunos periodistas, sus padres, hermanos y los amigos que, como el otro Salinas (Pliego), dicen que era algo aconsejable rozarse con el hermano del presidente en turno. No importaba para qué ni cuáles eran las condiciones de tan buscada relación.
Eran también los hermanos Salinas miembros destacados de su partido y nadie les puso dentro de él reparo alguno. Las tropelías de tan ``egregia'' familia son ahora conocidas y muchas de ellas bastante documentadas como para seguirles procesos formales en México, Suiza, Estados Unidos o Francia.
Multinacionales los ``buenos chicos''.
Más que regodearse en la triste historia así esquematizada, lo prudente y necesario es volver los ojos hacia el quehacer público de la nación y revisar todos aquellos procedimientos que hacen factible tan profundos desajustes. No todos los funcionarios, contratistas y políticos de nivel, en efecto, son bandoleros. Aquéllos que resisten las tentaciones del dinero fácil, que los hay por fortuna, lo hacen por restricciones que ellos se han impuesto. Tienen, eso sí, que remar contra la corriente que los lleva a las componendas y los trafiques con inauditas facilidades.
Debajo de cada devaluación, en las fugas de capital, implícitas en la venta fraudulenta de empresas, en las concesiones a trasmano de hipódromos, las grandes quiebras, indudables en las elecciones amañadas, en los disfraces torpes del financiamiento al PRI, anudando las reformas fiscales incompletas, haciendo eficiente la fábrica de pobres al por mayor, auxiliando a la debilidad misma de la oposición, desviando la crítica y dando calor al periodismo corrompido, está un engranaje bien arraigado, sutil y grotesco que mina la base moral, la calidad técnica, la entereza decisoria y el sólido fundamento operativo de la élite del país. Es esta maraña de complicidades, faltas de respeto, ambiciones desbocadas, laxas conciencias y dislocado Estado de derecho lo que ha venido mermando la habilidad para conducir con acierto y bondad social los asuntos de todos. Treinta o cuarenta años de hilvanada decadencia apoyan la argumentación.
Es trágico notar cómo en México puede mentirse abiertamente desde el poder y seguir circulando por los cuartos de decisiones, lugares donde se mal oculta o se niegan, con cinismo ramplón, las tropelías de figuras públicas para que pueden seguir meneando el pandero, tener su propia fama, un terreno turístico, un banco, ser el amo de las tortillas o de los teléfonos celulares. Desgraciadamente el contagio a grandes capas de la sociedad no ha quedado libre de culpas y costos. Muchos siguen votando por sus verdugos y toleran a otros que exprimen el presupuesto diciendo que quieren educar, rescatar miserables y pasar empresas a manos de cualquiera que las pague, aunque sea mal. Pero también hay en la nación otra mucha gente con reciedumbre y entereza (Ramona, por ejemplo), con decentes costumbres de hombres y mujeres comunes y dignidades que se van robusteciendo. El saneamiento de la vida pública y la vigilancia sobre la conducta privada de las élites, es una tarea por venir pero tan cercana como el salvamento y la continuidad del país.