Las formas y niveles de sentirse mexicano son tan abigarrados como inencontrables. Dependen, a la vez, de un sinnúmero de circunstancias, que por no ser universales, no pueden compartirse. Explico mi confusa idea: al analfabeta, a quien gana menos de un salario mínimo, al adolescente que carece de todo recurso para pensar que la vida es esperanza, y a otros 40 millones de connacionales que viven entre la miseria o la pobreza, poco o nada, importa ser mexicano. El lábaro patrio, el mexicanos al grito de guerra, y el heroísmo de Morelos, Hidalgo o Zapata los tienen sin cuidado; al ser abandonados por su país, el ser mexicano, carece de lógica. Para incontables connacionales, la condición de pertenecer a una patria es mera retórica: no sirve ser ciudadano mexicano, pues la supervivencia, para estas mayorías, es azarosa, caprichosa, cruda. Depende de ellos: no existe protección social suficiente. El destino se resume en el enfrentamiento con un día --hoy trabajé, hoy comieron mis hijos, hoy pude ir al médico-- y no, como debería ser, con la posibilidad de un futuro digno, producto de políticas económicas exitosas y distribución racional de justicia y equidad.
En este ámbito, para quienes han sobrevivido a los embates de los gobiernos previos, la mexicanidad es una idea efímera, sin importancia. Quien viaja a Estados Unidos como trabajador migratorio y empeña su presente, la conciencia de nacionalidad sólo aflora cuando los patrones estadunidenses o las patrullas fronterizas se lo recuerdan, o bien, cuando el rencor resultante del hambre de la familia lo impele a abandonar su terruño. Así, el ser mexicano se convierte en necesidad, no en orgullo.
Para otros, para quienes tienen resuelta la cotidianidad, la condición de pertenecer a una nación, se asume ``más'' cuando algún estímulo, usualmente externo, hiere la imagen de su país. La Ley Helms-Burton, la derrota en el futbol de los ratones verdes ante el coloso Honduras, el maltrato y muerte de trabajadores mexicanos por autoridades estadunidenses, son algunos ejemplos. En ese contexto, podría decirse que el nivel de mexicanidad corre paralelo al perfil y al trato que de la nación se da en el exterior. Estas ``sacudidas externas'' cumplen, indirectamente, funciones positivas; reafirman la noción de identidad, fortalecen el patriotismo y actúan como factor de cohesión. Son, por ende, oportunidades para que coraje y fortaleza espiritual afloren: a partir de esos movimientos se puede construir. A diferencia de las externas, las ``sacudidas internas'', por tener otro origen, tienen otra lectura. El zapatismo chiapaneco es ejemplo inmejorable.
Engendrado por el descuido, la amnesia, el abandono y el silencio, el zapatismo vio la luz. En el ámbito de las cavilaciones de este escrito, propongo una valoración libre de todo maniqueísmo del movimiento indígena: acudo a la dignidad del indio como motivo de reflexión, y, dejo al lado el juicio de ``si está bien'' o ``está mal'' el levantamiento sureño.
A partir del primero de enero de 1994 la inconsciencia nacional hacia los males de los indígenas se vio cuestionada: los pasamontañas y los rostros embozados rompieron el solaz silencio. La trampa se había quebrado: el milagro mexicano, vociferado hasta la saturación en el sexenio previo, ni era milagro, ni era mexicano. Las mayorías en Chiapas, Oaxaca y Guerrero aguardaban a su país, no a las palabras; esperan al Godot mexicano. La misma espera, merodea también a la mayoría de los connacionales: recuperar la esperanza, la idea de vivir. En ese tamiz, la recuperación de la dignidad indígena como bien impostergable y la existencia olvidada de muchas comunidades, desde la oaxaqueña Ciudad Nezahualcóyotl hasta los indios tarahumaras en el Norte, son motores internos que chocan contra la amnesia ancestral de nuestra sociedad. Así entendido, uno de los posibles beneficios del movimiento zapatista, es cuestionar la placentera complicidad de la sociedad y la endeble participación del individuo en la construcción de su país. En México, en aras de la estabilidad, la comunidad ha creado, consciente --por egoísmo-- e inconscientemente --porque en nuestra casa la actividad política de la sociedad ha sido siempre enjuta-- un complot mudo en contra de las minorías.
Difícil sería rebatir que uno de los principales méritos del zapatismo es haber obligado a la sociedad civil a tomar conciencia de su mexicanidad como fenómeno indispensable para que en nuestra nación impere la armonía; a la vez, ha reafirmado que el mutismo interno es una de las peores amenazas para la paz y estabilidad de todo México.