Problemas inquilinarios, desalojos por el deterioro de inmuebles, suspensión de servicios y especulación con el uso de suelo, entre las causas de la migración La zona tiene 13 mil 851 viviendas, 58% de las cuales son rentadas Ocupa el primer lugar en el índice delictivo del Distrito Federal
Alonso Urrutia y Víctor Ballinas Entre las callejuelas que albergan monumentos históricos, otrora palacios de la aristrocracia colonial asentados en el primer cuadro de la ciudad, la disputa por la sobrevivencia es intensa, continua e interminable.
Comercio ambulante, prostitutas, mendigos y delincuentes, entre otros, pululan por las calles del Centro Histórico; las invaden, las asfixian, y acompañan el deterioro paulatino e inexorable de la mayoría de los inmuebles catalogados de la zona.
El Centro es la zona de la ciudad donde más
indigentes hay y la que ocupa el primer lugar
en índice delictivo. Foto: Elsa Medina
Vecindades de escasa atracción al capital inmobiliario, pero con gran valor histórico, presentan un deterioro permanente. En principio, los programas de restauración no han previsto hasta ahora vecindades de vivienda popular: incosteabilidad y escasa recuperación imperaron en los criterios.
Con vivienda o sin ella, hay quienes inventan nuevas formas para habitar en el Centro Histórico.
Al amparo del ex Convento de La Merced, inmueble en proceso de restauración, una veintena de familias integra un improvisado campamento en la plazuela. Son un puñado de miserables que sobreviven de la recolección de desperdicios en esta zona, una de las más comerciales de la ciudad.
Borracho, se diría que orgullosamente alcoholizado, Antonio Balbuena recita sus generales: de Acatlán, Puebla; diablero de toda la vida, que en su momento conjugó con funciones de narcotráfico hormiga, sin grandes beneficios económicos.
Hoy es cartonero. Deambula en las noches por las desiertas calles del Centro Histórico en pos de unos gramos de cartón que le dejen para ``bien vivir''. Dice que en sus buenos tiempos le llegaron a apodar El Huarache Veloz por la rapidez para trasladar mercancía, para conseguir droga o para traer alcohol.
Pestilente, muestra con un dejo de satisfacción su casa, una caprichosa acumulación de hules, cartones y láminas en un milagroso equilibrio.
Dos casas adelante, en uno de los accesos del ex Convento de La Merced, Bernardo Alpízar Herrera aguarda a que una improvisada fogata caliente un bote de agua para bañarse.
Originario de Hidalgo, con más de 60 años a cuestas, es el pionero de este asentamiento. Comparado con el resto, su jacalón es casi una mansión. En esa vivienda se hacina con su hija y su yerno.
Su actividad de recolector de desechos le da apenas para conseguir unos12 pesos diarios, ``lo suficiente para pasar la vida'', dice.
Con el anochecer, la disputa por los desechos comienza.
No son los únicos en la puja por la sobrevivencia. Los comerciantes ambulantes desafían los embates intermitentes de la delegación, los frustrados intentos por desalojarlos del Centro Histórico.
Entre los improvisados puestos de los vendedores, un pequeño montículo de comida podrida y restos de alimentos consumidos en los innumerables antros y loncherías, es aceleradamente escudriñado y desmontado por cinco mujeres que, desesperadas, buscan los desperdicios que aún puedan ser reciclables y consumidos.
En las calles del Centro Histórico, los diversos rostros de la crisis asoman, la economía informal se desparrama entre la indiferencia de la reforzada seguridad pública, con los modernos T-2000, destinados a confrontar la delincuencia desbocada que hay en el primer cuadro de la ciudad.
Es insuficiente para frenar la embestida de la criminalidad, expresada fríamente en las estadísticas oficiales.
Crecientes en número, los mendigos se apoderan de las muy escasas esquinas que deja el comercio informal.
Se diría que gozan de impunidad para mendigar, pues no están proscritos por la ley, como el ambulantaje, ni circunscritos a territorios, como las prostitutas.
Son los marginados que se disputan espacios en el Centro Histórico de la ciudad.