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En este espacio generalmente examino problemas para buscar salidas. Una actitud de optimismo voluntarioso preside siempre ese propósito: las salidas existen. No dejaré de aferrarme a esa actitud, pero a veces el pesimismo aplasta.
Había anunciado mi interés por examinar la necesidad de una relación de jerarquía racional entre el saber competente y la norma política y ética que debe fundar las decisiones, a propósitos de temas diversos: la política económica, o la organización de la generación y de la transmisión del saber en el ámbito educativo superior.
Pero la avalancha impía de las noticias a veces transtorna los sentidos: el país --una gran parte del mundo no es muy distinta--, aparece de pronto como un caos de locura y de fuerzas violentas, inhumanas. Actos execrables, escenas macabras, descomposición y corrupción en círculos de poder público y privado conmocionantes, parecen mostrar que, a pesar de todo el horror ultrajante que desfila cada día frente a nosotros, puede ser sólo la punta de un iceberg de dimensión insospechada.
¿Cuándo empezó todo?
Siempre hubo crimen, estupro, latrocinio, atraco, pillaje y saqueo,
estafa y defraudación, chantaje y más. Pero todo ello hoy nos inunda y
los poderes que deben combatir y reprimir esas infamias exclusivas de
los hombres (el ser
Hoy tales personalidades abundan. Es un gran problema social de
moralidad. ¿Cómo se configuran sujetos morales, estructurados a base
de principios para una vida propiamente humana, personalidades
incorrompibles por el poder?
La moral, como conjunto de normas o imperativos, conveniente a
los seres humanos para una vida más civilizada y humana, fue
masivamente desechada --o se volvió asunto subjetivo--, a partir de
los años sesenta. Sí, lo sé; aunque hago referencia a una moralidad
laica fundada en la razón, estas palabras parecen en nuestros días
pueriles disquisiciones. Las haré de todos modos.
Mil influencias se conjuntaron. Se le consideró un instrumento
abstracto y opresivo, de las instituciones o de las autoridades o de
las clases dominantes o del Estado, para engañar y dominar a las
mayorías. Unos le opusieron la voluntad de poder de la que
hablaba Nietzsche; otros, la liberación de la libido de la que
hablaba Freud; en la libertad y en la permisividad de todo se
hallaba la potencia creadora y las posibilidades reales de formas de
vida ``superior''; los instintos animales de los hombres eran
simplemente naturales. Prohibido prohibir. Aún más, la cultura
dominante comenzó a producir --y lo ha hecho cada vez más--, una gran
y continua exaltación de las excrecencias abominables del poder: eso
nos muestra sin cesar el cine, la novela, y por supuesto, la
televisión estadunidenses.
El incremento insólito de la delincuencia --especialmente la
juvenil--; la violencia y el terrorismo políticos; la proliferación
del tráfico y el consumo de drogas; la ausencia de disciplina en casi
todos los órdenes de la vida social, en el trabajo o en la escuela; el
abandono de los hijos (aun viviendo bajo el mismo techo); el
incremento de los suicidios; el atraco de los recursos públicos; el
robo cotidiano cometido por todo tipo de personas cómo forma válida y
normal de obtención de lo que sea; el atropellamiento de los
demás como estilo de vida; la ausencia de solidaridad humana; los
niños de la calle; es una lista no exhaustiva por todos conocida. Esta
historia también comenzó en los años sesenta. Hay pues correlación,
pero es sólo enumeración de hechos; hemos dejado de explorar las
causas.
La templanza y la prudencia, la honradez, el valor de defender la vida
propia y la de los demás, la justicia como respeto de los derechos
ajenos, la mesura, las virtudes --como en la edad de la inocencia se
llamaban--, provocan risa o por lo menos escepticismo. ¿Por dónde?