Eduardo R. Huchim
Portento y rezago

La comandante Ramona acaba de mostrarnos rasgos relevantes del espíritu indígena, en el cual campean inteligencia, ingenio, estoicismo, reciedumbre y solidaridad, entre otros valores. Sus actos del pasado fin de semana en la ciudad de México poseen ingredientes diversos de ese espíritu que, tengámoslo en cuenta, en lo pasado fue capaz de una portentosa obra arquitectónica, tan rica y generosa que aun hoy, desaparecidos sus autores y convertidos los edificios en ruinas, genera admiración y una doble riqueza: cultura y divisas.

Cuando alguien subestima esa doble riqueza, me permito contar una anécdota ocurrida hace unos años durante una comida en Toledo, España, después de un tour por la antigua ciudad que alguna vez fue capital del reino español. Había turistas de varias nacionalidades y a mí me tocó una mesa con alemanes y franceses. Después de un silencio tan largo o tan corto como la ingestión de la sopa, se dieron los primeros escarceos de conversación en inglés, idioma que todos malhablábamos. Hubo frases corteses sobre la comida, el tiempo y la oriundez de cada uno de los comensales, y cuando se pronunció el nombre de México se iluminaron los rostros de una pareja de alemanes, quienes simultáneamente dijeron dos palabras: Chichén Itzá, y a continuación relataron su visita de tres semanas a nuestro país, una de las cuales la habían dedicado a dejarse cautivar por las ruinas mayas.

Desde luego, este articulista compartió la admiración europea y apuntó que la maya era sólo una de la ricas culturas existentes en México en la época prehispánica y cuyo universo no se limitaba a la arquitectura sino se ampliaba a la astronomía, las matemáticas, la medicina y otras ramas del hacer humano, incluso la poesía. Lo que no dijo el articulista, por vergüenza, es que los descendientes de los autores de aquellos portentos vivían en medio de una atroz marginación, gracias a la discriminación y a la injusticia de siglos, y que su rezago se manifestaba en casi todos los órdenes de la vida, si bien había --y hay-- valores que pervivían en ellos porque no dependían de nadie ni nada sino de ellos mismos.

Algunos de esos valores fueron expuestos por Ramona, con su presencia y sus discursos dichos con dificultad en castellano --su lengua materna es el tzotzil--, en su incursión capitalina que se prolongará para ser atendida de sus graves males. Su estoicismo es lo que más llama la atención, pues sobreponiéndose a su enfermedad vino a difundir el mensaje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cercado en un rincón de Chiapas y el cual, con su mensajera y su mensaje, volvió a ponerse en el primer plano de la atención nacional, a pesar de habérsele regateado tiempo y espacio en ciertos medios electrónicos e impresos.

En sus breves apariciones públicas, Ramona se robó o refrendó, para ella y para su causa, la solidaridad de cuantos la vieron y oyeron. Pero la admiración que genera y el valor de su presencia y su mensaje no deben desdibujar lo esencial del Congreso Nacional Indígena recién clausurado: sus acuerdos y sus demandas. No es posible enunciar aquí unos y otras, pero sí subrayar su importancia fundamental: representan la expresión genuina de lo que necesita y quiere esa porción entrañable de la sociedad mexicana constituida por sus etnias.

El cómo conciliar acuerdos y demandas con las leyes y la realidad nacional es tarea que compete al gobierno, en consulta con los indios, y por supuesto tal conciliación no ha de convertirse en distorsión sino en un recto ejercicio de democracia y justicia. Es sabido que la fusión de razas evitó aquí, pese a los abusos y la explotación, un exterminio de la población autóctona como el habido en otros países. Pero la miseria, el hambre, el atraso y las enfermedades actúan hoy en ese terrible sentido. No contribuyamos la sociedad y el gobierno, con nuestra inacción o incomprensión, a concretar aquello que el mestizaje impidió.

Un ejemplo de lo que es preciso evitar en materia de campaña electoral puede hallarse en los spots radiofónicos del PAN y el PRI mexiquenses. Uno y otro partidos se imputan mutuamente ineptitudes y deficiencias al ejercer el gobierno, si bien el PRI va todavía más lejos al vincular a los gobiernos panistas con el narcotráfico. Independientemente de si existen violaciones a la ley, es obvio que por ese camino no se eleva el debate político.