La inmunología es una rama de la Biomedicina relativamente joven. Su desarrollo exponencial y su impacto en otras áreas de la Medicina se ha dado a partir de la segunda mitad del silgo XX. Desde luego, los conocimietos en el terreno de la autoinmunidad, la respuesta biológica a los agentes infecciosos y los estados de inmunodeficiencia han revolucionado nuestra visión del mundo interno.
Tanto que el Instituto Karolinska y la Academia Sueca acaban de reconocer este año a dos talentos inmunólogos para otorgarles el Premio Nobel. Los laureados son los doctores Peter C. Doherty, investigador australiano, Profesor de la Universidad de Tennessee y Rolf M. Zinkemagel, médico suizo, actualmente director del Instituto de Inmunología en la Universidad de Zurich, Su descubrimiento seminal data de 1974, cuando trabajaban juntos en su postdoctorado en la escuela John Curtin de Investigación Médica en Canberra, Australia.
Peter C. Doherty nació en Australia en 1940 y se graduó en Patología en la Universidad de Edinburgo en 1970. A su llegada a Canberra se dedicó a investigar los procesos inflamatorios que subyacen a las infeciones cerebrales por virus. Para entonces, entre 1972 y 1973.
Rolf Zinkernagel era un médico joven, graduado de Basilea y motivado para profundizar en los mecanismos de reconocimiento inmunológico que usan los glóbulos blancos al identificar diversos agentes infecciosos.
Hace dos décadas, se sabía que los linfocitos, un tipo de glóbulos blancos, reconocen y eliminan a los microrganismos infectantes o a las células propias ya infectadas sin causarle daño a otras células normales que están cercanas a la infección. Se habían descrito también dos clases de linfocitos: los B, que son productores de anticuerpos y capaces de ``memorizar'' la identidad inmunológica, y los T (así llamados porque derivan del timo), que se encargan de modular las respuestas de ataque y defensa del cuerpo. Otro inmunólogo ganador del premio Nobel, el inglés Peter Medawar, había demostrado que los linfocitos T identifican a los órganos transplantados mediante sus moléculas de superficie, que son la marca hereditaria de todos nuestros tejidos. La definición de estas moléculas de histocompatibilidad (porque permiten decidir si un tejido es compatible o no), abrieron las puertas a toda la investigación ulterior en transplantes, con la que se han salvado incontables vidas humanas. Pero en los individuos normales no se sabía qué hacían con exactitud los linfocitos T, porque tradicionalmente se consideraba suficiente al arsenal de anticuerpos que producimos para eliminar o al menos contener a los microrganismos que nos infectan.
Doherty había observado que las infecciones por virus de coriomeningitis se caracterizaban por infiltrados inflamatorios compuestos de muchos linfocitos y le propuso a Zinkernagel estudiar ratones infectados con este virus para definir el papel inmunológico de tales células. Tras una serie de experimentos cruciales, lograron extraer linfocitos ``asesinos'' (hoy llamados citotóxicos) en una especie de ratones infectados con el virus vivo. Estos linfocitos mataban a las células infectadas de la propia especie de ratones cuando se colocaban en cultivo, pero no a las células obtenidas de especies distintas. Intrigados por esta selectividad inmunológica, pudieron establecer que la eliminación de los microbios depende de que sus componentes infectantes sean reconocidos exclusivamente en el contexto de nuestras propias moléculas de histocompatibilidad. Es decir, que un agente infeccioso no puede ser derrotado si nuestro sistema inmune está impedido para reconocerlo como extraño en el espejo propio. este hallazgo fundamental, que resumimos hoy bajo el concepto de restricción antigénica, está gobernado por las leyes de la herencia y es único para cada individuo. Conocerlo y estudiarlo en detalle ha permitido definir nuevas poblaciones específicas de glóbulos blancos, diseñar estrategias para inhibir y activar los mecanismos inflamatorios, reconocer nuevas enfermedades infecciosas y rastrear los componentes mínimos requeridos para eliminar bacterias, virus y demás parásitos.
El trabajo se publicó originalmente en abril de 1974 en la prestigiada revista Nature y de inmediato conmocionó los dogmas científicos prevalentes. Veinte años después, Doherty y Zinkernagel se siguen citando en el campo de la investigación molecular como dos grandes pilares que demostraron lo esencial de la discriminación entre los tejidos propios y los extraños que nos invaden. Su contribución, merecedora con toda justicia del premio científico más importante del mundo, nos ha enseñado la delicada y compleja secuencia que sigue nuestro sistema inmune para defendernos sin causar más daño, en la inevitable guerra interna que libramos al contacto cotidiano con el medio ambiente.
¡Enhorabuena por estos dos brillantes hombres de Ciencia!