Javier Flores
El mayor problema de la UNAM

El problema más importante de la Universidad Nacional Autónoma de México no es, como pudiera pensarse, la corrupción de la que hace poco se ha beneficiado un funcionario menor. No lo es tampoco que con frecuencia grupos sin representación académica o estudiantil impidan el acceso a la torre de rectoría. A pesar de su gravedad, estos y otros episodios son menores, comparados con los verdaderos problemas de fondo que aquejan a la más importante institución de educación superior e investigación en el país, y que atentan seriamente contra su propia esencia.

En la Universidad Nacional coexiste lo más avanzado del pensamiento en las ciencias y las humanidades con lo más retrógrado de la naturaleza humana que impide el avance del conocimiento. Esta dualidad se expresa no en campos separados del quehacer universitario sino en prácticamente todas sus áreas. Lo mismo en la enseñanza o la investigación, que en la administración o la difusión. El problema consiste en que con el paso del tiempo se ha ido formando una costra negra que es heredera fiel de la teología oscurantista que dominó a las universidades durante la Edad Media.

El avance del oscurantismo en la universidad mexicana a fines del siglo XX constituye el más grave problema al que se enfrenta. Su característica principal consiste en que ve con temor y combate las nuevas modalidades en las que se expresa la creación; otorgando un valor mayor a las formas que al conocimiento mismo. Con ello se impide el avance decisivo de las ciencias, las humanidades y las artes en México. Ese es hoy el problema de fondo que vive la UNAM.

El predominio de las formas sobre el conocimiento. Esto quiere decir que para el oscurantismo moderno el conocimiento carece de importancia lo que realmente interesa es la forma en la que éste se expresa. Se trata de una confusión monstruosa. El oscurantismo sostiene que el conocimiento, o viste un cierto ropaje o no es conocimiento, su objetivo es uniformar. Al crear reglas específicas según las cuales debe crearse el conocimiento no hay lugar para nada más. Se establece un poder que dicta las reglas que deben ser seguidas por todos, se crea una policía que vigila que las reglas sean cumplidas y se sanciona a aquellos que se niegan a obedecerlas.

De una manera callada, pero eficiente, esta mancha negra pretende anular una de las mayores conquistas de los mexicanos: contar con una universidad en la que la libertad de creación intelectual sea la norma, para convertirla en un coto medieval cerrado y asfixiante.

Las reglas para la creación de nuevo conocimiento son, en parte, importadas de fuera. La autonomía universitaria ha perdido terreno frente a las imposiciones del poder político. Pero el pecado neoliberal --para citar un ejemplo-- no pudo haberse consumado si no hubiese existido un terreno fértil que lo acogiera. Para el poder externo, lo importante es que se cumpla puntualmente una política económica y que la universidad no de problemas. Para el oscurantismo, al que el poder solamente echó a andar, significó la gran oportunidad para consumar la homogenización de los talentos, para imponer sus leyes y su disciplina. Para apoderarse de la universidad.

Entiéndase, no se habla aquí de la eliminación de las distintas corrientes ideológicas en el seno de la universidad, sino de la imposición de una ciencia que es equivalente, no a conocimiento, sino a criterios editoriales. El oscurantismo se regodea dentro de su disfraz. Organiza reuniones y coloquios para discutir las bondades de sus criterios, para ``demostrar'' que no hay otra manera para crear el conocimiento. Se instala de lleno en el reino del cinísmo, el territorio de la mentira.

El oscurantismo es excluyente, intolerante. Los nuevos paradigmas, las nuevas metodologías, los nuevos caminos, en suma, las nuevas ideas en torno a la creación de conocimientos, no tienen cabida si no es que están avaladas --y evaluadas--, certificadas, santiguadas en el esquema de la uniformidad. Pero lejos de producir un daño a quienes pretenden condenar, los nuevos patriarcas del conocimiento se califican a sí mismos, y causan un daño enorme a la universidad y al país. En principio, propician que las discusiones realmente importantes y algunos de los avances más notables se produzcan fuera de los recintos universitarios. No es casual que en la segunda mitad de este siglo las figuras más importantes en la literatura y en la ciencia de nuestro país, como Paz o Molina hayan tenido que desarrollar su talento fuera de la universidad.

Pero se trata de una dualidad. Hoy una teología oscurantista se ha apoderado de la universidad nacional, pero no por mucho tiempo. Una universidad que es fiel a sus principios, al conocimiento, a la libertad de creación, tendrá que imponerse. Habrá de pasar por encima de lo más retrógrado en la ciencia, la enseñanza y la difusión del conocimiento. De eso depende su futuro y en parte el de nuestro país.