La Jornada Semanal, 13 de octubre de 1996


Octavio Paz y la tradición de izquierda

Carlos Monsiváis

Carlos Monsiváis se ocupa en este ensayo de un tema central de nuestra cultura, la estimulante y polémica relación que el mayor de nuestros poetas y ensayistas ha sostenido con el pensamiento de izquierda. En su aguda revisión, Monsiváis establece diferencias, señala confluencias no siempre apreciadas y augura fecundos puntos de discusión para el futuro. Al escuchar esta lectura abierta de su itinerario, Octavio Paz agradeció una virtud fundamental: "me ha hecho pensar".



El esquema de El poeta en su tierra es sencillo. Entre admiraciones y desbordamientos, Braulio Peralta interroga, y el poeta Octavio Paz responde, matiza, rechaza, se expande,mientras el lector, si lo es seriamente, desea añadirle a la conversación más preguntas, otros temas y autores (digamos Carlos Pellicer, José Bianco, Adolfo Bioy Casares, Borges, Roberto Juarroz, Carlos Martínez Rivas, W.H. Auden, Robert Lowell, Sergio Pitol), otras batallas de la ideología y la política, las relaciones entre ciencia y literatura. Al fin y al cabo, todo libro de entrevistas es, para sus lectores, la propuesta de otro libro de entrevistas.

Entre 1981 y 1996, el periodo que cubren las preguntas de Peralta, Paz obtiene el pleno reconocimiento internacional (el Premio Nobel de Literatura 1990 es el acontecimiento más resonante pero de ningún modo el único), publica libros fundamentales (entre ellos la gran indagación sobre una escritora y su época: Las trampas de la fe), y ve corroborada, con el derrumbe del socialismo real, una de sus tesis básicas sobre las perversiones de la historia. También cumple ochenta años, asiste a una de las crisis más devastadoras de la vida mexicana, se opone críticamente a la sacralización del mercado, y, con reiteración magnífica, proclama las funciones privilegiadas de la poesía en un mundo que la desdeña "por no ser rentable".

A quién se dirige Octavio Paz? El poeta localiza un sector: "Siempre creí y creo que mi interlocutor natural era el intelectual llamado de izquierda." Por qué? "Porque nací con la izquierda. Me eduqué en el culto a la Revolución francesa y al liberalismo mexicano. En mi juventud hice mía la gran y prometeica tentativa comunista por cambiar al mundo. La idea revolucionaria fue y es un proyecto muy generoso. Mis afinidades intelectuales y morales, mi vida misma e incluso mis críticas, son parte de la tradición de la izquierda." Sin embargo, Paz observa a propósito de sus interlocutores: "Pero esos intelectuales no hablan con razones: contestan con adjetivos. Son de izquierda?" De algún tipo de izquierda sí, por supuesto, pero no de toda la izquierda, ni de la que, fuera de los aparatos partidarios, es la más significativa. A Paz, en todas partes, lo leen (lo estudian) gentes de tendencias muy diversas, pero en México, básicamente, frecuentan sus ensayos los sectores de izquierda democrática y centro (la derecha no lee, porque "el mucho estudio, aflicción es de la carne"), que, desde los años cincuenta, lo han convertido en referente indispensable, no sin críticas ni sin admiración sostenida.

Paz, insiste Peralta, es polémico. Pero qué es lo polémico en su caso? Profesar las convicciones impopulares cuando hace falta, reiterar los puntos de vista fundamentales, enunciar las ideas de modo tan legible que, una vez pasados la irritación o el acuerdo, no se desvanezcan. Y una gran parte de la izquierda contemporánea (a la que defino en principio por su apego a la justicia social, su defensa de los derechos humanos y civiles, su oposición a las furias represivas de la derecha y su abandono del culto idolátrico de la revolución) se aparta ahora de las herencias autoritarias. Es la izquierda de la sociedad civil, del feminismo, de las causas ecológicas, de las luchas contra el sexismo y a favor de la despenalización del aborto, de las reivindicaciones de las minorías y el enfrentamiento a la homofobia, de la exigencia de una política decidida de control de la natalidad. Aquí no se encuentran partidarios de la violencia, ni defensores de las dictaduras de Corea del Norte y Cuba.

Al revisar El poeta en su tierra ratifico lo evidente: Paz aporta, en el conjunto de su obra y casi cada mes, análisis que le importan sobremanera a los interesados en la reflexión cultural, la política, el sentido de la Historia, la maestría verbal y la fascinación por la poesía. Si su prosa, inevitablemente, ha sido más leída que su poesía, es su manejo del idioma, su modo de aliar significaciones y sonido, el elemento más persuasivo y de mayor arraigo. Así, Peralta comenta: "En sus poemas hay muchos jardines", y Paz responde:

Si las transformaciones de Paz son tan inevitables como enriquecedoras, las lealtades y las obsesiones son también extraordinarias. Casi desde el principio se acerca a visiones y perspectivas que ya no lo abandonarán, y que confluyen en su vocabulario poético esencial, derivado en parte de la filosofía clásica y fruto de oposiciones perennes: entre el movimiento y la quietud, entre la luz y la sombra, entre la tierra y el agua, entre la mujer como poder generador y la escritura (la Palabra) como eternidad de lo instantáneo. Él cree en la iluminación de los opuestos, en la dialéctica si ése es el nombre entre la realidad y aquello (libertad, cuerpo femenino, paraíso sensual hecho posible por la palabra) que aguarda detrás de la realidad. El poema es el espacio primero y último donde lo que se dice es, simultáneamente, lo que se vive. Y la literatura es tanto más real al ser la presencia de la forma en la historia, y al oponerle a la deshumanización imperante la humanización violenta, vehemente, cálida, del lenguaje: "Lo más fácil es quebrar una palabra en dos. A veces los fragmentos siguen viviendo, con vida frenética, feroz, monsilábica."

Me habría gustado cada lector, insisto, propone su libro que Peralta le preguntarse al poeta sobre algunos de sus grandes libros: El laberinto de la

soledad, La estación violenta, Blanco, Pasado en claro, Las trampas de la fe. Sin duda, El laberinto de la soledad sitúa a Paz en el contexto mexicano y latinoamericano, por la fuerza de intuiciones y de juicios, y por el idioma poderoso que al tema ubicuo y evanescente de la identidad nacional lo provee del vértigo de la escritura y de la resonancia memorable de frases como espejos, incitaciones, mitos, leyendas, señales, profecías: "Por primera vez en la historia somos contemporáneos de todos los demás hombres", la frase final de El laberinto... es un programa y es una incitación. En este orden de cosas, y con lo subjetivo del caso, La estación violenta (que incluye "Piedra de sol") es el libro que más reaparece en mis lecturas de Paz. Todo allí es deslumbrante: la demasiada luz, la interrelación de historia y sensualidad, las metáforas como relámpagos visuales ("los dos se desnudaron y se amaron/ por defender nuestra porción eterna;/ nuestra ración de tiempo y paraíso"), la enumeración de alegorías, el tiempo que se va como agua y se precipita, el aliento de lo prehispánico en "El cántaro roto", un poema siempre actual, la galería de imágenes subterráneas que, de pronto, al cerrar los ojos ascienden a la superficie:

Palabras que son flores que son frutas que son actos. En La estación violenta, Paz construye una contradicción en término, un paraíso crítico, y alcanza la perfección continuada por visiones opuestas, donde una variante del sentimiento utópico es el gusto casi abstracto por el lenguaje: Salamandra, Ladera este, El mono gramático.

Braulio Peralta pregunta: "Por qué Octavio Paz tiene fascinación por la política, si la poesía y la política son dos lenguajes diferentes?" La respuesta:

Luego, Paz recapitula: "En realidad me he ocupado poco de política. Compare mis textos políticos con lo que he escrito, en prosa y verso, sobre otros asuntos: el erotismo, el amor, la antropología, la historia, el fenómeno poético, los poetas contemporáneos, el arte, la vida mexicana. Para mí, la política no ha sido una pasión exclusiva. Ni siquiera una pasión predominante."

Con las revelaciones del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y la militarización a ultranza de la URSS, el marxismo (un pensamiento complejo vuelto recetario y fórmulas de exterminio) se ata a la suerte del régimen comunista, deja de ser la "religión del cambio social" de Mariátegui, se simplifica al extremo, se burocratiza al límite, y ya sólo y por un tiempo adquiere connotaciones místicas en los países-en-vías-de... (Cuba y Argelia ejemplos destacados). Paz acrecienta su crítica a los rasgos más ominosos del pensamiento totalitario, entre ellos su aplastamientode las libertades, su eliminación del deseo y la imaginación. Paz se opone a "la ideocracia", la intelectualidad de izquierda que defiende o se niega a ver las opresiones del socialismo "realmente existente".


Los acontecimientos de 1989-90 confirman lo irrefutable de numerosos planteamientos de Paz, en especial los relativos al desastre histórico que para la idea del socialismo representan las sociedades totalitarias, menos duraderas de lo que él y casi todos creíamos, frágiles por su manejo de la economía y su pulverización del ánimo social.

Los acontecimientos de 1989-90 confirman lo irrefutable de numerosos planteamientos de Paz, en especial los relativos al desastre histórico que para la idea del socialismo representan las sociedades totalitarias, menos duraderas de lo que él y casi todos creíamos, frágiles por su manejo de la economía y su pulverización del ánimo social. También Paz polemiza con la izquierda mexicana, a la que describe como enajenada, sectaria, y con fanatismos insostenibles, como el dedicado a la Revolución cubana, la gran utopía latinoamericana de los años sesenta, ya desde entonces notable muestrario de errores y represalias: fracaso económico a cuenta del monopolio de decisiones, supresión inmisericorde de la sociedad civil, culto desaforado a la personalidad, represión intelectual, campos de trabajo forzado para disidentes (las Unidades de Ayuda a la Producción, UMAP), ortodoxia que detesta la libertad de enseñanza. En 1971, al poeta Heberto Padilla se le obliga a declararse culpable de "crímenes contrarrevolucionarios" (el más notorio: dialogar con periodistas extranjeros). Al condenar el juicio estalinista, Paz es preciso: la autodivinización de los jefes exige, como contrapartida, la autohumillación de los incrédulos. Él recapitula:

A esta crítica, Paz dedica varios libros de ensayos: El ogro filantrópico, Tiempo nublado (1983) y Pequeña crónica de grandes días (1990). En este último, Paz admite su sorpresa ante la rapidez de los acontecimientos:

Ante los fracasos del capitalismo y la caída del socialismo real, Paz, desde los años sesenta, propone la democracia. El término, rechazado durante décadas por los absolutistas de la revolución, se impone hasta convertirse en el leitmotiv de nuestros días. Paz aclara: la democracia es difícil en países sin tradición de sociedad civil fuerte, con regímenes autoritarios y afectada por la crisis de las utopías, por el fin de la ilusión del desarrollo continuo. Ante esto, Paz propone la búsqueda de otro proyecto, más humilde pero más humano y más justo. Y en diversos escritos comenta el mercado libre, que probó ser más eficaz que la economía estatal, pero no es una respuesta a las necesidades más profundas del hombre. "Convertir a un mecanismo en el eje y el motor de la sociedad es una gigantesca aberración política y moral."

En El poeta en su tierra, Paz habla de poesía, revolución, amistades, Neruda, Cortázar, Elena Poniatowska, Jorge Portilla, los medios de comunicación, el Oriente y la India, el EZLN, Trotski. Como es natural, las discrepancias tienen cabida. No comparto los elogios a la política económica del régimen mexicano, ni he sabido jamás de "la autocrítica del PAN", partido de rigidez doctrinaria. Pero El poeta en su tierra estimula inevitablemente por la vitalidad, la generosidad intelectual y el fervor de quien, al aceptar que en el principio era el Verbo, escribió: "No veo con los ojos: las palabras son mis ojos."




Octavio Paz y la izquierda

Usted se ha considerado un interlocutor de la izquierda: por qué?

Porque nací con la izquierda. Me eduqué en el culto a la Revolución francesa y al liberalismo mexicano. En mi juventud hice mía la gran y prometeica tentativa comunista por cambiar al mundo. La idea revolucionaria fue y es un proyecto muy generoso. Mis afinidades intelectuales y morales, mi vida misma e incluso mis críticas, son parte de la tradición de la izquierda. No olvide que lo que hoy llamamos izquierda, comenzó en el siglo XVIII como un pensamiento crítico. La gran falta de la izquierda su tragedia es que una y otra vez, sobre todo en el siglo XX, ha olvidado su vocación original, su marca de nacimiento: la crítica. Ha vendido su herencia por el plato de lentejas de un sistema cerrado, por una ideología... A pesar de que mi diálogo con la izquierda se ha transformado con frecuencia en disputa, nunca se ha interrumpido. Al menos por mi parte. En mi fuero interno converso y discuto silenciosamente con mis adversarios. Son mis interlocutores... Se trata de un diálogo en vías de extinción: pronto no habrá derecha ni izquierda. De hecho esa división ha desaparecido casi enteramente en Europa.

Los grandes temas que, muy probablemente, apasionarán a la gente en el siglo XXI, serán muy distintos a los que han preocupado a la izquierda en el siglo XX. Me refiero a temas no previstos por el pensamiento marxista, como la cuestión ecológica. En el siglo XXI los hombres se enfrentarán a una gran amenaza, tal vez la más grave de nuestra historia desde el periodo paleolítico: la supervivencia de la especie humana. No pienso nada más en las terribles y tal vez irreparables destrucciones del medio natural por la alianza de la técnica y el espíritu de lucro del régimen capitalista, sino también en otros peligros: los avances de la biología genética y la tentativa por manufacturar ésta es la palabra artefactos inteligentes. Nos amenaza una nueva barbarie fundada en la técnica.

Ahora mismo, con esas predicciones, usted sigue siendo un interlocutor muy incómodo para la izquierda, no cree?

No he sido ni soy más incómodo que Leon Trotski. El revolucionario ruso nunca dejó de ser de izquierda y, sin embargo, fue visto como un verdadero demonio. No oso compararme con Trotski sino que subrayo, con su ejemplo, la incapacidad que ha mostrado la izquierda para soportar a sus críticos. Nietzsche decía que el valor de un espíritu se mide por su capacidad para enfrentarse a la crítica, asimilarla y transformarla.


Tomado del libro El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, Braulio Peralta, col. Raya en el agua, Grijalbo, México, 1996.



Celebración de los reporteros

Elena Poniatowska

Durante quince años, Braulio Peralta, director de la sección de "Cultura" de La Jornada, ha sostenido entrevistas con Octavio Paz. El resultado de este intercambio de ideas es el libro El poeta en su tierra, editado por Grijalbo. Para presentar a los protagonistas de este diálogo, Elena Poniatowska escribió un texto que nos entregó antes de tomar el avión a Londres, donde por estos días presenta la edición inglesa de su biografía de Tina Modotti.



Todos aquellos que están allí paraditos con su libreta en la mano o con una diminuta grabadora esperando a que termine la conferencia son los reporteros. Todos aquellos que mantienen sus ojos fijos en el escenario con el temor de que algo se les vaya a ir son los reporteros. Todos aquellos que le hacen rueda al personaje y le ponen el micrófono como paleta Mimí en la boca son los reporteros. Todos aquellos que conocen la verdad a fondo aunque a veces no puedan publicarla, todos aquellos que enarbolan la discusión como rasgo de carácter en aras del oficio, todos aquellos que ríen con un insuperable sentido del humor, todos aquellos que comen de pie y a veces de palabras, todos los desvelados, los desmañanados, los desfachatados, desinhibidos, despatarrados a veces desalmados pero jamás desarmados (porque siempre llevan por delante como rifle de palo su grabadora y su libreta), todos aquellos que corren, todos aquellos que insisten, todos aquellos que aguzan el oído para que no se les vaya a ir una sola palabra son los reporteros. Entre ellos, un muchachito cara de luna, nariz al aire y amplia sonrisa, también se afana, recoge la noticia en el aire como una paloma a punto de emprender el vuelo, la aprisiona para teclearla y hacerla aparecer a la mañana siguiente, ahora sí, paloma de papel periódico.

Los reporteros echan mucho relajo, son muy dados a la risa, a la beberecua y al sano desmadre. Les ponen apodos a los funcionarios. A Rafael Tovar y de Teresa El pájaro loco, a Gerardo Estrada La tortuga ninja, a Octavio Paz El poeta, a Monsiváis Monchi, a mí La Poni y ya mejor le paro porque capaz que me quitan la beca por faltas a la autoridad. Son muy solidarios, se ayudan entre sí, creen que perro no come carne de perro a diferencia de la antropofagia que se practica en otras fuentes.

Braulio Peralta empezó siendo reportero en 1976, a los 23 años. También fue actor de teatro y dice que en cierta forma el teatro le ayudó para dominar su natural timidez y ciertos complejos. "Sigo siendo un buen actor en la vida" sonríe su enorme sonrisa. Sonríe también al pensar que sus papás, cuando era niño, lo traían de Tuxpan a la ciudad de México, al Teatro Blanquita que entonces era el Margo de Margo Su a ver a Chavela Vargas, a Elvira Ríos, a María Conesa, La gatita blanca, y de tener hoy el privilegio de presenciar el resurgimiento de Chavela Vargas "que triunfa en Europa cuando todos pensaban que estaba muerta".

Don Francisco Peralta, su padre, masón, además de luchar toda la vida, fue relojero y joyero de oficio y le enseñó la paciencia. "Tú, Elena, imagínate lo que es un reloj con ciento y tantas piezas y colocar una en cada lugar para que el tiempo fluya, para que el tiempo camine, para que exista el tiempo dentro de un circulito y nos diga que son las siete de la noche o las siete de la mañana en Estocolmo y aquí son las tres de la tarde. Esa quietud del relojero se la comunicó a sus seis hijos, hoy cinco, porque uno murió el año pasado. Mi padre lo mismo nos leía la Biblia, el Génesis, Cielo, tierra y mar que Amadís de Gaula, el Libro Alegre y un poema que él declamaba y se me quedó grabado para siempre: `Estudia y no serás cuando crecido/ el juguete vulgar de las pasiones/ ni el esclavo servil de los tiranos.' Imagínate, me impactó tanto que pensé: 'Ay no!, pues sí, mejor estudio'." Tanto leyó y tanto estudió el niño tuxpeño (cuya casa se inundaba todos los años cuando crecía el río Tuxpan y los obligaba a subirse al techo), que desde 1993 es director de la sección de "Cultura" de La Jornada y sigue diciéndole a sus reporteros que si no leen son hombres muertos. "Un reportero que no lee no va a llegar a ninguna parte y va a terminar en el esquema maniqueo de repetirse a sí mismo, adquirir mañas y dejar de crecer."

Los periodistas nunca tienen tiempo de recoger sus artículos; en el caso de Braulio, un amigo, René Nájera Corvera, le entregó un día las entrevistas cuidadosamente recortadas a lo largo de quince años, haciéndole un regalo fabuloso.

Cuando los periodistas y los reporteros empezamos, nuestro entrenamiento es el de la humildad, las antesalas, los traspiés, el "Vuelva a hacerlo hasta que le quede legible" del jefe de redacción, el rechazo, y nunca el "Te felicito mano, te salió muy bien tu nota". La entrevista es la mejor escuela. Nunca soñé, cuando empecé a ser reportera (nada menos que de "Sociales" en Excélsior, en 1953), que mis maestros serían don Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, Luis Buñuel, Julio Torri y Octavio Paz, el más joven de todos. No sólo aceptaron que los entrevistara sino que su generosidad fue más allá. Me dieron su amistad. El agradecimiento que siento por ello es el bagaje que me acompañará hasta el día de mi muerte. Lo mismo le sucede a Braulio. Ha tenido a lo largo de más de quince años la suerte de dialogar y hasta de discutir (porque los periodistas somos impertinentes y alegadores por naturaleza) con su maestro, Octavio Paz, y el poeta ha tolerado todas las preguntas, las réplicas, las diferencias de opinión, las palabras cruzadas. Juzguen ustedes si no. Braulio escribe: "Octavio Paz es considerado, por un grupo de intelectuales, como reaccionario. Le hacemos la pregunta y la respuesta es escueta: `Reaccionario es un adjetivo, no una razón. Siempre creí y creo que mi interlocutor natural era el intelectual llamado de izquierda. Pero esos intelectuales no hablan con razones: contestan con adjetivos. Son de izquierda?'"

La devoción de Braulio por Paz ha sido total, pero Paz siempre le ha devuelto con creces sus muestras de afecto. Cada vez que Braulio publica algo sobre el poeta, Octavio o Marie Jo lo llaman agradecidos y esto desmiente la imagen de un Paz que toma todo por bien merecido.

La foto de Octavio Paz en la portada del libro de Braulio es de una gran belleza. Uno se pregunta si el poeta está parado frente a la Acrópolis por el azul del cielo, la libertad que casi puede respirarse, o porque la altura de miras de ese hombre hace que parezca estar de pie sobre la cima del mundo. En abril de 1996, Marie Jo captó esa fotografía de un Octavio Paz de ochenta y dos años y nos regaló una imagen noble y sobrecogedora, la del profeta y la del sabio, la del hombre que alcanza a ver más lejos que nosotros. Aunque él siga escribiendo a mano, porque sólo así puede corregir, según nos revela Braulio Peralta, es el Octavio Paz del futuro, el del año 2000, el del ciberespacio, el de la edad electrónica, el que ha sabido usar su cerebro mejor que nadie. Octavio Paz tiene en Marie Jo a su retratista más exacta. Ninguno de los famosos, ni Manuel ni Lola Álvarez Bravo, lo han captado mejor que ella.

A Octavio Paz lo conocí en el año de 1953. Tengo frente a su imagen actual la imagen de entonces, la de sus ojos alegres, la de su sonrisa menos perfecta porque un diente como un elotito perdido se encimaba a otro y a mí me gustaba perseguirlo con la mirada. Recuerdo que usaba un cinturón de cuero talla 42 y como su cintura era talla 32 le sobraba un gran cacho de cuero que colgaba sobre su cadera como una cuerda de ahorcado. En la Secretaría de Relaciones Exteriores, un edificio porfiriano, pachoncito y redondo al sol en la glorieta de Bucareli y el Paseo de la Reforma, Octavio Paz acomodaba los mares territoriales y los tendía junto a los países a que no faltaran ni sobraran. Su jefe inmediato era José Gorostiza. Los dos poetas se entendían, el viejo quería al joven y el joven al viejo. Se sentaban los dos frente a frente como si viajaran en tren en dos poltrones junto a la ventana que daba a la avenida Juárez, podían ver a los niños de la calle treparse a la estatua de Carlos V, el entrañable "Caballito", y juntos, José Gorostiza y Octavio Paz, zarpaban con México a cuestas para colocarlo dentro del concierto de las naciones.

No sé cuántas veces atravesamos la avenida Juárez para ir a medio día al Kiko's de enfrente a tomar café con leche en vaso, con una larga cuchara que tintineaba bonito. La avenida Juárez y el Paseo de la Reforma están cubiertos por las pisadas de Octavio Paz como un vientre de su predilección. Íbamos a la Librería Francesa, entonces dirigida por Huguette Balzola. Octavio entonces señalaba: "Ya leyó usted La fille aux veux d'or?" Me hizo leer a Balzac, a Isaac Babel, a André Breton, a Murasaki Shikubu. Empericada en un tapanco, Huguette Balzola hacía subir a sus favoritos y les ofrecía café de una vieja cafetera siempre en marcha a Octavio, a Tomás Segovia, a Jaime García Terrés. El periódico Excélsior fundó después una librería-galería en la planta baja de su edificio porfiriano que dirigió Víctor Alba, fundador de una revista de corta vida: Panoramas. Víctor Alba, con su gran bigote, parado en la puerta como cualquier librero, solía atajar a sus clientes en la acera. México era pequeño, accesible, familiar. Octavio Paz era un muchacho soleado que reía mucho, generaba una nueva manera de ver y de escribir y decía que recibir premios y legiones de honor era hacer concesiones.

Que Octavio Paz siempre ha sido congruente con su propio pensamiento lo demuestra Braulio Peralta ahora en su libro: El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, una entrevista de quince años de largo en que las preguntas y las respuestas se cruzan rindiéndole homenaje a la palabra. Sólo para saber escuchar de nuevo una opinión de Octavio Paz, Braulio Peralta regresó a México en 1988 porque se preguntó a sí mismo: "Qué pensará El poeta en México de las más reñidas elecciones de este siglo?", y su admiración y su devoción por él lo hicieron venir a entrevistarlo desde Madrid y regresarse al día siguiente, porque el pensamiento de Paz, inquietante e innovador, no podía faltar en su seguimiento periodístico del Nobel. Según Braulio, "Paz concilia todos los afectos, todas las admiraciones, todos los odios, todas las denostaciones y verlo tan vivo a los 82 años me asombra y me conmueve".

Braulio Peralta ha puesto su vida, su calidad humana al servicio de la escritura. Ha cuidado hasta el último segundo a tres amigos que han muerto de sida en sus brazos. Es un hombre que ha sabido llegar muy rápido al corazón de los demás. Lo que a otros les toma veinte años, a Braulio le basta con estirar su mano generosa y su sonrisa de hombre bueno. Lo he visto recoger en la calle perros atropellados que lo muerden, y él explica: "Es porque están heridos y desconfían." Braulio sabe perdonar. Tiene buen corazón y a veces cara de marmota. Dice: "A mí me tocó ver la muerte de gente avergonzada de su propia vida cuando no tenían nada de que avergonzarse", porque en los ochenta el rechazo a los enfermos de sida, su repugnancia era total, tanto de su familia como de los médicos y las enfermeras en los hospitales. Braulio entonces conoció el infierno del desánimo y su salvación fue la lectura de un libro de Djuna Barnes El bosque de la noche y la relectura por quinta vez de la poesía de Octavio Paz y de un volumen que le resultó imprescindible para comprender a su país: El laberinto de la soledad.

Toda relación con el jefe oscila siempre entre el amor y el odio, el temor y la admiración, porque es una relación de poder. Braulio Peralta es jefe de la sección de "Cultura" de La Jornada y en cierto modo el dueño de un territorio o de una parcela cultural, y nosotros un país que estamos siempre repartiéndonos la tierra. Como yo no puedo ni dirigir mi casa, y a los demás sólo logro comunicarles mi confusión y mis dudas, me apantalla que alguien sepa conciliar voluntades y temperamentos distintos y hasta opuestos, y sepa, como Braulio, cultivar y cuidar la milpa apenas brota de la tierra. Las diversas opiniones de sus colaboradores, amigos, e incluso colegas en otros periódicos, como Guadalupe Pereyra de El Nacional, muestran esa multiplicidad de reacciones a la obra y a la persona.

Cristina Pacheco: "Todo lo que hace Braulio está iluminado por la luz de la inteligencia y la generosidad. Sus conversaciones con Octavio Paz lo comprueban. Gracias a Braulio redescubrimos al ensayista, al poeta, al mexicano extraordinario que es Octavio Paz."

Guadalupe Pereyra, del periódico El Nacional: "Braulio es un hombre de una generosidad espontánea extraordinaria. Tuvo a enfermos de sida en su casa. Les dio de comer, los curó, los atendió, los animó. Hizo por ellos lo que no hizo su propia familia. Braulio tiene un carácter fuerte, es temperamental; tiene, a veces, un ego muy grande, pero a mí lo que me cautiva es su generosidad total."

Merry McMasters: "Como jefe es muy creativo, porque siempre busca la manera de ofrecer material nuevo e interesante a los lectores y procura saber cuál es el gusto del público. A mí me encanta trabajar con él: es estimulante y exigente a la vez."

Raquel Peguero: "Yo lo quiero mucho, pero sí es un ogro de los cuentos de los hermanos Grimm, sólo que se equivocó y nació en Tuxpan, Veracruz. Yo creo que por eso es tan fuerte de personalidad, jacarandoso, bailador, ruidoso, distraído, ingenuo a veces, pero sobre todo muy amoroso. Ha sido mi maestro. Me enseñó todo lo que sé."


Que Octavio Paz siempre ha sido congruente con su propio pensamiento lo demuestra Braulio Peralta ahora en su libro: El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, una entrevista de quince años de largo en que las preguntas y las respuestas se cruzan rindiéndole homenaje a la palabra.

Pablo Espinosa: "Le toca bailar, sólo en apariencia, con la más fea, pues el trabajo del editor es ser prácticamente anónimo y en cambio hacer lucir el trabajo de los demás. Qué difícil, pero que buena oportunidad de hacer trabajo noble. Braulio se las ha arreglado para salir bien librado de esos trances diarios, sobre todo cuando logra separar las cuestiones laborales de las personales. En el fondo, es un buen editor."

Renato Ravelo: "Caballero de extrañas batallas, difícil polemista, indefendible caso de pasión por la vida, desconfiada voluntad que a veces no se gobierna."

Arturo García Hernández: "Tuve con él una etapa de intenso aprendizaje muy importante para mí, absolutamente decisiva en mi formación. Como personalidad, Braulio es un hombre controvertido, apasionado de sus ideas. Independientemente de que esté yo de acuerdo con ellas, le reconozco su pasión. Lo reconozco como un entrevistador agudo y su agudeza es parte de lo que yo espero encontrar en su libro de diálogos con Octavio Paz."

Adriana Malvido: "Cada quien puede percibirlo en forma diferente. A mí lo que más me gusta es que es un detonador de emociones. Para mí tiene un olfato periodístico impresionante. Es muy creativo y muy apasionado. Su cubículo, chiquito, siempre está a cuarenta grados. No es el jefe rutinario sentado frente a su escritorio, siempre está caminando por todos lados y sus gritos y sus carcajadas se oyen en todo el edificio. Es muy buena persona, muy buen amigo, en sus gritos hay mucho cariño. Siempre te hace sentir que tu nota o tu entrevista, por más sencilla que sea, es la más importante. Para mí es muy estimulante. Me presiona, está pendiente de mi trabajo, no baja la guardia, él vive en el furor y te comunica su pasión. A mí me ha puesto como camote, pero también me ha dado una gran importancia y le ha dado peso a mis reportajes y entrevistas dentro de las páginas del periódico. Ha sabido defender la independencia y la autonomía de la sección de `Cultura'."

Patricia Vega: "Como buen Sagitario, Braulio pisa firmemente la tierra, pero tiene puesta la mirada en el cielo, mezcla que da como resultado al certero periodista que todos conocemos. No lo imagino entregado a otra cosa que no sea su pasión por el periodismo. Además de compartir la profesión, el terremoto del `85 nos convirtió en hermanos, lazo indisoluble en el que los pleitos cotidianos conviven con nuestros muchos arrebatos compartidos."

"Arrebato" como lo dice Pati Vega, es una palabra que le va muy bien a Braulio Peralta, el poseído que ahora nos entrega sus conversaciones con Octavio Paz y quiere que este su primer libro sea considerado como un homenaje al reportero de nota diaria. Ojalá y el libro El poeta en su tierra abra la puerta para que otros especialistas de este registro indispensable que es la nota periodística, la noticia en el área de cultura que se da generalmente a través de la entrevista rápida, sean reconocidos por medio de la publicación de su trabajo en un libro.