José Agustín Ortiz Pinchetti
Una transición frágil

La transición de México hacia la democracia se ha iniciado: 1) en los últimos dos años se han celebrado más de 25 elecciones competidas y relativamente limpias, en algunas con alternancia en el poder. 2) Las fracciones parlamentarias en la Cámara de Diputados aprobaron por unanimidad un paquete de reformas constitucionales en materia electoral profundas, que deben ser completadas antes del 31 de octubre con la reforma a las leyes secundarias y con la elección de las nuevas autoridades del IFE. 3) Se nota cierta liberalización en los medios de comunicación. 4) Los partidos políticos y el gobierno privilegian el diálogo político y el consenso en algunos temas. 5) La Suprema Corte adquiere independencia y prestancia. 6) La contraloría que el Legislativo debe hacer al Ejecutivo mueve una mano. 7) La ciudadanía (un segmento) no acepta el sometimiento como la respuesta concreta frente al poder.

Estos signos son claros, pero no tenemos certeza alguna de que la transición vaya a completarse. Los enemigos del cambio, agazapados en el anonimato, siguen conspirando para la restauración de las viejas formas de dominación autoritaria. No sabemos exactamente quiénes son, sabemos que actúan sin descanso. No tienen una ideología conservadora, tienen intereses que defender y preservar. Son reaccionarios en el sentido directo de la palabra.

Pareciera haber una alianza táctica, probablemente involuntaria pero eficaz entre la reacción y la violencia, entre la reacción y la irresponsabilidad. No me refiero sólo a la violencia insurreccional sino a la estatal y a aquéllas que genera el crimen organizado y que nos hacen vivir en el miedo. El miedo crece como fiebre en México y estrecha las márgenes de la política como vía para la justicia, la democracia y la vida de las instituciones.

Por supuesto que todos sabemos que la respuesta estaría en el respeto a la ley. Pero la tradición de vigencia del Estado de derecho es muy precaria entre nosotros. El autoritarismo funcionó por muchas décadas gracias a la sumisión. Pero la obediencia de la ley es lo contrario a la sumisión. En el siglo pasado, cuando los liberales intentaban restaurar la República, en otra etapa de tiempos revueltos, la gente afirmaba que los mexicanos no sabíamos mandar ni queríamos obedecer. Benito Juárez confesaba que ante la anarquía, la tarea del gobierno se vuelve imposible. Cuando no hay una disciplina espontánea, el derecho no puede tener cabal aplicación: ``A nadie se le puede obligar a obedecer''.

La transición depende del consenso. Y éste supone una forma generalizada de autocontención. De responsabilidad frente al interés común no sólo de los protagonistas políticos sino de la sociedad entera. No puede pedirse a lo que se ha llamado ``sociedad civil'' que apoye la reforma si no se le hace participar en ella, si ni siquiera se le da una noticia cierta de cuáles son los cambios que se han acordado. Uno de los graves defectos de nuestra transición en su opacidad. La forma como se han negociado los cambios sin exponerlos al conocimento y a la crítica de aquellos que van a vivirlos.

Pero hay algo nuevo, distinto y mejor de lo que se vivía en la trágica confusión que había en la época pluviosa de 1994, poco antes de las elecciones federales de ese año. La conciencia pública ha variado de modo radical. Hoy vivimos la certeza colectiva de que las adversidades que padece la nación, inclusive la pérdida de soberanía, el incremento de la desigualdad y de la pobreza, la violencia y la inseguridad, no están al margen de la política sino que son producidos por la decadencia del sistema autoritario. Empieza a aparecer la conciencia de que la reconstrucción económica y la paz dependen de la democracia. Esta conciencia está transformándose en actos de gobierno y en acuerdos políticos que no rebasan todavía a las cúpulas de los partidos pero que son inéditos.

La transición mexicana a la democracia ha comenzado. Pero aún estamos lejos de la normalidad democrática. Carecemos de la certeza de que ésta se logre inevitablemente como si fuera simplemente un proceso natural. Las transiciones son en realidad hazañas colectivas, es decir, actos políticos. La voluntad de cambio no ha logrado cristalizar plenamente, pero su presencia es ya indubitable. El camino de la democracia está abierto por primera vez en la historia de México. Es responsabilidad y oportunidad de todos recorrerlo juntos.