Abraham Nuncio
Dos reuniones, dos lenguajes

En el Congreso Nacional Indígena se quemó copal y se oró como parte del ritual propio de una cultura que se ha empeñado en preservar sus raíces prehispánicas y que también mantiene el sincretismo al que debió adaptarse para sobrevivir al sometimiento cultural impuesto por los conquistadores españoles. Una cultura cuyos sujetos han pasado de la pasividad o resignación histórica a la lucha por reivindicar sus derechos y su autonomía conculcados durante siglos.

En 1949 Luis Villoro escribía: ``El indio juega en la historia, sin saberlo. Allá arriba, mestizos y criollos arreglan sus papeles, distribuyen su actuación, su situación histórica, lo nombran su aliado o su enemigo, mientras el indio, indiferente, ignorante de su propio proceso, sigue laborando tristemente allá abajo''.

Hoy las cosas son distintas, y por ello las comunidades indígenas se han agrupado en torno a un lema inequívoco: ``Nunca más un México sin nosotros''.

El México no indígena asiste indiferente o curioso, solidario o extrañado y hasta agresivo a este nuevo episodio en nuestras luchas por la democracia y la justicia. Leamos a Enrique Canales, articulista de El Norte-Reforma. ``Qué bueno que no me siento nada indio, ni español, ni ninguna vacilada de ésas... Celebrar el día del indigenismo (sic) es un gran retroceso histórico. Yo no quiero celebrar ningún día de ninguna raza o etnia. Esa manera de clasificar a los humanos es odiosa por ser discriminatoria... En el caso del indigenismo, pues, la mayoría de las creencias que los unen son creencias inconscientes (sicazo pedido en préstamo a Monsiváis) y, por lo tanto, no se pueden discutir, tan sólo se pueden `expresar' en forma de marchas, desplantes, exigencias imposibles, idiomas, vestuarios, comidas y costumbres ancestrales. Ahí la igualdad es virtual y la innovación es corrupción''.

Enrique Canales vive en Monterrey, una sociedad donde no hay otras etnias que las expulsadas por el hambre de Chiapas, Oaxaca o San Luis Potosí. La población indígena fue extinguida al alimón por los liberales mexicanos y los norteamericanos racistas del siglo pasado. Al celebrarse hace un siglo los 300 años de fundada la capital de Nuevo León, el general Bernardo Reyes no escatimaba claridad: ``Hoy hace 300 años que 34 familias españolas, en esta tierra que nos sustenta, santificada por el trabajo, y por el trabajo de la barbarie redimida, fundaron la ciudad de Monterrey...''.

Los indios significaron la barbarie y son, hasta el momento de escribir estas líneas, su sinónimo humano. ¿No La Jornada publicó todos los significados peyorativos que a la palabra ``indio'' daba el diccionario de Word Microsoft? Afortunadamente la empresa presentó disculpas por el dislate y procedió a enmedarlo. Ojalá fuera lo mismo con no pocos mexicanos que prolongan en sus usos lingüísticos y en sus actitudes racistas el desprecio de los encomenderos hacia los indios.

Organizada por el Consejo Cívico de las Instituciones de Nuevo León, bajo los estrictos cánones empresariales, el día 9 tuvo lugar en Monterrey una reunión denominada ``Buen gobierno'', a la que asistieron los dirigentes nacionales del PRI, PAN, PRD y PT.

El conejo de Alicia en el País de las Maravillas no se habría sentido más angustiado que Santiago Oñate por la puntualidad exigida. Sin saber que sería ``reprobado'' por El Norte, según la costumbre escolar de tal diario de calificar a los políticos, hizo la crítica del método ``interactivo'' de evaluar las opiniones de los exponentes mediante tarjetas verdes y rojas. El kinder de adultos, por ésta y más razones --añejas unas y otras tan frescas como la del PRI, que sacó el caso Conasupo de la Cámara de Diputados para dejarlo en manos exclusivamente de la PGR--, convirtió a Oñate en el negro de la feria. El Norte, en una encuesta hecha sobre las rodillas, dio el triunfo a Felipe Calderón del PAN, mientras el resto de la prensa se lo atribuyó a Andrés Manuel López Obrador del PRD.

En Nuevo León habrá elecciones federales y locales en 1997. El PAN, sobre todo en las páginas de El Norte, lleva la delantera por una razón fácil de entender: su proceso de selección interna del candidato a gobernador. Los demás partidos se mantienen quietos. Los panistas, sus promotores, simpatizantes y aliados dan por hecho que Acción Nacional ganará por primera vez la gubernatura. La alternancia del poder, que ya se dio en las elecciones municipales pasadas en el área metropolitana de Monterrey, alcanzaría en el estado su más alta expresión si esa previsión o deseo se convirtiera en realidad.

El país cambia, no hay duda. Quienes ven la innovación sólo por el lado de la rotación administrativa del poder, no alcanzan a ver la otra innovación: aquélla que persigue, además de la legalidad, la justicia y la autonomía, valores sin los cuales es incomprensible la democracia del pueblo (válgame la redundancia).