Nuestra historia está llena de héroes, pero también de villanos; en ambos bandos hay personajes distorsionados en su bondad o en su maldad. Sin embargo, uno de los que resulta indiscutible como modelo de hombre de valor excepcional, en todos los sentidos, fue don Belisario Domínguez, de renovada actualidad por la reciente entrega de la presea que lleva su nombre a una notable mujer mexicana, doña Griselda Alvarez, quien además de haber sido la primera gobernadora en la historia de México --hazaña sobresaliente en un país que sólo hace 40 años concedió el voto al sexo femenino--, es una destacada poeta y ha sido ferviente impulsora de los servicios sociales para sus compañeras de género, así como para los niños con problemas de lenguaje y débiles mentales.
Es famosa su belleza que, aunada a su brillante inteligencia y extraordinario sentido del humor, cautivó a decenas de los hombres más destacados de muchas generaciones y... todavía. Mujer de lucha; en la época de la vida en que la mayoría de los seres humanos se sientan en la mecedora a hilvanar recuerdos, doña Griselda está en la línea; como subdelegada del Centro Histórico atiende los mil problemas cotidianos de esta zona maravillosa y conflictiva, dando primordial importancia a los aspectos humanos. Su preocupación por las mujeres que viven de vender su cuerpo, buscándoles mejores alternativas de vida, nos habla de su profundo sentido humanista. A los que se han mofado de sus propuestas hay que decirles que en Colima lograron magníficos resultados, mejorando el entorno social.
Por todo ello, no cabe duda de que don Belisario está feliz de que le hallan dado su medalla a doña Griselda, quien en su discurso habló de la tierra del prócer, la dolida Chiapas, cuya miseria delató el insigne médico hace un siglo. Es interesante recordar que al llegar a la ciudad de México, en 1902, tras haber ejercido la medicina en su natal Comitán, preocupado por las injusticias sociales fundó el periódico El Vate, para denunciarlas.
Habiendo sido presidente municipal de Comitán, después fue electo senador suplente por Chiapas y al fallecer el propietario ocupó su curul en el Congreso, no obstante que se conocía su oposición a Victoriano Huerta.
En ese lugar se enteró de muchos de los crímenes del chacal Huerta, y en brillantes piezas oratorias Domínguez lo denunció desde la tribuna. Fue precisamente el discurso que pronunció el 29 de septiembre de 1913 el que lo llevó a la muerte, riesgo que conocía perfectamente y que enfrentó sin temor, seguro de que su primera obligación era con sus principios. Unos días después de las flamígeras palabras, en sus habitaciones del Hotel Jardín, en la noche del 7 de octubre platicó con su hijo y su sobrino, de quienes se despidió amorosamente haciéndoles diversas recomendaciones. Media hora más tarde, encontrándose ya dormido, irrumpieron en su habitación dos policías, quienes con engaños lo llevaron al cementerio de Xoco, en Coyoacán, en donde el doctor Aureliano Urrutia le cortó la lengua; después lo remataron a balazos y lo enterraron clandestinamente a flor de tierra, sin siquiera una cobija que protegiera su cuerpo.
El espíritu de este hombre de excepción impregna los anchos muros de la que fue su última morada: el Hotel Jardín. Estaba ubicado en las que fueron las capillas de San Antonio y el Calvario, pertenecientes al convento grande de San Francisco. Tras la mutilación del inmenso recinto por decisión del presidente Comonfort, al descubrir la conspiración que allí se celebraba y posteriormente por la de don Benito Juárez, de desincorporar los bienes eclesiásticos y venderlos, las capillas y el jardín del convento quedaron dentro del predio que el nuevo dueño dedicó a hotel, convirtiéndolo en uno de los mejores de la ciudad.
Posteriormente lo adquirió el señor Cook, transformando la fachada y adaptando en el interior locales para negocios, oficinas y consultorios. Hace cerca de 12 años el DDF lo adquirió y restauró, instalando en ese lugar el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México en la planta alta, y en la baja la librería Pórtico, especializada en la gran capital. Esto permite a cualquier ciudadano recorrer los maravillosos espacios, apreciar la arquitectura barroca, el enjarrado, la bella cúpula recubierta de azulejos coloridos e imaginar en dónde pudieron haber estado las habitaciones del ilustre don Belisario Domínguez; pensarlo caminado por estos lugares, probablemente con un libro bajo el brazo, quizás una edición de las que ahora tiene este sitio dedicado a fomentar la lectura y el gozo de nuestro patrimonio arquitectónico, artístico y literario.
A estos placeres se suma el de disfrutar, a unos pasos, exquisitos churros con chocolate en tres espesores a elegir: a la española, la francesa y la mexicana, en el tradicional El Moro, en Eje Central 42, casi esquina Venustiano Carranza.