La ciudad estrenó consigna: ``¡Ramona salió y el cerco se rompió!''
Jaime Avilés Por primera vez en la historia de México, el discurso más importante de un mitin opositor en el Zócalo fue pronunciado en tzotzil, es decir, en la lengua de los hombres y las mujeres murciélago que viven en las montañas rebeldes de los Altos de Chiapas. ¿Y eso por qué? Hay dos explicaciones. La primera, coreada en rimas de combate, porque ``¡Ramona/ salió!/ ¡Y el cerco se rompió!'' Y la segunda, en voz de la mismísima Ramona, porque ``yo hablo muy poquito español, pero les voy a decir mi palabra en tzotzil, a ver si algunos entienden''.
También por primera vez en la historia de México, el himno de un ejército campesino levantado en armas contra el régimen del PRI y del PAN, fue entonado por una cantante de rock (Rita Guerrero) y por una comandante zapatista (obviamente, Ramona) en colaboración con miles de adultos y niños capitalinos, que repetían con la ``V'' de la victoria en alto y los ojos llenos de lágrimas, el estribillo aquél de ``Vamos, vamos, vamos, vamos adelante/ para que salgamos en la lucha avante/ porque nuestro pueblo grita y necesita/ de todo el esfuerzo de los zapatistas''.
La multitud abandona la Plaza de la
Constitución, luego
del acto político para recordar el 12 de octubre
de 1492
Foto: Jose Luis Ramirez
Yo no vi la marcha, que poco después de las diez de la mañana partió de Chapultepec y atravesando una mañana espléndida caminó por el Paseo de la Reforma, la avenida Juárez y la calle Madero hasta la Plaza de la Constitución, y no sé, por lo tanto, si como todos los años hubo, porque era 12 de octubre, algún intento por derribar la estatua del navegante genovés.
Lo que sé, en cambio, es que desde muy temprano el Zócalo era una fiesta, y que la consigna más favorecida por la preferencia de los marchantes era esa de ``¡A ver, a ver!/ ¿Quién tiene la batuta?/ ¿El pueblo organizado/ o diez hijos de puta?''.
Los presentes
Aunque el de ayer fue, como se esperaba, un acto multitudinario, no alcanzó el calificativo ``desbordante'' y no se trató de una sino de tres manifestaciones inconexas. La primera, a cargo de un numeroso grupo de danzantes aztequistas, que hacia las doce del día atronaban sus tambores y soplaban sus caracolas y agitaban sus conchas y llenaban algunos metros de la calle Madero con sus penachos de pluma y sus sahumerios de copal.
La segunda manifestación, que fue obra del Movimiento Popular Independiente y se originó en la glorieta del Angel y se colocó por ello muy pero muy adelante de quienes venían desde Chapultepec, llegó al Zócalo después de los aztequistas, ocupó algo más de la quinta parte de la plancha, efectuó un mitin para denunciar la captura de Eli Romero Aguilar, jefe del Frente Popular Francisco Villa, y de inmediato retiró a sus masas, para salvarlas de la asoleada extra que habrían tenido que pegarse esperando a la sociedad civil zapatista, cuyas columnas pasaban apenas, en Reforma y Juárez, ante el monumento a la Cáscara de Plátano del escultor Sebastián, artista oficial del salinismo tardío.
Mientras los del MPI se dispersaban morosamente, tratando de acercarse al sitio donde Ramona y los miembros de la Comisión de Concordia y Pacificación dormitaban dentro del aire acondicionado de un autobús de lujo, por la boca de la calle Madero empezó a hablar el zapatismo nuevo, diciendo:
``¡Ramona!/ ¡Ramona!/ ¡Es grande tu persona!'', pero también: ``¡Ramona! ¡Ramona!/ ¡Te tienes que aliviar!/ ¡Y al pinche/ gobierno/ lo tienes que chingar!''.
Vestidos muchos de ellos con los trajes ceremoniales de sus respectivas lenguas, venidos de la mayor parte de las regiones militarizadas del país, estaban entrando los primeros delegados del Congreso Nacional Indígena y largas y sudorosas cadenas de manos, entre las cuales no eran infrecuentes las de los niños, desfilaban junto a ellos exhibiendo la estructura portátil de los llamados ``cordones civiles por la paz''.
Los acuerdos
Bajo el principio de ``trabajar como asamblea cuando estamos juntos y como red cuando estamos separados'', los congresistas que portaban las mantas de una gran variedad de organizaciones y que no eran sino los pilares del Foro Indígena Permanente, que nació en enero de este año en San Cristóbal de Las Casas en torno del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, venían con la representación efectiva de miles de pequeñas comunidades miserables, dispersas a todo lo ancho y a todo lo largo del territorio mexicano.
``Cada uno de estos hombres'', me dijo una mujer perteneciente a los cordones civiles de paz, ``trae el mandato de muchos pueblos que sólo ellos saben dónde están. Y si no consiguen que su vida mejore por las buenas, ellos también van a terminar por irse a la guerra''.
Por lo pronto, pensé buscando a algún vendedor de refrescos, el Congreso Nacional Indígena acaba de ratificar los acuerdos de la Mesa Uno de San Andrés Larráinzar al pie de la letra.
El contenido de los papeles que salieron de aquella discusión en Chiapas es el mismo que se aprobó esta semana en los debates del Centro Médico.
El gran problema es que los empleados de la Secretaría de Gobernación que aceptaron y firmaron los compromisos de San Andrés no han hecho, desde entonces, otra cosa que tratar de sustituirlos, al peor estilo priísta, por un anteproyecto de ley que no refleja las verdaderas necesidades de los pueblos indios y que no habrá de resolver, por lo tanto, nada.
Pero no sólo estaban llegando congresistas y cordonistas al Zócalo sino, también, los gérmenes de la otra creación civil del zapatismo en armas.
Y éstos se anunciaban solos y no era difícil reconocerlos por sus gritos: ``¡Del norte al sur!/ ¡Del este al oeste!/ ¡Haremos el Frente!/ ¡Cueste lo que cueste!''.
Verde como el trigo verde, pero capaz de haber causado el tremendo alboroto que sacudió al país con la exigencia de que el EZLN viniera a la ciudad de México, el Frente Zapatista dio a la tercera manifestación de la mañana el tono de una auténtica marcha de la victoria, por aquello de ``¿No que no?/ Sí que sí/ ¡Ramona ya está aquí!''.
Y detrás de los frentistas venían las discretas columnas de la Asamblea de Barrios, de los trabajadores académicos de la Universidad Autónoma Metropolitana y de una ``ecuménica'' representación de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, las escuelas periféricas y las universidades privadas, y con ellos y entre ellos no pocos militantes del PRD que estaban ahí, a título personal, como zapatistas urbanos y no como miembros de esa otra porción de la política mexicana que se mueve dentro de los partidos y, por ello, dentro del Estado.
Los ausentes
Pensando que el refresco no me había servido sino para desatar el deseo de ir en busca de otro refresco, se me ocurrió, seguramente a causa del sol, que todos los allí presentes eran, a la vez, parte de los ausentes. Claro, me dije, porque vino el CEU pero en realidad no vino con el grueso de las muchedumbres juveniles que llenaron el Zócalo el 2 de octubre. Y vinieron las Asamblea de Barrios pero al mismo tiempo no vinieron con toda su fuerza colectiva. Más aún, vino el Frente Zapatista pero no el núcleo más movido, porque sus pobres y afanosos integrantes, después de trabajar como máquinas de vapor en los preparativos, el apoyo logístico, la recaudación de fondos, la distribución de alimentos y todas las otras pequeñas pero agotadoras tareas que supuso tanto el Congreso Indígena como el viaje a la selva para traer a Ramona, sencillamente estaban agotados.
De todas las ausencias, la más notable era, con mucho, la de El Barzón, cuya plana mayor, encabezada por Juan José Quirino, permaneció toda esta semana en La Realidad, jugando ajedrez con los asesores del EZLN, mientras el sup jugaba a la baraja de alta escuela con los senadores y diputados de la Cocopa.
Los médicos
Vagando por la plaza, topé con el cerco de micrófonos y libretas que un grupo de reporteros había tendido en torno a Javier Elorriaga, el jefe del Frente Zapatista, para pedirle que explicara cuál es en detalle el cuadro clínico que presenta Ramona.
Una oportuna pregunta en verdad, porque ahora, como las tristes plumas del régimen no pueden escribir como quisieran que Marcos ``se rajó'', toda vez que en las últimas tres semanas cacarearon hasta lo imposible para desaconsejable que viniera al Distrito Federal, y como tampoco pueden criticar a Ramona por ser tan valiente y tan iletrada y tan pequeña y tan tzotzil, optaron por difundir la argucia de que Marcos perpetró un acto inhumano al mandar a una enferma terminal ahora sí que a la guerra.
En febrero de 1994, no es inútil recordarlo ahora, cuando Ramona llegó a la Catedral de San Cristóbal para el primer diálogo del EZLN con la comisión especial de Manuel Camacho Solís, la doctora Alejandra Moreno Toscano se conmovió intensamente al saber que la comandante padecía de una terrible afección en los riñones y que sólo tomaba un brebaje de hierbas medicinales para aliviarse el dolor.
Moreno Toscano era, en aquel sitio, la única mujer del equipo de Camacho y por ello trabó una relación ``de género'', como dicen las feministas, con las mujeres de la comitiva rebelde y, en particular, con Ramona. Valiéndose de este contacto, la ex directora del Archivo General de la Nación se desvivió por explicarle que aún podía salvarse si dejaba que la atendieran los mejores médicos del momento. Pero Ramona se opuso con una razón invariable: ``Primero curen a todos los indígenas enfermos de Chiapas y luego a mí. Si no para qué nos levantamos en armas''.
Y como desde entonces no ha cambiado de parecer, y como en la actualidad su mal se ha vuelto gravísimo, en la selva se dice que Marcos, aprovechando las circunstancias, apostó a matar dos pájaros de un tiro para tratar todavía de salvarla: si Ramona aceptaba la misión revolucionaria de romper el cerco militar y político viajando a la ciudad de México, ya no tendría pretexto para ponerse en manos de los médicos.
Así, las consignas de ayer en el Zócalo confirman que la misión de Ramona ha culminado con éxito y que ahora la aguarda una hazaña aún más grande: ``¡Ramona!/ ¡Ramona!/ ¡Te tienes que aliviar..!''.