La Pax Britannica, como se recordará, no fue eterna y la Pax Americana, como se ve, corre serios riesgos. Antes que nada porque la misma mundialización tiene una relación de causa-efecto con la decadencia estadunidense. Aquélla no sería posible sin ésta y, además, la mundialización acentúa el autismo siempre presente en Estados Unidos, fomenta los estallidos de fenómenos fuera del control imperial y, al dar a Washington el mundo entero como campo de acción casi incontrastado, hace que todo problema internacional más o menos importante se transforme en un problema interno, que la Casa Blanca cada vez menos puede resolver, a pesar de sus inmensos medios pues carece de las condiciones materiales, económicas, militares y políticas para ello. Recordemos la imposibilidad de mantener a sus tropas en Somalia en cuanto comenzaron a llegar a casa algunos marines en sacos de plástico, o la vulnerabilidad ante el terrorismo en cualquier parte del mundo (como el Líbano o Arabia Saudita).
El Imperio, es cierto, tiene aún a su favor la hegemonía cultural y de los mass media pues, así como los romanos latinizaban a los gobernantes extranjeros, Estados Unidos americaniza a todas las élites, que juran por la Biblia del neoliberalismo y del FMI. Tiene también el predominio financiero ya que domina el FMI y el Banco Mundial, y posee el récord mundial de endeudamiento sin que nadie pueda decirle nada. Además, emite a voluntad los dólares que utiliza como medio de pago y de control de otras monedas, y aquéllos son el padrón monetario que reemplazó al oro cuando ya no pudieron seguir siendo cambiados por éste y se convirtieron en papelitos de juego de Monopolio que todos tienen que aceptar como buenos.
Por último, aunque sólo en orden de enunciación, tiene las fuerzas armadas más potentes y mejor equipadas del mundo. Pero el principal límite de éstas consiste en que sólo pueden librar una guerra tecnológica (como la del Golfo), de ``costo cero'' en vidas propias porque la sociedad estadunidense, políticamente, no puede ni quiere aceptar el precio de algunos cientos de muertos en batalla, ya que está demasiado preocupada por los problemas internos como para pensar en pagar un precio en sangre por su hegemonía internacional y rechaza cada vez más, incluso, pagarlo en dinero bajo forma de un conflicto prolongado. Basta con leer el último número de Foreign Affairs para darse cuenta de la desesperación de la extrema derecha que plantea resucitar el reaganismo, fomentar el hegemonismo y crear espíritu de identificación popular con los militares como condicio sine qua non de la potencia, aunque sólo recoge sonoras trompetillas...
La mundialización también ha achicado al Estado más potente del mundo. No puede ya subvencionar la cultura popular (y hay un enorme analfabetismo de retorno y una caída del nivel cultural y de competitividad). No puede subsidiar la alimentación ni el consumo (y se desarrollan el crimen y las enfermedades, que llevan a gastar inmensas sumas en la prevención y en la construcción de cárceles, en una lucha perdida de antemano para la civilización). No puede crear trabajos realmente productivos y cada aumento de la productividad hace crecer, paralelamente, el desempleo, la tensión social. No puede edificar las condiciones efectivas para una mayor productividad desarrollando los servicios y las infraestructuras porque no hay fondos para vialidad, educación, sanidad ya que los que hay se destinan a subvencionar a los grandes trusts (con la modernización de los armamentos, con la eliminación de impuestos, etcétera).
Las grietas en la sociedad, por consiguiente, se ensanchan, desaparecen el mito fundador, la confianza en la movilidad social ascendente, la posibilidad de asimilación de los inmigrantes y la misma idea de que la american way of life es buena. Al mismo tiempo, Estados Unidos mantiene superioridad sólo en algunos rubros de la economía, aunque su decadencia interna reduzca los costos del trabajo.
No hay espacio aquí para confrontar el ritmo de la crisis de Estados Unidos con el del desarrollo de sus competidores, presentes o futuros. Pero una cosa es cierta: la mundialización de la economía no ha llevado ni llevará al dominio total del Imperio ni de un supuesto Directorio mundial de países por aquél controlado, sino a una creciente y conflictiva multipolaridad. Esto es a la vez poco y demasiado para quienes creen en el Destino Manifiesto...