Las elecciones en Guerrero resultaron portadoras de buenas noticias. Transcurrieron de manera pacífica, refrendaron la pluralidad que cruza al país e indican que las fuerzas políticas fundamentales están comprometidas con la vía electoral.
Contra presagios ominosos, la jornada electoral fue una muestra de civilidad. La gente se congregó para votar, lo hizo de manera ordenada y tranquila, no se reportaron incidentes graves, mostrando la virtud mayor de los comicios que es precisamente la capacidad de dirimir quién debe gobernar o legislar de manera civilizada, sin derramamientos estériles de sangre.
Pero además los votos indican, más allá de los ganadores específicos, que si bien la diversidad de opciones que conviven en el país tienen grados de arraigo diferente, conforman un conjunto cada vez más competitivo, y que si la voluntad popular es acatada acaban conformando gobiernos multicolores. Habrá gobiernos municipales de cuatro partidos, un congreso variopinto, y la propia pluralidad tendrá mejores asideros institucionales para seguirse reproduciendo.
Lo cual, a su vez, indica que tiene sentido seguir votando. Es decir, refrenda que la vía electoral es un auténtico cauce para dirimir el crucial asunto de quiénes deben gobernar, porque pone de manifiesto que la mayoría de hoy puede ser minoría mañana, y la minoría en un determinado lugar puede no serlo en otro.
Esa mecánica empieza a aclimatar entre nosotros los valores del pluralismo, de la convivencia en la diversidad, de la tolerancia, es decir, de la democracia. Esto último, que se escribe fácil, es una de las construcciones culturales más complejas puesto que tiene que trascender todos los códigos tradicionales que ven en la política una actividad semejante a la guerra.
No se trata, sin embargo, de unas elecciones en Jauja; el abstencionismo fue alto y hay denuncias de irregularidades. Alrededor del 60 por ciento del padrón no votó, y ese dato no puede ni debe ocultarse. Es decir, franjas significativas de ciudadanos, por diversos motivos, decidieron darle la espalda a las urnas. Seguramente explican ese porcentaje tan alto el clima de violencia que se vive en algunos sitios de la entidad, los presagios amenazadores, la falta de tradición de elecciones competidas y limpias y, por supuesto, los fenómenos universales de desafecto con los partidos, las elecciones, la política.
No obstante, el abatimiento del abstencionismo quizá sea posible con los propios instrumentos de la política. Es decir, conforme se multiplique la competencia, la eficiencia de la labor de los partidos, la credibilidad en los comicios, serán claras las ventajas que tiene la vía electoral por encima de cualquier otra y ello especulativamente debe tener un impacto positivo sobre los propios votantes.
Por otro lado, a decir de diferentes observadores, se produjeron irregularidades, que sin duda es imprescindible desterrar. No se puede ni se debe contemporizar con las mismas, porque son el principal erosionador de un expediente que debería ser venturoso. No obstante, también parece claro que cada vez más se trata de hechos aislados, que no conforman una tendencia generalizada. Y al parecer eso indican las primeras reacciones de los voceros de los distintos partidos políticos. En principio reconocen triunfos y derrotas, y existe una franja en donde se concentra el litigio postelectoral.
Si ello es así, las propias instituciones diseñadas para canalizar el diferendo tienen una tarea central: despejar las dudas, las denuncias, con absoluta imparcialidad. El tribunal electoral de la entidad tiene la responsabilidad y la obligación de limpiar lo que sea necesario limpiar, de tal suerte que lo menos no manche a lo más.
Vivimos tiempos aciagos, cargados de una buena dosis de incertidumbre, y por ello mismo subrayar las virtudes y potencialidades de la vía democrática del quehacer político, tiene sentido. Recordaba José Agustín Ortiz Pinchetti, en la sesión del jueves del Consejo General del IFE, que en 1995 y 1996 se han celebrado alrededor de 25 elecciones estatales y que sólo en una entidad se ha vivido un conflicto postelectoral. Es decir, que a querer o no, la vía está abierta, cada vez es más franca, y una y otra vez muestra sus enormes potencialidades para ofrecer cauce a la lucha política.
Porque, aunque parezca mentira, a fines de siglo es necesario recordar que no existe fórmula política superior para dirimir las diferencias y optar por los diversos proyectos que coexisten en una determinada comunidad que la vía electoral. Se trata de una fórmula que puede cobijar a todos y que permite que la convivencia social sea eso, y no una guerra sorda y desgastante.