Jean Meyer
Afganistán, como siempre

Afganistán, antes de 1914 era una pieza clave en lo que Kipling llamó ``el gran juego'' que oponía Inglaterra al imperio de Rusia. Hoy, con fronteras con Irán, Pakistán, China y tres repúblicas de Asia central (ex URSS), sigue siendo una pieza mayor en el tablero. La presencia de los mismos grupos étnicos por ambos lados de las fronteras redobla el efecto geográfico. Afganistán tiene 4 millones de tadzhik (en Tadzhikistán no hay más de 3 millones 200 mil), un millón de uzbek (Uzbekistán tiene 14 millones); Afganistán debe tener unos 16 millones de habitantes de los cuales el 40 por ciento son pashtun. Esa nación mayoritaria, emparentada con sus vecinos del Pakistán, tradicionalmente ha dominado al país.

El imperio soviético desarrolló las relaciones con Afganistán intentando atraer tadzhik, uzbek y turkmen. Su intervención militar (1979-1988) en la guerra civil afgana intensificó el proceso, pero provocó también la participación de Pakistán y de Estados Unidos que gastó 10 millones de dólares en los ``combatientes de la libertad''.

Hace más de 15 años que Afganistán está en guerra. La guerra es una tradición multisecular entre los fieros montañeses que siempre derrotaron al invasor, como experimentaron ingleses y rusos, en el siglo pasado, y el ejército rojo hace poco. Afganistán fue el Vietnam de la URSS y tuvo su papel en la caída del sistema.

Indomables, los afganos tienen un solo enemigo invencible: los afganos. La guerra entre clanes y jefes ha hecho del país un caos ingobernable, lo que, hasta ahora, ha reducido la amenaza que podría presentar para sus vecinos. Es uno de los países más pobres del mundo; arcaico, atomizado, ha perdido el 9 por ciento de su población en la guerra. El ejército soviético se retiró en 1989, la URSS cayó en 1991 y su hombre en Afganistán, Nazhibulah, en 1992. Los actuales dueños de Kabul acaban de supliciarlo horriblemente. Luego, de 1992 hasta la fecha, los vencedores se han enfrascado en una lucha interminable. Los ``talibanes'', estudiantes de teología formados en los campos de refugiados en Pakistán y apoyados por el gobierno pakistaní, surgieron a fines de 1993, con la pretensión de acabar con todas las facciones para dar unión y paz al pueblo, bajo la férula de un Islam rigorista. A principio de 1995 los talibanes perdieron la sexta batalla de Kabul, pero acaban de triunfar, prácticamente sin disparar.

¿Qué va a pasar? Todos los vecinos, menos el muy satisfecho Pakistán, han manifestado su preocupación, y el 4 de octubre se reunió en Alma Ata una conferencia entre Rusia y cuantro países de la CEI para enfrentar la nueva situación. Curiosamente, el único que parece desinteresarse de Afganistán es Estados Unidos. Debe estar muy arrepentido de haber gastado tanto dinero con los ``combatientes de la libertad'', grandes cultivadores de amapola que cubren la tercera parte del consumo norteamericano de heroína.

En 1992, cuando cayó Nazhibulah, empezó en Taszhikistán una guerra civil entre comunistas e islamistas (aliados a los escasos demócratas) que provocó la intervención rusa y uzbek a favor de los primeros. Eso paró en seco la amenaza. Además, los afganos enfrascados en su guerra civil no podían intervenir; ahora, quién sabe.

La toma de Kabul fue muy fácil: el gobierno corrupto minoritario, dividido, con dos jefes militares rivales: el tadzhik Masud, el general ``rojo'' uzbek, Dostum, no hizo nada. Los talibanes encierran a las mujeres, les imponen el velo; a los hombres la barba y el traje tradicional; empezaron los linchamientos y las palizas; la cuarta parte de la población huyó hasta que los talibanes prohibieron la salida de Kabul. Por el momento manifiestan cierta prudencia frente al general Dostum, atrincherado en su Norte, pero pretenden acabar con Masud, ``el león del Panshir'', alguna vez héroe legendario de la lucha con los soviéticos.

Dostum, que nunca peleó contra los soviéticos, podría recibir el apoyo del poderoso Uzbekistán y por lo mismo de Rusia, mientras que los rusos no han perdonado a Masud, ni las derrotas que sufrieron a sus manos, ni su apoyo a los insurgentes tadzhik, desde 1993 hasta la fecha. Hay muchos guiones posibles: el desmembramiento del país; las provincias norteñas se irían con Uzbekistán y Tadzhikistán, mientras que el Afganistán pashtun se quedaría solo o se confederaría con Pakistán; o el triunfo de la solidaridad islámica con o sin expansión sobre las repúblicas asiáticas de la CEI. Es un rompecabezas para Estados Unidos, que se ha olvidado de esa parte del mundo en los últimos años, cuando los afganos han empezado a pelear en el Cáucaso, en Bosnia y, quizá, mañana en Palestina.