EL TONTO DEL PUEBLO Jaime Avilés
¡¡Olé!!
(A Villegas y Saint-Cyr porque es 12)
Faltan poco más de tres semanas para los comicios presidenciales en Estados Unidos, y el supremo gobierno de la Tierra se mueve en todos los frentes para que ningún conflicto regional eche a perder la muy probable reelección de Clinton. Por ello, tanto en el caso del pueblo kurdo, dividido y enfrentado en las fronteras de Irak y Turquía, como en la nueva disputa de Israel con los palestinos, la Casa Blanca actuó con rápida versatilidad, bombardeando a Sadam Husseim o cabildeando entre Arafat y Netanyahu, para que nadie hiciera olas en las vísperas del proceso gringo.
Bajo esta lógica es necesario estudiar el sorprendente control que la administración de Ernesto Zedillo ejerció el domingo pasado sobre los caciques del estado de Guerrero, durante las elecciones municipales de aquella entidad, que por otra parte significaron un extraordinario avance para los candidatos del Partido de la Revolución Democrática y un merecido espaldarazo a la dirección de Andrés Manuel López Obrador.
Conjurado el seguro desbordamiento que entrañaba sin duda una crisis poselectoral en Guerrero, el régimen levantó la cabeza para darse un respiro y enfrentar el desafío que le planteaba la visita de una delegación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional a la ciudad de México: un desafío que, es preciso recordarlo, había perdido lastimosamente a los ojos del país y del mundo.
Con la clara certidumbre de que ``la razón, la autoridad moral, la opinión pública, la historia y la ley'' estaban, como dijo, ``del lado de los zapatistas'', el subcomandante insurgente Marcos inició el martes por la mañana, dentro de los selváticos muros verdes de la nueva Numancia, una difícil y delicada mano de pókar en varias mesas: en una, con los diputados y senadores de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), en otra, con las personalidades agrupadas en la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) y en otras dos más, por interpósitas personas y a larga distancia, con la Secretaría de Gobernación y --según el agudo artículo de Alvaro Arreola Ayala de ayer en El Financiero-- con el Ejército.
Escribe Arreola Ayala al respecto: ``La salida de la comandante Ramona de la región chiapaneca, enmedio del cerco militar más aparatoso de la historia local y nacional, fue a todas luces un acuerdo negociado básica y políticamente entre el titular del Ejecutivo federal y el secretario de la Defensa, en la `gira' que el primero hizo por diferentes comandancias militares de la República, el pasado día lunes''.
La noche del propio lunes 7, una vez resuelto el diferendo con las fuerzas armadas --cosa que probablemente, sospecha el tonto del pueblo, y Marcos no supo sino hasta el final de la partida-- entraron en acción la Conai y sobre todo la Cocopa, que el martes 8 se trasladaron a la selva. Entonces, lo primero que Marcos informó a unos y a otros, en reuniones por separado, fue que el EZLN en ningún momento había dicho públicamente que deseaba mandar representantes al Congreso Nacional Indígena, que estaba empezando ese día en la ciudad de México.
El debate desatado hacía tres semanas sobre el derecho de libre tránsito de los zapatistas, subrayó Marcos, no lo provocó el EZLN sino la sociedad civil, y la ola creció en México y en el mundo gracias, en primer término, a los disparates que esparcieron los ayudantes del secretario de Gobernación y, después, gracias a las ridículas declaraciones de altos dirigentes del régimen, así como del PRI, del PAN y de las cúpulas empresariales, secundados por los voceros de prensa de la ultraderecha salinista.
Cuando la avalancha de opiniones a favor de la salida de los zapatistas llegó a su clímax, la Cocopa interpretó con acierto que se abría la posibilidad de reconstruir el diálogo del EZLN con la administración de Zedillo, que había sido pulverizado por la torpeza de los ``negociadores'' gubernamentales en la Mesa de San Andrés. Y con tales antecedentes fue que se inició entonces el intercambio de naipes entre la Cocopa y el Sup.
A lo largo de todo el juego, dice el tonto del pueblo que le dijeron fuentes cercanas a los popularmente llamados ``cocopos'', Marcos actuó con una admirable sangre fría y con un as guardado en la manga. El EZLN, sabían sus contrincantes en el tapete de fieltro, había caído en un pozo. Como organización guerrillera había sido desplazado de la opinión pública por el impacto del EPR. Como impugnador del régimen, había perdido terreno en los medios. Peor todavía, su aliada estratégica, la sociedad civil, estaba exhausta, desmovilizada y con el ánimo por los suelos. Y para colmo de males, su retiro de San Andrés no había conmovido sino a los burócratas que viven del sueldo que la sociedad les paga, a través de Gobernación, por tratar de ``achicar políticamente'' a los zapatistas.
Sitiado, como dice Alvaro Arreola, ``por el mayor cerco militar'' en la historia de México, pero aislado igualmente dentro del cerco político creado por el desgaste propio y de sus adeptos, Marcos recibió las propuestas de la Cocopa y preguntó el precio que debería pagar por ellas, porque la política es una rara moneda que por un lado ostenta la cara de la guerra y por el otro el sello del comercio. Y como el precio no lo fijaba la Cocopa sino la Secretaría de Gobernación, y era muy alto --en pocas palabras, el desarme, la supresión de las capuchas y el compromiso de transformarse a corto plazo en organismo civil--, el Sup reviró señalando con malicia que estaban tratando de venderle realmente carísimo el ``permiso'' de viajar al Distrito Federal, una mercancía que, por otra parte, ya tenía en la canasta. Así que, señores, dicen que pidió con toda serenidad, bájenle.
Al atardecer del martes, cuando la mayor parte de la Cocopa se retiró del ejido La Realidad para volar rumbo a la ciudad de México y aterrizar en Bucareli, Marcos ya había obtenido el ofrecimiento de que si Gobernación aceptaba lo que se acababa de pactar, la Cocopa regresaría con el firme compromiso de que la mañana del jueves una delegación ``de hasta diez miembros'' del Ejército Zapatista de Liberación Nacional --elegida libremente por la comandancia general-- sería escoltada a la capital del país para estar presente en la clausura del Congreso Nacional Indígena. Y ni siquiera se discutió si el propio Marcos se incluiría en el grupo: los cocopos lo daban de antemano por hecho.
La misma noche del martes, ya en Bucareli, los de la Cocopa se sumergieron con los empleados de Chuayffet en una discusión por demás tormentosa, que fue subiendo y bajando por el tablero de serpientes y escaleras del régimen hasta que los dados fueron puestos en la mano del doctor Zedillo. Y cuando éste expresó su anuencia, muy cerca ya de la mañana del miércoles 9, los cocopos se transfirieron otra vez a la selva, reanudaron la partida de pókar con Marcos y cerraron el trato: el Presidente de la República, informaron al Sup los legisladores, acepta que ``una delegación de hasta diez miembros del EZLN viaje, el día de mañana, al Distrito Federal''.
Marcos, dicen, pero tampoco es difícil imaginar la situación, disimuló la sonrisa, llenó la pipa, acercó la flama a la cazoleta y procedió a revisar las cuestiones operativas del asunto. Se había descartado --porque en este aspecto los cocopos manejaron con habilidad el factor del tiempo-- que el transporte pudiese efectuarse por tierra, a través de los estados de Chiapas, Oaxaca y Puebla, donde sin duda habrían salido miles y miles de personas a las carreteras. No: sería en avión y con ayuda de la Cruz Roja en los tramos de La Realidad a Tuxtla Gutiérrez y etcétera, etcétera.
Y entonces, cuando sólo faltaba que el EZLN diera a conocer los nombres de los ``hasta diez'' delegados rebeldes que viajarían en compañía de la Cocopa y de la sociedad civil, y considerando que el juego había terminado y que por lo tanto haría una trampa limpia, Marcos sacó el as que había conservado todo el tiempo escondido en la manga y lo depositó en el tapete para dar un golpe maestro:
--La delegación que enviaremos al Congreso Nacional Indígena --anunció-- estará formada única y exclusivamente por la comandante Ramona.
Una frase que probablemente no será recogida por los mármoles de la historia, pero que explica, al menos, dice el tonto del pueblo, el taurino título de este papel.
El ``precio'' que el EZLN se comprometió a pagar por este acuerdo político de altura no lo sabremos sino a partir del martes próximo, cuando los jefes zapatistas se encuentren de nuevo con la Cocopa en algún recinto de San Cristóbal. Lo que cuenta, y merece por ello ser contado, es que a través de la negociación, sin recurrir a las armas, los zapatistas rompieron el cerco político en el que diversos factores los habían enclaustrado. Eso en primer lugar.
En segundo, que de manera pacífica, amparados en la complicidad de los pueblos, en el secreto de su organización y con la eficacia que los caracteriza, rompieron, asimismo, el cerco militar, porque la comandante Ramona vive y siempre ha vivido en las montañas tzotziles de los Altos de Chiapas, de donde enferma y atormentada por sus dolores, cruzó dos veces las líneas gubernamentales: una para salir de la tierra fría y otra para ingresar en la zona más caliente y vigilada de la selva. El simple hecho de que Ramona estuviese en La Realidad antes que se iniciara la ronda entre el EZLN y la Cocopa, sólo confirma que Marcos tuvo esa carta guardada todo el tiempo en la manga y que no la sacó para ganar, sino para demostrar que, en el peor de los casos, también podría haberle ganado la mano al régimen.
Ahora, con el apoyo activo de la sociedad civil y con la simpatía de la opinión pública del mundo, el EZLN ha quitado las trancas de la estupidez y abierto las puertas del sentido común, no sólo para emprender en el futuro inmediato nuevos desplazamientos por el territorio mexicano sino, ante todo, para exigir, al igual que muchas otras más fuerzas y con más razón que nunca, un verdadero diálogo nacional para la transición pacífica a un nuevo sistema político y un nuevo proyecto económico.
Es una lástima que enmedio de este cuadro, en el colmo de la desesperación, para lavar la cara de todos los que hicieron el ridículo oponiéndose a la visita de los zapatistas, y para despojar de las ocho columnas de los diarios a una pequeña indígena enferma que llega a la capital con la bandera de México tiernamente doblada entre sus manos, los propagandistas del poder hayan tenido que desenterrar una calavera que, si algo representa, es el estado de salud del ``sistema''.