La llegada de la comandante Ramona a la ciudad de México es un acontecimiento de gran importancia en muchos órdenes. Su participación en la clausura del Congreso Nacional Indígena y la cálida y multitudinaria acogida que le brindaron diversos sectores de la sociedad capitalina constituyen un desenlace afortunado y promisorio a uno de los más tensos momentos que ha experimentado el proceso de paz en Chiapas, así como un signo de esperanza para quienes pretenden hacer de México un país más equitativo, más democrático, más justo, más libre y más apegado al imperio de las leyes.
Cabe recordar que el anunciado viaje de integrantes del Consejo Clandestino Revolucionario Indígena a la capital del país, con el propósito de participar en el encuentro indígena mencionado, suscitó reacciones adversas por parte de las autoridades y de diversos representantes del sector privado. Mientras que varios altos funcionarios gubernamentales advirtieron que se procedería a reactivar las órdenes de captura -emitidas en febrero del año pasado y suspendidas, en tanto se mantega el proceso de pacificación en la en-tidad sureña- contra diversos presuntos dirigentes zapatistas en caso de que éstos intentaran viajar a la capital de la República. Por su parte, líderes de la iniciativa privada expresaron reacciones fóbicas contra la visita al DF de líderes de los indígenas rebeldes, con argumentos tan endebles como que éstos podrían provocar embotellamientos.
Por su parte, la dirigencia rebelde mantuvo su determinación de enviar una representación al Congreso Nacional Indígena que se clausuró ayer en el Centro Médico Siglo XXI. Se generó, así, un tenso impasse en el que no se veía ninguna salida que pudiera satisfacer a las dos partes. En estas circunstancias, las gestiones realizadas por la Conai y la Cocopa resultaron providenciales, y se logró, finalmente, que el gobierno y el EZLN encontraran una fórmula de compromiso capaz de conciliar el principio de autoridad del Estado con el derecho al libre tránsito de que disfrutan todos los ciudadanos mexicanos, incluidos los zapatistas. La llegada de Ramona al Distrito Federal es una victoria para ambas partes.
Este feliz desenlace de lo que parecía un callejón sin salida contribuirá, sin duda, a destrabar las negociaciones de San Andrés y a distender el tenso clima que ha prevalecido en los contactos entre las autoridades federales y la dirigencia rebelde chiapaneca.
En otro sentido, la presencia de Ramona en el encuentro indígena finalizado ayer fue un paso de gran importancia para que las comunidades insurrectas de Chiapas refuercen sus vínculos con sus hermanos de otras regiones de la República. Ello es importante no sólo de cara a la unidad de la causa indígena sino también para la conversión del EZLN en una organización pacífica y desarmada, inmersa en la vida política y cívica regular del país.
Por otra parte, los emotivos actos de recepción que muchísimos ciudadanos capitalinos están ofreciendo a Ramona en esta fecha emblemática del 12 de octubre prefiguran, para bien, el surgimiento de una nueva conciencia en el México urbano y mestizo acerca de su inmensa deuda histórica con las comunidades indígenas marginadas, agraviadas, discriminadas y oprimidas.
Finalmente, la visita de la dirigente indígena a la capital del país nos coloca ante una profunda paradoja humana: su figura pequeña y frágil, debilitada por una enfermedad terminal, simboliza el sufrimiento y la triple opresión de su condición de indígena, mujer y pobre, pero es también una expresión inapreciable de dignidad, de tenacidad, de espíritu de lucha y sacrificio, de amor a la Nación, de arraigo; en suma, de los mejores impulsos que brotan del México profundo que ahora exige, con toda la razón y la justicia, un lugar en el México de todos