Frágil y escoltada por simpatizantes, Ramona llega al DF
Hermann Bellinghausen Nadie esperaba esta forma de entrada triunfal. ¿Qué dice la travesía de la comandante Ramona desde el aeropuerto internacional hasta el Centro Médico Siglo XXI en un autobús blindado y plúmbeo, rodeada de patrullas, ambulancias y embotellamientos? ¿Qué hace ella, tan breve y leve, en la jungla de asfalto? La ciudad tarda en digerir la llegada de Ramona. Es tan climática y tan anticlimática a la vez. La gente tiene ganas de estar alegre.
Una joven fuerte, en la flor de la edad, le grita desde la banqueta a la visitante, que surca en convoy los viaductos y los ejes metropolitanos, mientras se dirige al Congreso Nacional Indígena:
-¡Eres nuestra esperanza!
Llegada de la
comandante Ramona en autobús, custodiado
por un cinturón
civil, en avenida Cuautémoc.
Foto: Francisco Olvera
¿Tiene eso sentido? ¿Cómo puede ser la esperanza de esa muchacha una mujer golpeada por la vida, una mujer de pueblo que habla poco castilla, y que ante un auditorio atiborrado de público lee dificultosamente un comunicado del EZLN? Ramona es una luchadora social, impulsora de la primera Ley de Mujeres en el mundo y por cuya voz esta noche habla la voz del Ejército Zapatista. A una mujer anciana, el paso de Ramona le arranca lágrimas de admiración.
Con ella, cuatro o cinco mil personas que esperan en la avenida Cuauhtémoc conocen en persona, y muy apenas pues la traen blindada, al primer zapatista que entra a la capital. Hace pocos días los periódicos se alarmaban: ``Ahí vienen los zapatistas''; la oposición leal anunciaba el apocalipsis, ``el fin del Estado''; el poder hablaba de ``provocación''. Tuvieron que desenterrar un cadáver pestilente para tapar la noticia de Ramona. Ahora se pretende que no existe, si no es para el velado escarnio del racismo vergonzante.
A diferencia de los que conformaban los cinturones de paz en la explanada del Centro de Convenciones, los de la calle, en muchos casos, era gente que tenía poca información acerca del zapatismo, y en general de los indígenas mexicanos. Y sin saber por qué, estaban emocionados y esperaron varias horas al rayo del sol. La gente tenía sed, y esperaba.
Adentro concluía el Congreso Nacional Indígena, un evento inusual que tampoco ha digerido la ciudad. Representantes políticos de la mayoría de los pueblos étnicos del país, de casi todas las organizaciones legales importantes, recibieron en sorprendente homenaje a la enviada del EZLN, a quien ellos, los participantes del Congreso, habían invitado, para quizá sin quererlo poner en riesgo la estabilidad del Estado.
Los ñañú le hicieron un homenaje místico. Sentada al centro del presidium, Ramona recibió flores, bordados, juguetes de madera, más flores de Oaxaca, Nayarit, Hidalgo, Veracruz, Chiapas, Guerrero, estado de México, Puebla.
Se necesita ser fuerte como Ramona para llevar sobre los hombros el peso de una representación tan importante y ser objeto de un reconocimiento tan amplio y clamoroso. Ella aquí es una victoria; eso ya lo entendieron los que lo tenían que entender.
En ella encarnan las demandas del primero de enero del 94: salud, educación, vivienda, justicia, democracia y todo lo demás, o sea todo.
En la explanada, en lo que llega Ramona, se le cantan canciones, se le leen poemas, se le tocan guitarras y le bailan. Un paliacate gigantesco cubre todo un prado del Centro Médico. Un paliacate rojo. Adentro y afuera abundan los jóvenes. Ronda la fuerza del Estado en tráileres llenos de caballos y granaderos, en numerosos agentes de seguridad nacional tan identificados como los punks, las enfermeras y los indios. La policía hostiga a quienes salen del Metro: ¿a donde va?, ¿qué busca aquí?
Un colega, viejo lobo de mar, se remonta a 1914. Las tiendas cierran. Las casas se atrancan. Vienen los zapatistas a tomar chocolate en Sanborn's con sus cananas y sus carabinas 30-30.
Hoy, Carabina 30-30 es la tonada del himno zapatista, que se canta repetidamente a lo largo de la tarde festiva, y las voces dicen necesitar de todo el esfuerzo de los zapatistas. El esfuerzo de la comandante Ramona, que vino a romper el cerco, a avergonzar a los que todavía tienen vergüenza, a dar, ella sola, una batalla por la paz a nombre de miles como ella que se alzaron en armas por puritita dignidad.
Discuten dos hombres en la banqueta, frente al Centro Médico. Uno, que lleva en la mano el periódico Corre la Voz, afirma:
-El gobierno no permitió la entrada de la delegación zapatista, y por eso enviaron a Ramona.
El otro, con tipo de obrero, lo corrige:
-No, mi buen. Los zapatistas enviaron a Ramona porque iban a venir al Distrito Federal y así le hicieron.
Enmedio de la polémica, unos trajeados de walkie talkie toman nota, creyendo que nadie lo nota, y lo notan muchos.
Ramona y su fuerza contra otras fuerzas. La ciudad dormirá esta noche haciéndose a la idea de Ramona, cuya inminencia provocó alerta roja... en la bolsa de valores y los cuarteles de la policía capitalina.
La comandante Ramona trajo de regalo (o sea, no sólo recibe ella regalos) una bandera nacional, que a nombre de los indígenas reunidos recibe don Félix Serdán, veterano jaramillista, eslabón con los primeros zapatistas.