En México, monseñor Prigione lo conquistó todo, menos la simpatía de sus feligreses y de la opinión pública. El cardenal Pío Paghi, prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, aclaró dudas sobre la obligada renuncia del nuncio, al decir que en la alta jerarquía la presentación de la renuncia a los 75 años no sólo es cuestión de derecho canónico sino de tradición a la que nadie escapa, ni los nuncios, y que la decisión final está en el papa. Así ha sucedido este año con los nuncios de Kenia, Holanda, Japón y Egipto.
Egresado de la Escuela de Diplomacia de la Santa Sede en 1951, monseñor Jerónimo Prigione ha sido uno de los diplomáticos que mejor se ha adaptado a la cultura política mexicana. Llegó en febrero de 1978, y ha permanecido aquí durante 18 años; ha tratado con cuatro presidentes y ha sido el representante de tres papas. Bajo su periodo recibió en tres ocasiones al pontífice y coordinó una Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Celam), en febrero de 1979. Desde su llegada no sólo se ha afianzado entre la clase política, sino que ha logrado formar parte de ella. Ha sido el arquitecto de las transformaciones actuales de la Iglesia católica mexicana, empezando por el disciplinamiento ideológico en contra de la Teología de la Liberación, hasta la renovación casi total del cuerpo episcopal.
Bajo la influencia de Prigione han pasado los cambios de sedes y los nombramientos de la mayoría de los actuales obispos. Ha manejado situaciones ``delicadas'', como la de hace diez años en la diócesis de Chihuahua, en donde por conflictos poselectorales el clero amenazó con suspender los cultos religiosos en señal de protesta; ante la desesperada presión del gobierno, el entonces delegado apostólico resolvió con la llamada a la disciplina desde Roma. Monseñor Prigione ha usado el recurso de incrustar a obispos coadjutores de signo opuesto a los titulares, como movimiento neutralizador. Así se impuso a obispos rebeldes como Almeida Merino, en Chihuahua, Carrasco en Oaxaca, y Samuel Ruiz en Chiapas.
Desde mediados de los años 80 el nuncio encabeza una efectiva apropiación del poder eclesiástico, desplazando entre otros jerarcas al propio cardenal Ernesto Corripio Ahumada. Prigione detentó la representatividad e interlocución frente al gobierno, especialmente el salinista; finalmente concentra el poder eclesiástico con gran solvencia, teniendo como principal garante la línea directa en la secretaría de Estado del Vaticano. Por su despacho pasan los cambios constitucionales que darán el reconocimiento jurídico a la Iglesia, y los expedientes negociadores de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la santa sede.
Ha resultado vencedor frente a secretarios de Gobernación renuentes ante la Iglesia, particularmente Fernando Gutiérrez Barrios. También desarrolló profundas amistades políticas con Manuel Bartlett Díaz y José Córdoba Montoya, amén de otras amistades circunstanciales como la de Cabal Peniche. El nuncio ha tenido la habilidad de neutralizar corrientes gubernamentales en su contra, y ha desactivado supuestas intromisiones políticas en el caso de la nominación del arzobispo primado, que finalmente se resolvió en favor de Norberto Rivera Carrera.
En suma, Prigione es un ``supernuncio a la mexicana'', conocedor como pocos del sistema político; en realidad ya se le acabaron los desafíos y las grandes metas. Como todo hombre político, ha tenido que enfrentar las consecuencias de su poder. Resaltan los difíciles momentos que pasó después de su entrevista con los narcotraficantes Arellano Félix, o su apoyo a la versión del gobierno de ``confusión'' --a pesar de muchos obispos-- del trágico asesinato del cardenal Posadas, o las disputas frente a la Arquidiócesis del cardenal Corripio por el registro ante la Secretaría de Gobernación.
El ciclo de Prigione declina notoriamente desde 1993, cuando fracasó en su explícito intento por remover a don Samuel Ruiz; meses después fue severamente cuestionado por la opinión pública mexicana, cuando se autopropuso mediador entre el gobierno y la guerrilla zapatista en Chiapas. Con 75 años, edad de renuncia eclesiástica, Prigione enfrenta en la soledad el momento de su propio retiro. A pesar de guardar intensos contactos con las élites del poder, en el último año el nuncio ha sido particularmente discreto. En el caso Schulenburg tomó distancia de éste, hecho extraño, pues el abad es uno de sus protegidos predilectos. Pareciera, por momentos, que Prigione es contestado por sus discípulos como Rivera Carrera y el cardenal Sandoval.
El nuncio Jerónimo Prigione ha conquistado todo en México, menos el paso inexorable del tiempo que no perdona ni al pontífice romano. Probablemente, en el próximo consistorio de 1997 --reunión del papa con los cardenales, que se realiza cada tres años-- sea nombrado cardenal y abandone, con ese rango, nuestro país.