La Jornada 11 de octubre de 1996

Alí Chumacero: busco espíritus coincidentes, no prosélitos

Angélica Abelleyra Poeta diáfano. Erudito modesto. Bibliógrafo docto. Crítico lúcido. Bebedor heroico. Tipógrafo implacable, han señalado de él sus colegas y amigos. Y él asume su amasiato con la música de Bach, las emociones del box y la tauromaquia, pero sobre todo los placeres de la lectura y el ejercicio con las letras.

Alí Chumacero, el nayarita que fue homenajeado hace once años, hoy vuelve a ser releído y recobrado en la serie de actividades que contemplan la lectura de sus versos sólidos y flexibles y el recuento de su obra múltiple en la crítica literaria, la tipografía, la docencia.

Creador que se autositúa como responsable de una ``poesía difícil, de pocos lectores, que no encuentra rápida afinidad'', a Chumacero no le interesa ``ser para mayorías. Escribo para personas afines que me lean y comprendan. No escribo poesía para buscar prosélitos, sino para encontrar espíritus que coincidan con mis emociones y sentimiento''.

Tales emociones y sentimientos han sido retomados en el juicio crítico y el análisis de varios escritores, compilados por Evodio Escalante y Marco Antonio Campos en el volumen Alí Chumacero. Retrato crítico (UNAM, 1995). Traemos aquí los comentarios de algunos poetas.

Octavio Paz no encuentra mejor palabra para definir los poemas de Chumacero, que ``cristalización'' porque ``son sucesos de la carne o del espíritu que ocurren en un tiempo sin fechas y en alcobas sin historia. Es el tiempo cotidiano de nuestras vidas cotidianas recreado por un oficio estricto que, en sus mejores poemas, se resuelve en un diáfano equilibrio''.

Para el Nobel de Literatura mexicano, los libros de Chumacero Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo son volúmenes ``breves, intensos y perfectos''. En cada uno de ellos ``hay poemas que me seducen por su hechura estricta y por las súbitas revelaciones que entregan al lector, como si el poema fuese un objeto verbal construido conforme a las leyes de una geometría fantástica y que, al girar en el espacio mental, se entreabriesen hacia territorios vertiginosos, masas de oscuridad y precipicios por donde la luz se despeña''.

En tanto, Ramón Xirau circunda en la temporalidad que permea toda la obra de Chumacero y lo ubica como un ``poeta sensual, poeta del goce y el gozo del instante, poeta de la instantánea contemplación de sí (que) sigue el curso del movimiento que ha de llevarlo a la nada de un amor ausente, a la nada de una contemplación pasada, a la nada final y definitiva de la muerte''.

Identidad de estilo y espíritu es lo que José Emilio Pacheco destaca en la voz de Chumacero.

``Al comenzar sabe lo que tiene que decirse y decirnos. Porque se tiende a olvidar que, al hablar de sí mismo, el poeta está hablando para todos. Hay novedad, pero no ruptura: se sigue, se acrecienta ese fluir subterráneo, que bien podría ser la tradición lírica mexicana, tan aparte de otras tradiciones de su idioma [...] Con todo, en sus poemas prevalece el dominio de la caída, el triunfo del descenso y de un lenguaje, nutrido de avidez por el desastre [...]''.

No apta para la ``popularidad y sí para la permanencia'', la escritura del nayarita es observada por Margarita Michelena. ``El poema verdadero es siempre luz y orden. Sin orden no hay poema posible. El poeta es un cosmizador que, en constantes viajes al caos, va arrancando gajos a ese infinito continente de desorden y tiniebla. Así es la poesía de Alí Chumacero, hermosísima, pero resistente al manoseo [...] Su poesía está hecha para el alto oído del alma, para laas esencialidades del ser... Así, cada poema es un cosmos, es orden y luz. La música no tiene, pues, la culpa de que haya sordos''.

Finalmente, Elías Nandino hace una ``exposición de las palabras que más usa Alí para expresarse'' ya que ``el poeta es, en esencia, su lenguaje''. Y enlista el material de su colega: espejo, mármol, cristal, reflejo, huella, agua, aire, ola, sueño, eco, recuerdo, hielo, agonía, odio, estéril, páramo, apagar, presagio [...] que sirve al lector, dice Nandino, para ofrecernos ``los brillos o las penumbras (que) logran exaltar la animosidad de las expresiones poéticas y son acordes ya al clima fúnebre, a la aridez desolante o al prodigioso infierno del poema''.

(Angeles Mastretta, Jaime Labastida, Carlos Montemayor, Ramón Xirau y Alejandro Aura, con la lectura de poemas, acompañarán al autor de Palabras en reposo esta noche en el acto inaugural del Homenaje a Alí Chumacero, a las 19 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes).


Alí, el poeta

Alí Chumacero nació en Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918. Once años después emigra a Guadalajara para concluir la primaria. Es en la capital jalisciense donde escribe algunos poemas que nunca publicó por ``indignos''. En 1937 se traslada a la ciudad de México, donde vive con penurias económicas. La obra y la presencia de Enrique González Martínez, así como la de algunos poetas de los Contemporáneos constituirán parte de su aprendizaje literario. En los cuarentas funda, con Jorge González Durán, José Luis Martínez y Leopoldo Zea, la revista Tierra Nueva. Al grupo se unirán Manuel Calvillo, José Cárdenas Peña, Bernardo Casanueva Mazo, Francisco Giner de los Ríos y Alfredo Cardona Peña. La publicación se planteaba como una alternativa a los Contemporáneos y al de la revista Taller. Los primeros eran considerados cosmopolitas y el segundo, donde figuraban Octavio Paz, Efraín Huerta, Neftalí Beltrán y Rafael Solana tenía como consigna la poesía, el erotismo y la rebelión. En tanto, Tierra Nueva trató de mantener alejada la política de la literatura y concedió gran importancia a la crítica, actividad en la que Chumacero destacó por su juicio certero y mesurado. ``Poema de amorosa raíz'' fue el primer trabajo que consideró digno de publicarse. Apareció en el número inicial de Tierra Nueva (1940), donde Chumacero ejerció tareas de crítico, redactor y tipógrafo. Esta última se convertiría en su profesión, sobre todo a partir de su ingreso en el Fondo de Cultura Económica (1950). Como reseñista, entre 1940 y 1942 atendió los libros más importantes del momento. Conoce a Octavio Paz, lee a Villaurrutia, Gorostiza, Cernuda, Huidobro, Aleixandre, Valéry, Sain-John Perse y Eliot. Paralelamente Octavio G. Barreda lo invita como colaborador en Letras de México, piedra de toque en la conformación de la literatura mexicana del siglo XX y luego sería parte de suplementos como México en la Cultura, de Novedades. A la desaparición de éste, participa con Fernando Benítez en La Cultura en México, de la revista Siempre!, y colabora en el suplemento de Ovaciones con su director Emmanuel Carballo y Alfredo Leal Cortés. Con el tiempo se fue alejando de la crítica y de la poesía hasta guardar un silencio que, por fortuna, el escritor nayarita dice no es total, así como asegura que su obra poética aún está inconclusa. Los premios que ha recibido son: el Villaurrutia (1980), Rafael Heliodoro Valle (1985), Alfonso Reyes (1986), Nacional de Literatura (1987), Amado Nervo (1993) y Nayarit (1993). En poesía, es autor de: Páramo de sueños (UNAM, 1944); Imágenes desterradas (Stylo, 1948); Palabras en reposo (FCE, 1956); Páramo de sueños seguido de Imágenes desterradas (UNAM, 1960); Poesía completa (Premiá, 1980); Poesía reunida (CNCA, 1991, presentación de Mónica Mansour). En ensayo: Acerca del poeta y su mundo (discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua). Los momentos críticos (FCE, 1987). Ediciones preparadas: Poesía y prosa de Gilberto Owen (1953); Obras de Xavier Villaurrutia (1953); Obras completas de Mariano Azuela (1958-1960) y Obras de Efrén Hernández (1965).

* Información de Fernando Martínez Ramírez, investigador del Centro * Nacional de Información y Promoción de Literatura del INBA.