Jorge Carpizo
Dos peregrinaciones laicas

Visitar los lugares y las habitaciones donde han vivido grandes escritores, filósofos, pintores, músicos o políticos, es tratar de conocerlos mejor, de comprenderlos más, de acercarlos realmente a nosotros. En consecuencia, sólo se realiza ese peregrinaje laico en los casos de los personajes que más se admiran.

Claude Monet vivió en Giverny de 1883 hasta su muerte, acaecida en 1926, y en el cementerio del pueblo está enterrado con otros miembros de su familia.

Su casa, de dos pisos, es espaciosa, cómoda, pero sin ninguna ostentación; en ella no se encuentra ninguno de sus cuadros, sino reproducciones de los mismos. Su fachada está pintada de blanco y rosa y las persianas de verde y toda ella se cubre de una gran enredadera.

Lo más sobresaliente de la casa es su colección de estampas japonesas de los siglos XVIII y XIX, su cama, su escritorio de cilindro, la gran cocina y un espacioso comedor cuyos muebles de madera están pintados de amarillo, los cuales me recordaron el comedor de la casa de Rufino Tamayo, con muchas similitudes, pintado en morado.

Pero lo más hermoso del lugar no es la casa sino sus dos jardines; el primero que Monet diseñó en estilo normando y especialmente el segundo, el estanque de agua con los nenifares y los dos puentes japoneses. Ahí se siente una especial emoción ya que es el lugar en el cual Monet se inspiró para pintar sus ninfeas, serie que realizó precisamente en Giverny. El espectador tiene ante sí, en vivo, reales, sin ninguna fantasía, las imágenes que Monet inmortalizó a través de su genio.

Además de las ninfeas y los sauces llorones, el estanque está rodeado de múltiples vegetales: encinos piracantos, glicinas, orejas de elefante, maples, castaños, liquidambares, flores blancas de San Juan y, para mi agradable sorpresa, la muy mexicana flor de cempasúchitl.

En Giverny también debe visitarse el Museo de Arte Americano que reúne a muchos de los pintores --principalmente americanos-- que vivieron y trabajaron en ese pueblo para estar cerca de Monet. Hay cuadros de alta calidad como algunos de Theodore Wendel, Lilla Cabot Perry, Richard Miller o Theodore Butter.

Auvers-sur-Oise es el pueblo en el cual Vicente van Gogh pasó los últimos tres meses de su vida y en donde está enterrado junto con su fiel hermano Theo. La tumba es muy sencilla: dos lápidas verticales de piedra con sus nombres y los años de su nacimiento y muerte y cubierta de una misma enredadera. Remostados sobre la lápida del pintor alguien había dejado unos girasoles.

El edificio más importante del pueblo es su iglesia que tiene un hermoso campanario del siglo XII, construcción que es muy conocida porque Van Gogh la pintó e inmortalizó en una obra maestra de especial fuerza: el coro y las capillas se mueven y están a punto de desprenderse de la tierra; el cielo es una combinación de azul claro con azul oscuro; la pintura es realmente la iglesia, reconocerla es fácil, pero su interpretación estruja, conmueve y gusta.

Auvers rinde homenaje a Van Gogh habiendo colocado en el parque que lleva su nombre --y que es el más importante de la población-- una escultura del pintor realizada por Zadkine, la cual llama la atención porque claro está que es Van Gogh pero también es don Quijote: muy alto, muy delgado, con facciones muy definidas y pronunciadas e irradia del ser su idealismo y su locura genial.

Las dos peregrinaciones son fáciles de realizarse porque esos pueblos se encuentran cerca de París. Son peregrinaciones que enriquecen la existencia porque nos hacen pensar sobre aspectos personales de dos grandes pintores de verdadero talento.