La encubierta decisión del EZLN de asistir al Congreso Nacional Indígena a celebrarse en el Distrito Federal, y la tajante oposición de las autoridades a permitir el viaje de sus dirigentes, llevaron las cosas al borde de una crisis de gobierno si no es que a una de mayor envergadura: de Estado.
Los costos a pagar por cualesquiera de las dos posibles alternativas planteadas en un inicio eran, y continúan siendo, impagables. En el primer escenario, el que llamaríamos de cesión, se contempla la llegada sigilosa o tumultuaria de algunos dirigentes del EZLN a la capital y la incapacidad del gobierno por contenerlos o imponerles ``el rigor de la ley''. El quiebre con respecto de las fuerzas reales que sustentan al grupo gobernante sería inmediato. La Iglesia, el ejército, grandes capas de las clases medias, la academia, los mismos partidos políticos, el gran capital, los medios de comunicación, el empresariado y el factor externo sacarían una indubitable conclusión: la torpeza del liderazgo y la debilidad gubernamental. Las consecuencias serían tan serias que pondrían en riesgo la continuidad de la vida institucional. El segundo escenario, el de intransigencia, considera la decisión unilateral del EZLN de salir de Chiapas rumbo a la gran ciudad sin atender prohibiciones y, por tanto, la eventual cuanto obligada represión. Las detenciones y el encarcelamiento serían el menos violento de los resultados. Pero el rompimiento de la negociación posterior llevaría a una guerra injusta y desgastante donde después de cierto tiempo y muchos cadáveres, se tendrían que reiniciar pláticas con los pocos sobrevivientes del EZLN. La opción de diálogo a nivel nacional quedaría en total entredicho y radicalizaría a todos aquellos que desfilan entre la marginalidad y la participación pública. La violencia sería el pan cotidiano en México.
Ante los males entrevistos, el camino ya ensayado es el único viable: la negociación. Para lograr su remozada puesta en práctica después de la suspensión decretada por el EZLN pero también, según ellos, atribuible a la actitud negativa y ausente de la contraparte gubernamental, hay que identificar y reconocer, con crudeza, los factores que llevaron a la Nación a vivir los peligros de las rupturas y los balazos. Esto conduce a la aceptación de pagar los costos por haber dilatado, voluntariamente o no, los acuerdos efectivos de la mesa de democracia y justicia. Habrá que ver que, con ello, se condujo al EZLN a perder representación y alargar la temporalidad de sus propósitos, sobre todo ante la súbita beligerancia mostrada por el EPR. Este fue el factor no previsto y con un peso todavía no bien cuantificado pero con la influencia suficiente como para forzar deslindes y asumir compatibilidades frente a la izquierda mexicana. Así, la suerte fue echada sobre los despojos de una mesa destartalada.
Desencuentros causados por los personajes sentados en Larráinzar pero aderezados por las mismas tardanzas y nebulosas de los actores principales del drama general de un país en su búsqueda por afianzar una elusiva transición a la democracia.
Habrá que replantearse hasta las mismas actitudes de los negociadores, no digamos la renovación de las ofertas, los tiempos y recursos para dar contenido y forma a soluciones efectivas que alivien las causas del conflicto.
El EZLN no debe, mientras siga siendo un autonombrado ejército, venir al DF y sí encauzar con nuevos bríos su vocación por cambiar su entorno para contribuir, por ahora y desde allá, al más vasto de la nación. No puede jugar a la caída del gobierno. Las experiencias salvadoreña, guatemalteca, nicaragüense (contras) y hasta la colombiana muestran lo fútil de tal propósito.
Recuperaron cierta iniciativa y han ganado una ronda adicional en las negociaciones, pero ello tiene un costo elevado en su imagen de prudentes líderes de un movimiento reivindicatorio. El gobierno debe saber, por las mismas experiencias nombradas arriba, que las guerrillas con razones y apoyos populares, no pueden ser derrotadas en el campo de batalla. Los militares y sucesivos gobiernos centroamericanos fracasaron en el intento aun con la ayuda de Estados Unidos.
La significación del viaje presidencial a Chiapas es atendible por su disposición y advertencias. Hay que reiniciar negociaciones en ese atribulado lugar y asegurar los medios para acciones concretas, inmediatas y con la capacidad de marcar derroteros más amplios para insertarlas en el contexto global.