La actual situación del país trae a la memoria aquella hermosa frase en que Freud respondía a Einstein la pregunta de por qué el hombre siempre está en guerra: ``Por ahora sólo podemos decirnos: todo lo que impulse la evolución cultural obra contra la guerra''.
El Estado mexicano comenzó la retirada en el campo educativo al inicio de los años 80, creyendo que las fuerzas del mercado harían el trabajo. Resultado: la educación pública se volvió un territorio devastado. Se dejó de trabajar contra la guerra y la guerra apareció. La paz necesita, entre otras cosas, de un renacimiento de la educación. Pero el gobierno se niega a reconocer la magnitud del rezago educativo e inventa cifras para esconder esta lacerante realidad, y los discursos oficiales no coinciden con las cifras ni éstas entre sí. Veamos algunos ejemplos.
Según el II Informe, en 1996 el gasto de la SEP se incrementó en 2.6 por ciento en términos reales. Sin embargo, la distribución de este crecimiento modesto, aunque bienvenido, no llegó a las actividades sustantivas. En 1996 hubo reducciones reales de 15.7 por ciento del presupuesto en educación superior y posgrado, de 18.2 por ciento en educación media y de 6.9 en educación básica (cuando se había programado por el Legislativo un aplaudido crecimiento real de 6.5); una reducción real de 12.6 por ciento en educación indígena, de 11.7 en cultura y deporte, y de 7.8 en infraestructura. Sin embargo, para el rubro de administración, hubo un incremento real de 75.6 por ciento.
Otro indicador significativo del gasto educativo es el llamado costo por alumno. El II Informe indica que los costos por alumno de educación inicial, básica, media, normal y superior subieron, excepto posgrado, en un 5.6 por ciento real.
¿Si la matrícula sube y los presupuestos bajan, de dónde sacan que el costo por alumno va a subir? ¡Si es una simple división aritmética y por lo tanto el número tiende a ser más pequeño!
Si se divide el presupuesto entre el número de alumnos, el resultado es muy distinto: en educación inicial el costo por alumno real cayó en 1996 en 3.7 por ciento con respecto al año anterior; en educación básica cayó en 7.9; en educación media, se redujo 22.25 por ciento, y en superior, normal y posgrado, disminuyó en 20.2 por ciento.
Respecto a la matrícula estudiantil, el Presidente informó que el 80 por ciento de los niños que ingresan a primaria la terminan, y que en secundaria lo hace el 77 por ciento.
Si se hace un seguimiento de todos los alumnos que estaban inscritos en 1o. de primaria hace 6 años, veremos que tan sólo el 62.6 por ciento obtuvo su certificado de primaria. Es decir, que 37 de cada 100 niños no terminaron ese ciclo (por cierto que nuestros datos coinciden con los de la Unicef). En secundaria termina sólo el 64.6 por ciento. O sea, 35.4 por ciento de los niños que se inscribieron a 1o. hace tres años no la terminan.
Pero la situación es todavía más grave. Constitucionalmente, la educación básica (primaria y secundaria) es un sólo nivel educativo y obligatorio, por lo que debe hacerse un seguimiento de ese nivel en su conjunto. En Educación Básica, de cada 100 niños que se inscribieron a 1o. de primaria hace 9 años, no la terminaron 68. De esa magnitud es nuestro rezago educativo.
A esto agreguemos que las oportunidades en el bachillerato propedéutico son claramente insuficientes en un México en el que sólo 12 de cada 100 niños que empiezan primaria llegan a la educación media superior. No se justifica que en la ciudad de México tanto el IPN (2,000) como la UNAM (7,000) disminuyeran el número de alumnos aceptados en sus bachilleratos, agudizando innecesariamente el problema. Y éste no se resuelve con la inclusión obligada de cerca de 80 mil jóvenes a escuelas técnicas de educación media (terminal en muchos casos), en donde el nivel de deserción es de cerca del 75 por ciento. Para rematar, en educación superior la capacidad de absorción nacional (la proporción que ingresa del total de egresados del nivel anterior) cayó 12 por ciento de 1993 a 1996.
Finalmente, cabe señalar un dato patético: la matrícula en Educación Extraescolar Indígena decreció de 1986 a 1996 en 121 mil personas,. una caída del 60 por ciento, y el presupuesto real destinado a este rubro para 1996 es 87 por ciento menor que el de 1993.
Para trabajar por la paz tendríamos que empezar por invertir mucho más en educación, ampliar la matrícula estudiantil y asumir el desafío de la calidad con un esfuerzo permanente, y no como excusa para justificar el rezago educativo.