Me cae en las manos un libro apasionado, el de Julie de Lespinasse (1732-1776), Mon ami, je vous aime (París, Mercure de France, 1996); contiene las cartas que esta bella mujer le dirigió a uno de sus dos amantes, el conde de Guibert, militar, guapo, frívolo, muy joven. El otro fue el Marqués de la Mora, otro joven coronel viudo y tuberculoso, hijo del Embajador de España en Francia. Las frases de Julie se conservaron porque Guibert no quiso destruir sus cartas, como Julie pretendía, y éstas fueron encontradas entre la correspondencia del conde quien ya casado siguió recibiendo las epístolas inflamadas de Julie, rebosantes de ese sentimiento tan poco honorable, el amor. Las cartas abundan en frases apasionadas, totalmente románticas: ``Sé sufrir y morir''; ``Amo para vivir y vivo para amar, sólo sé amar''; ``El corazón tiene sus razones que la razón no conoce''. Y estas frases contundentes se matizan al son de la fiebre y de las convulsiones: la señorita de Lespinasse, no estaba de acuerdo con su siglo, un siglo de mirada fría y de amores razonables, cortos, frívolos, estratégicos, un siglo de espiritualidad; ella, en cambio, precursora del siglo romántico, padecía de tuberculosis y fue por ello una Margarita Gautier avant la lettre. No sólo eso, para acabar de componer el cuadro, Julie, durante largo tiempo dama de compañía de la marquesa de Deffand, amante del filósofo y matemático D'Alembert, habia perdido su puesto por haberle usurpado a su protectora el amor del ilustre enciclopedista quien, enamorado de la joven, se convirtió en su mentor y la ayudó a instalar un salón que pronto fue conocido como el ``Laboratorio de la Enciclopedia''. Buen filósofo, D'Alembert fue casto testigo, ansioso y tierno, de las enfermedades físicas y anímicas de Julie. Lespinasse amaba carnalmente a sus amantes, pero amaba aún más sus ausencias que le permitían redactar esas apasionadas cartas de amor, donde los celos y los remordimientos ocupaban el lugar primordial, celos por las indifelidades sospechadas de Guibert y remordimientos porque al amarlo olvidaba al meláncolico De la Mora.
Además de dedicarse al amor, Guibert era un estratega y publicó un Ensayo general de táctica. Esta hazaña escrituraria nos recuerda las del famoso Choderlos de Laclos y sus Relaciones peligrosas, recientemente puestas en escena por Ludwig Margules, en la dura párafrasis de Heiner Müller traducida por Juan Villoro. Choderlos, un verdadero ilustrado, un geómetra, un estratega militar, ataca sin piedad en su Elogio a Vauban al famoso arquitecto, constructor de fortalezas que, como la línea Maginot, fueron eternamente destruidas por el enemigo; ``¿Es posible evaluar cuánto nos cuestan los errores del Sr. Vauban? Dicen sus panegiristas que ha fortificado más de trescientas plazas, y este número aparentemente exagerado deja de sorprendernos cuando se recuerda que fue él quien construyó y reparó casi todas las fortalezas a lo largo de nuestras fronteras, ahora en manos de potencias enemigas''.
Aunque Choderlos hubiese preferido dedicarse, como Guibert, a proteger con tácticas perfectas esas fortalezas tomadas por el enemigo por culpa de Vauban, tuvo que contentarse con otro tipo de estrategia, también muy complicada y expuesta a las trampas del enemigo, la del combate amoroso, definido en una serie impresionante de cartas donde el libertinaje, juego de sociedad, riguroso como el ajedrez y peligroso como una batalla campal, se despliega de manera matemática, ambiciosa, brutal. ``La principal regla del libertino, asegura un crítico de Laclos, constriñe al libertino a una virtud estricta, en el sentido cartesiano de la palabra, y es por eso siempre un seductor, jamás un seducido''. El libertinaje, al parecer ocupación preferida de los franceses del siglo XVIII, es exactamente lo inverso del amor-pasión porque se trata de un simulacro de la política y de la guerra. Por ello, es tan discordante en ese mismo siglo XVIII francés el epistolario de Julie Lespinasse, cuya máxima estrategia fue dejarse morir de amor para escribirlo.
Quizá parezca gratuito hablar de estas apasionadas dialécticas amorosas, sin embargo, sería bueno recordar que en este tiempo en que el amor se ha convertido en asunto de peluquerías y de telenovelas, la obra de Choderlos de Laclos sigue conmocionándonos.