El Instituto Cultural Mexicano en Washington albergó, entre junio y septiembre, la muestra Diego Rivera: del tiempo y del color, conformada con obras del Museo de Arte del Estado de Veracruz. Dicho acervo --uno de los más significativos en el ámbito de colecciones públicas riverianas, tiene sus antecedentes en los intentos que, a principios del siglo, llevó a cabo el gobernador Teodoro A. Dehesa para la integración de una pinacoteca estatal.
El conjunto pictórico abarca buena parte de las etapas productivas de Rivera, desde óleos tempranos como el Paisaje de Mixcoac (1904) hasta dibujos realizados un año antes de morir, pasando por composiciones parisinas como Montparnasse (1917) y el Retrato de Angelina Beloff (s/f).
Diego Rivera perteneció a uno de los grupos estudiantiles más sobresalientes en la historia artística y cultural del país. En esos años fueron alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes los pintores Francisco Goitia, Jose Clemente Orozco, Angel Zárraga, Roberto Montenegro, Saturnino Herrán y Gerardo Murillo, el Doctor Atl, además del dibujante Ernesto García Cabral y los arquitectos Federico Mariscal, Jesús T. Acevedo e Ignacio Marquina.
Hombre con una enorme capacidad de trabajo y asimilación de todo lo que significó un valioso aporte para sus ideas estéticas, Diego fue durante los años académicos un estudiante modelo, aplicado íntegramente al estudio de las técnicas y las teorías pictóricas. Las sólidas bases que recibió de maestros como José Salomé Pina (clases de colorido), Félix Parra (a quien dedicó un Paisaje en 1902), Germán Gedovius (estudios de claroscuro y pintura de paisaje) y Julio Ruelas (dibujo de figura tomada del yeso) se mantuvieron presentes en su trayectoria artística, aun en las obras de su etapa estética más revolucionaria.
Pero, sobre todo, su arte debe mucho a las enseñanzas de José María Velasco, Santiago Rebull y Antonio Fabrés. Con el afamado paisajista y científico llevó clases de teoría de la perspectiva, apoyadas en textos de Eugenio Landesio sobre geometría descriptiva, dibujo mecánico y geografía física. Similar fue la huella dejada por Rebull, antiguo pintor de cámara del emperador Maximiliano, quien no sólo le revisaba y corregía los dibujos del natural, sino que también lo impulsó en el desarrollo de su propia estética. Por último, el aprendizaje que tuvo del dibujo y el color con el catalán Fabrés le abrió las puertas, tiempo después, del ámbito artístico español, logrando el ingreso al taller de Eduardo Chicharro.
Respecto a José Guadalupe Posada, Ramón Favela diluyó, no hace mucho, la hipótesis mantenida por Bertram D. Wolfe sobre los estudios llevados a cabo por Diego con el grabador: en realidad nunca lo reconoció como maestro, aunque sí alabó sus trabajados calificándolos de ``obra de arte por excelencia''.
Rivera asimiló plenamente la educación recibida durante la transición de los dos siglos, lo que hizo de él --señala Jorge Cuesta-- ``uno de los pintores más experimentados, más familiares con todos los puntos de vista de la pintura universal''. La Escuela de Bellas Artes le significó, igual que a José Clemente Orozco, un invaluable legado formativo que perduró --recuerda Luis Cardoza y Aragón-- más allá de sus obras murales con temas históricos.
La colección veracruzana cuenta con tres obras representativas de la primera época del artista: el Paisaje de Mixcoac (1904), la Barranca de Mixcoac (1906) que le valió la beca para estudiar en Europa y finalmente restauró en 1948, además del Pico de Orizaba o Citlaltépetl (1906), primera obra adquirida por Dehesa para Veracruz.
Después de su presencia en Washington la muestra retorna a México, donde serán sometidos algunos trabajos al dictamen de autenticidad (como los dibujos a lápiz del Muchacho con sombrero y del Volador en la cúspide, junto con el óleo sobre madera del Campesino cargando un Guajolote), después de que Raquel Tibol (autora de uno de los textos del catálogo) solicitara públicamente (Reforma, 25-VI-96) el análisis de las mismas.
Desde 1904, los profesores Velasco y Fabrés advirtieron sobre una labor pictórica (estudios académicos de formas, óleos con paisajes de estilo impresionista) que ``se distingue mucho por su amplitud de concepto y su sobria factura, casi de maestro''. En su conjunto, la colección del museo de Orizaba nos revela una obra riveriana que mediante líneas, composiciones y contrastes cromáticos, sigue seduciendo a todo aquél que la observe.