Al igual que en Tepoztlán, Morelos, hace meses, el proyecto de construir un club de golf con residencias campestres de lujo en Santa Cecilia Tepetlapa, Xochimilco, ha generado un conflicto territorial que enfrenta, de un lado, a la empresa inmobiliaria inversionista, al gobierno del Distrito Federal y a consejeros ciudadanos priístas que aprueban el proyecto, y del otro a las comunidades xochimilcas y sus consejeros ciudadanos populares que se oponen al mismo. En este caso, como en Tepoztlán, la justa razón social y urbana está del lado de los opositores al megaproyecto.
Contra la lógica de regular y controlar la expansión urbana sobre áreas rurales, mantener zonas naturales periféricas y preservar la ecología de la capital, formalmente aceptada por la planeación encarnada en el Programa de Desarrollo Urbano aprobado por la ARDF y el Plan Parcial de la delegación, en proceso de aprobación, el club de golf inducirá la urbanización periférica, destruirá áreas agrícolas y negará la planeación urbana al modificar los usos del suelo discutidos hace apenas unos días.
La aprobación del proyecto por el PRI-gobierno sería la afirmación de que los intereses de los inversionistas privados son más importantes para él que los de la comunidad local, todos los capitalinos y su propia normatividad. Se pondría nuevamente en tela de juicio la validez de ``consultas populares'' que se nulifican discrecionalmente en aras del interés privado y del pragmatismo gubernamental que cree que toda inversión es buena por sí misma, sin importar su costo social. Se trataría de una acción urbana autoritaria, pues se sustenta en una decisión tomada sin consulta previa a los involucrados o afectados, quienes se enteran cuando todo está montado, y sólo si reaccionan con fuerza suficiente serán oídos y podrán evitar o minimizar los impactos negativos. Una forma de gobernar que poco ayuda a mejorar la maltrecha gobernabilidad de la gran ciudad.
Como lo ha demostrado el club de golf de Malinalco, estado de México, construido hace cinco años (La Jornada, 5-X-1996), estos megaproyectos son muy negativos: destruyen la vida comunitaria local; expulsan a sus habitantes originarios por el alza de precios del suelo e impuestos prediales; elevan los costos de vida locales; segregan socialmente a sus habitantes pobres frente a los ricos recién llegados; producen invasión de automóviles, saturación de vías, generación de más basura y aguas negras, es decir, contaminación ambiental; y agotan la disponibilidad de agua para atender a los viejos habitantes. Los ``beneficios'' para la comunidad publicitados por los inversionistas y el gobierno son irreales: la inversión, venida de fuera, se gasta fuera y las ganancias emigran a otros lugares del país o al extranjero; los pocos trabajadores locales empleados son de baja calificación y mal pagados, mientras la mayoría llega de fuera; las escasas obras ofrecidas a la comunidad son impuestas, no responden a necesidades reales y son insignificantes en relación con los costos y ganancias del inversionista y los daños causados a ella. Puesto que todo megaproyecto de este tipo implica la creación o ampliación de infraestructuras y servicios construidos por el Estado, todos los ciudadanos defeños terminaremos financiando parte de la inversión y sustentando las ganancias de los empresarios y la buena vida de una minoría de riquillos ``golfistas''.
La proliferación de campos de golf, un deporte ajeno a nuestra identidad nacional y para ricos, muestra el colonialismo cultural, destructor de la identidad nacional del que es portadora la globaliza- ción neoliberal; evidencia que la crisis la pagan sólo los pobres, pues hay un puñado de privilegiados que pueden pagar 8 millones de pesos por una residencia de fin de semana; y que uno y otro procesos son apoyados por el PRI-gobierno. El de Xochimilco se construiría en un sitio que sintetiza y simboliza la historia de nuestra ciudad y la nación entera, que es ``patrimonio histórico de la humanidad''. Un triste destino construido con base en la mercantilización de todo lo mercantilizable, aun a costa de la vida y dignidad de la gente y la suerte colectiva de una gran ciudad. Aún es tiempo de detener este y otros urbanicidios