En Afganistán la historia se ha vuelto a poner en movimiento. Ahora, después de haber conquistado Kabul, los fundamentalistas talibanes combaten en el valle de Panjsher para abrirse paso a las provincias del norte y a la ocupación total del país.
Los temas puestos en el tapete por la inminente toma del poder de parte de la guerrilla fundamentalista son muchos. El primero es, obviamente, el de las relaciones con las vecinas repúblicas ex soviéticas de Tadjikistán y Uzbekistán. Viene después el tema de las tensiones internacionales de más amplio espectro asociadas con una nueva victoria del fundamentalismo islámico. Y sigue lo que tal vez podría ser lo más importante, el efecto que este nuevo éxito fundamentalista tendrá al interior del mundo islámico. Bien, no me ocuparé aquí de ninguna de estas tres dimensiones. Estamos en vísperas de cambios que podrían revelarse importantes (por lo menos en Asia central), pero es aún demasiado pronto para comenzar reflexiones a las cuales, por desgracia, parece que tendremos que dedicarnos en los próximos años.
Veamos otro aspecto: los factores culturales suspendidos en este universo de la vitalidad contemporánea del fundamentalismo islámico. Partamos de lejos.
Cuando el lunes 13 del mes de rab primero, o sea el 8 de junio de 632, el Profeta estaba a punto de morir, los discípulos y parientes que se encontraban alrededor de su cama, le preguntaron qué pasaría después de su muerte a las futuras generaciones de musulmanes. Se dice que Mahoma contestó que las primeras generaciones se esforzarían por mantenerse cerca de los preceptos del Islam. Pero cuando los presentes insistieron sobre las generaciones más lejanas, Mahoma diseñó en el aire un gesto con su mano que parecía indicar algo así como un ``allá ellos''.
Podría ésta parecer una anécdota nimia. Y no lo es. Alejarse en el tiempo del momento histórico en que Dios envió su ley a través de Mahoma, es alejarse del momento de mayor orgullo de la cultura árabe-musulmana. Cuando finalmente, ese pueblo disperso de nómadas sin dignidad colectiva, pudo mirarse a sí mismo con el mismo orgullo de ser pueblo elegido, como judíos y (al mismo tiempo, en menor y mayor medida) cristianos. Es el vínculo con la verdad revelada en el Corán aquello que otorga dignidad, que da identidad y sentido a la vida de individuos y naciones.
Según una antigua tradición Mahoma habría dicho: ``toda cosa nueva es una innovación, toda innovación es un error y todo error conduce al infierno''. He ahí el punto: el cambio acelera el alejamiento de la verdad y del momento en la historia en que los hombres estuvieron más cerca de Dios. Y así los talibanes, apenas llegados a Kabul, anuncian por radio que de ahora en adelante todos los ciudadanos deberán dirigir sus rezos a la Meca cinco veces al día. La sharia (la ley islámica) es restablecida como máxima ley civil.
Orgullo nacional y fundamentalismo parecen ir de la mano en Irán desde hace años y en Afganistán desde ahora. El mejor camino para demorar la muy lenta marcha islámica hacia la secularización. Averroes y Omar Kayam no han tenido evidentemente mucho éxito en convertir la cultura islámica en algo distinto frente a una religiosidad al mismo tiempo agresiva, excluyente y conservadora.
Gracias a la secularización, occidente comenzó a construir su modernidad. El Islam está todavía lejos de realizar una operación similar. Si en occidente el conflicto social trasciende la fe, en el Islam son todavía poderosas las fuerzas culturales que ven el cambio como amenaza de descomposición de la identidad.
Pero en el fondo, no hay mucho de qué estar alegres en ninguna parte. Si en ``oriente'' los herederos del Profeta son una plétora de mullah que observan histéricamente el presente a la luz de un pasado mitizado, en ``occidente'' legiones de politólogos y economistas, de políticos y ``académicos'', siguen mirando (algunos conscientemente y otros sin saberlo) a Burke para ver cómo se combina modernidad con conservadurismo. En el fondo, todo mundo tiene los mullah que se merece. Lo cual será cínico, pero...